miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA BOLSA Y, TAMBIÉN, LA VIDA

Lo que nos está pasando desde hace dos años es el resultado de la avidez insaciable de quienes, aislados del resto de la humanidad, sólo son capaces de ver sus números y enfermos de ese terrible mal que les impide saciar su codicia, privándoles de cualquier indicio de razón y, lo que es peor, humanidad.
La gente de la que os hablo se esconde tras eso que llamamos mercado, pero también está entre quienes creen que el ejemplo chino, herencia de una dictadura, la de Mao, que fue capaz de condenar al hambre a millones de personas obligándoles a fundir sus aperos para cumplir sus planes de producción de acero, puede y debe exportarse al resto del mundo, derribando de un plumazo décadas de derechos humanos y progreso social.
La gente de la que os hablo es la que explota becarios, la que no paga impuestos, la que sumerge una parte de su negocio, la que compra y vende en negro, la que sería capaz de venderle un coche a un ciego con tal de venderlo, la que, en la oficina, siega la hierba bajo los pies de los compañeros para "caerle bien" al jefecillo de turno, la que calla cuando ese despótico jefe se equivoca, dice gilipolleces sin más o abusa de su autoridad con sus subordinados.
Esa gente, que sólo es infame en la medida que se lo permiten sus posibilidades, es la que sería capaz, si pudiera, de sacudir las economías de países como el nuestro, de acaparar metales como el aluminio para imponer después sus precios o comprar las cosechas de cereales de los próximos años para subir sus precios y llenar aún más sus bolsillos, aunque, con ello, nos dejen sin trabajo y dejen sin trabajo a nuestros hijos, estrangulen industrias como las de las bebidas envasadas, o condenen al hambre y la miseria a una parte significativa de los siete mil millones de seres humanos que ya estamos sobre el planeta.
No sé el qué, pero algo hay que hacer si no queremos llegar a una situación tal en que el hambre empuje a los más desfavorecidos a dar un vuelco a la situación. Si eso llega a ocurrir, de ahí al fascismo sólo habrá un paso. De momento, el dios Mercado ya ha conseguido que una gran parte de la opinión publicada, esté poniendo en cuestión algo tan democrático como la celebración de un referéndum.
El juego de la Bolsa, que, en su sube y baja, casi nunca interpreta la situación real de la sociedad en que se juega, se está convirtiendo en una ruleta rusa que puede hacer ricos o arruinar a los que apuestan, pero que de vez en cuando se lleva una vida por delante.

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