martes, 11 de octubre de 2011

DE GLOBOS Y DUCHAS


No entiendo nada o casi nada de economía. Ni siquiera de la mía. Tanto es así que, cuando alguna de esas chinches comerciales que, con ánimo de chuparte al sangre, te pican a horas intempestivas para ofrecerte un adsl más barato o llaman a tu puerta para convencerte de que debes cambiar tu contrato de gas o electricidad, mi respuesta inmutable, amén de manifestar mi cabreo por la invasión de mi intimidad que supone marcar mi número o llamar a mi puerta, es la de que "lo que tengo me sirve, funciona y lo puedo pagar.
Digo yo que esa actitud se debe a que vengo de una familia de viejos comerciantes y que, por ello, tengo muy claro, quizás demasiado, lo del margen de beneficio y no alcanzo a entender que un servicio que se subarrienda pueda venderse más barato, generar beneficio y garantizar la misma calidad de servicio.
La cosa es tan sencilla como hacer sumas y restas, hacer cuentas y ver los resultados. El marketing, las promesas de algo mejor, la generación de una necesidad inexistente, al final, son humo, y el humo no cuenta en esas sumas y restas.
Lo estamos comprobando día a día, cada mañana. Nuestro problema es -nos dicen- el déficit. Y nos lo dicen los mismos que nos prometían más servicios bajándonos los impuestos, los mismos que han sembrado nuestra geografía de líneas de alta velocidad, convirtiéndonos en el es país europeo con más kilómetros de este tipo de vía en marcha, o nos hacen la Calle 30 o el Madrid Río a coste cero y, nos despiertan con el jarro de agua fría de que el de Madrid es el ayuntamiento más endeudado de España.
Ya hemos visto desinflarse la burbuja inmobiliaria después de haber convivido más de una década con el vértigo de que la mayoría de nosotros ya no podría comprar la vivienda que disfrutaba como propietario.
Para explicar el tobogán económico por el que nos deslizamos, cada mañana se nos canta la misma copla. Se nos dice que es cosa de los mercados, que nos han retirado la confianza y que ya no creen como antes que podamos pagar todo lo que, como locos, comprábamos. Sin embargo otra vez me asalta y me inquieta mi conciencia de tendero de la vieja escuela cuando me entero de que el dinero que se mueve en esos mercados europeos que tan mala vida nos están dando no existe, porque el volumen que se mueve en esos mercados es ocho veces mayor que todo lo que producen la industria, la minería y la agricultura de la vieja Europa. O sea, humo. Humo que llena este globo que, como la famosa burbuja inmobiliaria, no tardará en reventarnos en la cara.
Mientras tanto, el tratamiento aplicado desde Berlín y Bruselas o, por qué no decirlo, directamente desde Berlín es la ducha escocesa. Hoy te desilusiono y deprimo, mañana te doy otra vez esperanzas y pasado aplazo la decisión.
A veces no sé si Angela Merkel es un tiburón de Wall Street que se mueve en las aguas de la cancillería o, simplemente, que vivió demasiado tiempo bajo los planes quinquenales del otro lado del telón de acero y le falta el pulso que tuvieron otros pilotos, también europeos, de la nave europea.

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