lunes, 5 de diciembre de 2011

LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE ELSA FORNARO


Quizá sea porque yo mismo soy algo llorón, pero he de confesaros que las lágrimas de la ministra Elsa Fornaro ante el parlamento en Roma, escenario de tanto vodevil como ha dado la reciente política italiana, no sólo me han conmovido, sino que me han reconfortado.
Tanto nos han demonizado la figura de los tecnócratas que no éramos capaces de esperar de ellos un gesto de humanidad como el que tuvo ayer Elsa Fornaro cuando rompió a sollozar al anunciar las duras condiciones en que se jubilarán a partir de ahora los italianos.
Me hubiese gustado ver la expresión de Berlusconi, il cavaliere de las jóvenes y caras vellinas, ante la grandeza de una mujer incapaz de contener su emoción ante el dolor, la decepción y la indignación que acabarán produciendo sus medidas.
Cuánto me gustaría contemplar un gesto parecido en María Dolores de Cospedal o, más aún, en la imperturbable Esperanza Aguirre, incapaz de emoción alguna, salvo que tenga que ver con su salud o el recuerdo de los suyos, Más bien al contrario, parece disfrutar con el mal de aquellos a quienes desprecia que, para nuestra desgracia, son cada vez más.
Está claro que tenemos que acostumbrarnos, si no lo estamos ya, a las malas noticias. Y es que todas las borracheras conllevan la penitencia de la resaca y más cuando el alcohol que nos han servido era garrafón. Me gustaría saber dónde están ahora todos aquellos que ponían a la sumergida Italia como ejemplo a seguir, Me gustaría saber qué cara se les ha puesto al escuchar como el presidente Monti, que acaba a renunciar a sus sueldo, no anduvo con paños calientes a la hora de culpar a los propios italianos de su desgracia.
Probablemente llega tarde, pero no deja de ser una buena lección, porque, por mucho que haya quienes piensen lo contrario, poco importa la categoría del camarote cuando se hunde el Titanic. Aunque, ahora que lo pienso allí se salvaron más pasajeros de primera clase que inmigrantes de los que viajaban hacinados en las cubiertas inferiores.
Sea como sea, son de agradecer, porque dan idea de lo que suponen, las amargas lágrimas de Elsa Fornaro.



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