lunes, 18 de julio de 2011

REBEKAH, REBEKAH


Tomo prestado el título de esta entrada de un viejo blues. Un blues que, como casi todos, habla de un hombre despechado y una mujer que le despecha. No es el caso de esta otra mujer, Rebekah Brooks, que ayer tarde comprobó cuán distinta es la posición del acusado de la del que acusa. También habrá podido comprobar a lo largo de las horas que pasó en comisaría que el dinero y el poder de su jefe y "padrino", Rupert Murdoch, no llega a todas partes y que, a la luz de los focos, los viejos amigos, los deudores de sus favores, han dejado de serlo y se esfuerzan en demostrarlo.
La figura de Rebekah Brooks serviría como paradigma de los pecados de una actividad, el periodismo, que ha visto despeñarse su prestigio ante la sociedad al tiempo que ha ido abandonando, no sin cierto desprecio, las buenas prácticas que no hace tanto la hicieron merecedora de la confianza de la misma sociedad que ahora la desprecia.
Hace ya tiempo que los propietarios de las empresas periodísticas pesan demasiado en las redacciones. Hace ya tiempo que, primero como autor de algunas informaciones y ahora como receptor de las mismas, se me hacen presentes los intereses de esos propietarios o los de sus compañeros de viaje y, si bien es verdad que aprendemos a descontar la tara del peso total de la carga, lo cierto es que cada vez desconfíanos más de lo que nos cuentan t de quien nos lo cuenta.
Cuando el objetivo es vender más ejemplares o tener más audiencia y, para ello, se superan los límites y se desprecian las garantías que merecen los sujetos de la información, sean los que sean, y quienes reciben esas informaciones que no siempre tienen elementos de juicio suficientes para discernir lo verdadero de lo falso, lo importante de lo que no lo es y lo decente de lo indecente... cuando todo esto ocurre, estamos perdidos.
Nos hemos centrado en el caso de las cabeceras del Grupo Murdoch -del que Aznar, no lo olvidemos, es consejero- en reino Unido, pero hace tiempo que aquí llevamos a cabo prácticas, si no idénticas, sí al menos parecidas en las que las informaciones, si no se pagan con dinero, sí se cambian por favores o por garantías en el tratamiento de las mismas. Eso por no hablar de toda esa basura televisiva en la que -aquí si hay constancia de ello- se pagan enormes cantidades por llevar a los platós la basura propia o de los otros. Lo malo es que, para llevar a cabo esas prácticas abominables en las que el poder y la "pasta" son el único objetivo a costa de lo que sea, la profesionalidad es un estorbo, el criterio una rémora y la experiencia algo molesto a extirpar de las redacciones.
El periodismo es un oficio que se aprendía en las redacciones, que nos transmitían los viejos maestros que habían pasado antes por cada situación que se nos planteaba. Ahora, los maestros están en casa o en una tertulia, lejos de los teclados y del día a día de "la calle". En resumidas cuentas, el material humano de las redacciones es ahora más débil y más manipulable.
Pero volvamos a Rebekah Brooks, que vino al mundo mientras los jóvenes estudiantes buscaban la playa bajo el adoquinado de las calles de París y que, con sólo 32 años, se convirtió en directora de News of the World, la cabecera de más tirada del Reino Unido, como repite un amigo cada vez que se ve ante un caso de estos, "cuando alguien llega tan arriba y tan deprisa es porque, de modo consciente o inconsciente, ha dejado unos cuantos cadáveres en el camino". A saber cuántos de esos periodistas "cargados de prejuicios, puntillosos y tocahuevos", como consideran algunos directores a quienes pretenden primar el sentido común y las buenas prácticas de la profesión, frente al "ya lo desmentirán" y al "más rato, más barato" que imperan ahora en las redacciones... habría que saber cuántos de esos cadáveres dejó en el camino la pelirroja de Murdoch.

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