viernes, 23 de septiembre de 2011

EL APOCALIPSIS DE TODOS LOS DÍAS


Lo malo que tiene la experiencia es que, en la misma medida que uno va recibiendo datos, disfrutando alegrías y sufriendo decepciones, uno va también generando los mecanismos que determinan las que van a ser sus reacciones ante situaciones similares.
¿A cuento de qué viene esto? Pues viene a cuento de que, desde hace demasiado tiempo, cada día me despiertan las trompetas del Apocalipsis que soplan desde los "parqués" de Tokio y Nueva York en un eterno ritornelo el Down Jones y el Nikkei, anunciando el fin del mundo, unos días, y el regreso a los días de vino y rosas otros.
Tantas veces me he despertado temiendo que se desplomase el cielo azul que, como dice el tango, ni es cielo ni es azul, que ya le he perdido miedo al fin del mundo. Es más, uno aprende a hacerle pedorretas al destino, hasta el punto de que de vez en cuando se agradece que la amenaza se torne en riesgo de morir descalabrado por la caída de un satélite del tamaño de un autobús, sin que se precise el tipo de autobús, algo que ayudaría mucho a tomar las medidas oportunas.
Supongo que a estas alturas tendréis ya claro que creo poco o nada en los mecanismos que mueven la economía. Es más, si nos detenemos a analizar las justificaciones que nos dan un día detrás de otro para explicar lo que pasa, comprobaremos con espanto que esas explicaciones se vuelven reversibles para glosar situaciones opuestas.
No creo en la economía, aunque, por desgracia, sí en sus consecuencias. Lo que sí es que, cuando toda la riqueza esté en manos de unos pocos y terminen por dejarnos en cueros, el mecanismo se agarrotará porque, para que algo tenga valor, hay que ponerlo en el mercado y, si no hay quién compre, no hay mercado.
Casi nada es lo que parece. Ahí tenéis en qué ha quedado la todopoderosa SGAE, tapándose como puede las vergüenzas, o el elevado pensamiento de los miembros del Consejo de RTVE, reducido, salvo dos honrosas excepciones, al de esa pandilla de pelotas del "cole" que se ofrecían a vigilar a sus compañeros cuando el profe dejaba la clase.
Volviendo a la economía, la primera lección en esta materia me la dio mi abuelo, el "tío tendero" de Espinosa, que, entre bromas y veras, presumía de haber partido un queso por la mitad para poner a la venta ambos trozos a precios distintos, eso sí. La lección estaba en que insistía en que siempre vendía primero el más caro.
Aunque no lo creáis, ayer tuve una buena noche entre amigos, lo que ocurre es que este otoño que no lo es me ha vuelto un poco más escéptico.

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