sábado, 9 de julio de 2011

RUBALCABA


No tiene el carisma de Felipe González. Tampoco parece tener el entusiasmo ni la fe que tuvo Zapatero en sus mejores momentos. Sin embargo, es tan brillante como lo fue Borrell antes de aquel debate en el que el PP acabó con su carrera disparándole directamente al ego y, además, tan "del partido" como Almunia, que se prestó a bailar con la más fea cuando, primero Felipe y luego Borrell, tiraron la toalla. Tiene también el colmillo retorcido de Alfonso Guerra, pero lo disimula mejor y, en mi opinión, es mejor persona. No me extraña, por ello, que Maribel Verdú confesase en su día que el candidato socialista "le pone".
Su cuerpecillo fibroso y esmirriado de hombre de mucho trabajo y pocos excesos, el movimiento de sus manos , esos ojos, a veces tiernos, a veces implacables, la calva, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, y su barba eterna le convierten en un personaje peculiar que, por su aspecto de PNN distraído y por la falsa impresión de desvalimiento que transmite, le convierten en un tipo entrañable al que, pese a todo lo dicho, si algo le sobra, es fuerza.
Sus adversarios del PP llevan meses golpeándole en todos los flancos, porque saben que, de todos los candidatos posibles, el ministro del Interior que ha mandado a ETA al rincón, es el que más daño puede hacerles. Tanto como para convertir lo que podía haber sido un paseo militar en una dura campaña, en la que cada debate -si se atreven a concederlos- va a ser un suplicio para Rajoy.
Rubalcaba tiene la ventaja añadida de que no hay que reinventarle. Es como es y es como ha sido siempre. Por si fuera poco, pocos como él conocen las tripas de los medios de comunicación, con sus grandezas de sus miserias, y pocos como él hacen directamente un seguimiento tan exhaustivo de lo que se dice y lo que se escribe en este país.
Tengo la impresión de que, en el peregrinaje que ha hecho por las distintas agrupaciones socialistas, ha escuchado más que ha dicho y de que ha tomado nota de todo lo que en los últimos tiempos ha alejado a su partido de la gente. No me lo imagino dejándose atrapar por especialistas en publicidad y mercadotecnia. Creo más bien que, si pudiese, llamaría una por una a todas las puertas para convencer a los electores. Tampoco dudo de que en él pesa más la ideología que la ambición y de que su discurso va a ser más fluido de lo que lo han sido los de otros candidatos.
Afortunadamente, el ya candidato tiene años y pasado como para dejarse cambiar a estas alturas. No hay más que ver cómo se ha sacudido los "alfredos" y los "pepuntos" para volver a ser lo que siempre ha sido: Rubalcaba.
De momento, ha empezado a llamar al pan pan y al vino vino. Y eso que cantar las verdades del barquero no ha estado de moda, pero ya era hora de que las cosas vayan cambiando.

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