sábado, 13 de agosto de 2011

RESPONSABILIDAD Y CULPA

¡Magia! Durante el tiempo que dure su visita y sólo en Madrid, el gran hechicero de Roma, por arte de birlí biloque, ha dotado a sus acólitos desplegados por Madrid, Parque del Retiro incluido, del poder necesario para "limpiar" las almas de las mujeres que hayan abortado y confiesen arrepentidas tan terrible culpa, levantando la pena de excomunión que pesaba sobre ellas.
No sé si acercarse a mamotretos tan espantosos como los que quieren hacer pasar por confesionarios y que se han instalado en el Retiro con lleva además la indulgencia plenaria y bula para comer carne los viernes de cuaresma y especular, robar, explotar y abusar del prójimo todo el año, pero, la verdad, es que hacerlo va a necesitar de algo más que de arrepentimiento para buscar el estado de gracia en esa especie de cápsula abductora.
Es curioso comprobar la angustiosa tenaza en que llega a convertirse, sobre todo a algunas edades, la obligación de confesarse. Yo, como hijo de buena madre católica que pretendió sin éxito que sus hijos lo fuésemos también, lo sé. También sé porque lo comprobé en mis propias carnes que, al final, uno acaba por mentir con mayor o menor descaro en el acto de la confesión o por ocultar nuestros mayores pecados a ese señor que las más de las veces está aburrido de escuchar "mentirijillas" de boca de niños y niñas asustados o gilipolleces de viejas aburridas.
Más curioso resulta caer en la cuenta del valor que, como herramienta de control social, tiene, sobre todo en las pequeñas comunidades, el sacramento de la confesión. Información es poder y, si algo no le gusta a la iglesia católica, es desprenderse de todo el poder terrenal acumulado. No hay más que recordar con qué ahínco se ha opuesto siempre Roma a que los feligreses hiciesen pública confesión de sus pecados. Por eso la religión católica está fundada sobre la culpa, porque la redención de la culpa está sometida a la mayor o menor arbitrariedad de la cadena de mando que se impone sobre nosotros.
Sabiendo de aquí y de allá y utilizando adecuadamente lo que se sabe, puede llegar a construirse un imperio y la iglesia de Roma lo hizo. Si, además, los pobres católicos se creen siempre sometidos al escrutinio de ese enorme ojo que les persigue allá donde van, hasta en sus actos más íntimos, acaban por convertirse en una legión de seres vacíos de responsabilidad que lo fían todo al perdón.
Otra cosa sería que, donde hay sentimiento de culpa, lo hubiese de responsabilidad. Otra cosa sería que los hombres y mujeres aprendiésemos a juzgarnos, perdonarnos y castigarnos a nosotros mismos, que no mediasen liturgias ni intermediarios para estar en paz con nosotros mismos. Seríamos más libres y, sobre todo, responsables.
El perdón a plazo fijo y en ventanilla única decretado ayer por Ratz no hace sino acrecentar el absurdo de un sistema de premio y castigo que, al final, depende de que el sumo sacerdote salga de excursión.
Por cierto, qué pasa conmigo que en más de una ocasión he sido instrumento necesario -aconsejándolo o ayudando a pagarlo- en la realización de abortos ¿Sigo excomulgado o el castigo y el perdón es sólo para ellas?

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