domingo, 7 de agosto de 2011

ATREVERSE

Túnez, Egipto, Marruecos, Libia, España, Grecia, Yemen, Siria... y, ahora, Israel. Son muchos los países que podrían añadirse a esta lista, en la que las diferencias las marca la reacción de cada gobierno ante la masa de ciudadanos, especialmente jóvenes, que pasan del fatalismo y la inacción a la indignación más o menos violenta.
Nos habían acostumbrado a tragar y callar. Las miras de los partidos políticos no estaban puestas, y aún siguen sin estarlo, más allá de su permanencia en el poder o, en todo caso, en su llegada a él. Y esa miopía ha llevado a un enorme conformismo y a toda una serie de relaciones viciadas en las que la prensa y los periodistas han dejado de ser la voz y la conciencia de los ciudadanos, para convertirse en otro instrumento al servicio del poder.
Desde que aquel joven informático tunecino sin futuro decidió quitarse la vida como protesta de los abusos de poder de la policía del dictador corrupto, mucho han cambiado las cosas en el mundo o, al menos, a orillas del Mediterráneo.
Lo que ha dado valor y, en ocasiones, ha traído el éxito a quienes hemos dado en llamar "indignados" es que se han atrevido a atreverse. Por las razones que sean han puesto su indignación por delante de esa "comodidad" que se les atribuía y por encima del miedo a perder la falsa seguridad en que vivimos nosotros, sus padres.
Quizá sin pretenderlo se han convertido en ese espejo plano y bien pulido en el que ha acabado por verse la ortopédica sociedad en que vivimos. Por más que les critiquemos desde nuestro miedo y nuestra incapacidad para recordar que también nosotros fuimos indignamos, cada vez que salen a la calle obtienen la respuesta de un importante número de ciudadanos de todas las edades que les necesitamos como la conciencia crítica de que carecemos.
Lo que más debería "mosquearnos" es el hecho de que ni la prensa, al menos en España, supo "olerse" la tostada, ni las autoridades han sabido manejar el asunto. El vano intento de negarles su escenario "natural" llevado a cabo en Madrid -otra vez por las prisas de su alcalde, especializado en organizar guateques y similares- ha vuelto a demostrar que hay suficientes indignados y con el entusiasmo suficiente para no ser presa fácil para una clase política que, a menos de cuatro meses de unas elecciones, quiere cualquier cosa menos ruido. Esa es su fuerza, el ruido. Cada vez que han intentado sacarlos de la calle, el ruido vuelve a despertar a quienes les apoyan y vuelven a ocupar las plazas, porque ellos son los que se han atrevido a lo que tanto nos cuesta atrevernos.
Ahora es Israel la que ve como sus jóvenes son capaces de ver algo más que belicismo y terror en su país. No sé cómo acabará respondiendo el gobierno israelí, acostumbrado a ser el elegido por el pueblo elegido y al ojo por ojo y diente por diente.
No es la primera vez que lo pienso. Creo que esta sociedad y quienes la dirigen, que no siempre son los políticos, como ellos y nosotros creemos, se ha especializado en separarnos, en convertirnos en individuos tan simpáticos como poco empáticos, incapaces de verse, reconocerse y contarse. Los indignados se han atrevido a hacerlo y nos han demostrado que juntos son, somos, fuertes.

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