domingo, 4 de diciembre de 2011

AL SOL Y SIN DERECHOS

Parece que fue ayer cuando los españoles nos conmovimos con la historia de ese par de trabajadores de la naval arrojados a las tinieblas por la reconversión del sector que se movían entre la angustia y la ira que produce saberse abandonado de la noche a la mañana. Han pasado ya casi diez años desde que la conmovedora historia de Fernando León de Aranoa se llevó a la pantalla, colocando a la mayoría de los españoles frente a vivencias de las que sólo tenían la imagen de las barricadas en los telediarios.
Aquella historia tan localizada en un sector y en unas cuantas ciudades españolas es ya universal por obra y gracia de la crisis y ya no importa la profesión o la condición de quien trabaja por cuenta ajena para verse arrojado a las tinieblas del desempleo. Pero no es esa la única diferencia entre los tiempos de "Los lunes al sol" y los que nos están tocando vivir. En esos años el Estado cumplía su papel de amortiguador de la crisis y, con mayor o menor acierto y fortuna, se esforzaba en dar alternativas de empleo y en paliar la desgracia de quienes habían perdido su empleo.
Hoy no. Hoy un parado es un apestado que mina el control del déficit, que requiere toda una infraestructura de formación y atención, que cobra subsidios y, sobre todo, que, como tiene más tiempo y ningún riesgo de perder el empleo que ya no tiene, va más, según algunos, al médico.
Esa debe ser la intima -no tienen huevos de decirlo a las claras- que está llevando a algunos gobiernos autonómicos, de entre los que el gallego fue pionero, a bloquear la tarjeta sanitaria de los parados de larga duración ¡Cómo si lo fuesen por gusto!
Está claro que la clase política -si no toda, sí una gran parte de ella- no empatiza con aquellos a quienes debería representar. Probablemente, quienes toman estas decisiones tienen su propio seguro médico privado y un plan de pensiones contratado gracias a un salario elevado que se complemente además con dietas y complementos. Tienen también buenos colegios a los que llevar a sus hijos y alguna que otra ayuda para los libros, las gafas y los empastes familiares.
Toda esta gente, capaz de "pulirse" en una sola comida el presupuesto mensual e la familia de un parado, no son capaces de imaginar que, cuando uno, después de haber perdido el trabajo, sin más culpa que la de estar en la empresa inapropiada, el sector y el momento inapropiados, y de haber agotado las prestaciones y el subsidio "de caridad", de conocer los bancos de los parques y los rincones de bares cutres en los que matar el rato contando las penas a otros a cambio de las suyas, se angustia un día sí y otro también y no acaba de verla la cara al futuro, harto de verle el culo al presente, acaba por enfermar.
Depresión, alcohol, trastornos digestivos, ansiedad. Todo ello combinado en una especie de muerto viviente, incapaz de gestionar, maniatado como está, su propia vida. No saben los de las comilonas y el alma de hielo que, dejando caer a esta gente del sistema, están socavando la propia salud de ese sistema. Si siguen así, no tardaremos en ver como vuelven enfermedades ya casi olvidadas, tampoco tardaran en volver las jeringuillas y los subproductos de la cocaína a los parques. Y de ahí a eso que dimos en llamar inseguridad sólo hay un paso. Claro que los de las tijeras y las comilonas estarán a cubierto con sus escoltas o en sus apartamentos y urbanizaciones con vigilancia.
Y mientras, muchos, demasiados, ciudadanos pasando los días al sol, algunos sin derecho a acudir al médico. De momento, estos últimos son ya 25.000.


 
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