viernes, 16 de marzo de 2012

MIEDO Y TRISTEZA


Miedo y tristeza. Un miedo al futuro y una enorme tristeza por quienes ya están fuera de él que no tienen nada de románticos. Eso es lo que siente una amiga que vive y trabaja en la Bahía de Cádiz, una de las zonas más deprimidas de España, en la que miles de familias están al borde de la desesperación. Y pueden ser más, porque, si cesa la actividad de los astilleros, el paro y la miseria se extenderán aún más. Por eso los trabajadores de lso astilleros han decidido cortar hoy los accesos a la ciudad que pretende conmemorar los doscientos años de una constitución que en su día, y para nuestro mal, despreciamos.
Ella conoce muy bien ese dolor y esa injusticia y sufre, porque su trabajo consiste, y por desgracia sólo en eso, en dar un poco de esperanza a toda esta gente expulsada por el sistema y abandonada a su suerte o, en el mejor de los casos, a la de la engañosa caridad.
Son muchos los que ignoran, yo estaba entre ellos, que, en este país de desequilibrios que, con la maldita burbuja inmobiliaria, llegó a creerse una de las locomotoras de Europa, hoy, centenares de miles de ciudadanos viven de los que les dan la familia, Cáritas, Cruz Roja u otras organizaciones. Son muchos los que se echan al monte a buscar los espárragos, tagarninas u otros tesoros de temporada que la naturaleza pone al alcance de quienes, tras una dura jornada, "sacan" para pagar alguna deuda y comer caliente dos o tres días. Son muchos los que diariamente comen pan duro o una olla aguada. Son muchos los que, por dignidad, en pleno invierno siguen duchándose con agua fría para presentarse un poco más aseados a una entrevista para un trabajo que nunca llega.
Y, mientras ese es el triste paisaje de algunos rincones de España, en otros la moqueta de los despachos y el aroma del cuero de los sillones adormecen conciencias y ciega a los responsables de encontrar soluciones para no tener que ver ni padecer tanta miseria.
No sé qué es lo que nos ha pasado para caer en este pozo en el que nuestra clase política parece incapaz de salvarnos e insensible a tanto dolor y tanta tristeza. Ni siquiera ya es preciso decir la verdad. Mucho menos ser honrados.
En el mismo país, conviven quienes tienen que buscar o pedir por la calle para pagar el billete del autobús que le permita hacer las que las más de las veces resultan inútiles gestiones que le den la esperanza de conseguir un trabajo o un subsidio con quienes cobran un sueldo, con el que comerían caliente, dejarían de ducharse con agua fría, estrenarían una camisa de vez en cuando y no tendrían que romper los zapatos cruzando de punta a punta su ciudad, miles de ciudadanos.
Por qué no nos cuentan cuántos parados más ha creado el PP con sus recortes y su reforma laboral, mientras los hermanos, cónyuges e hijos de los "honrados", estrictos y recién llegados o no dirigentes populares, Cospedal y Aguirre entre ellos, se colocan en los consejos de administración de empresas "amigas" que esperan favores del Gobierno o en los puestos de confianza que todo gobernante se reserva. Desde que han llegado no dado un sólo ejemplo. Más bien al contrario, nos han regañado mientras les "pillábamos" en feos renuncios.
Por todo eso mi amiga está triste y yo con ella. Pero también tenemos miedo, porque se está metiendo demasiada presión a la olla. La calle no puede soportar muchas más injusticias no tardará en incendiarse y se sabe cómo empiezan estas cosas, pero no cómo acaban. La injusticia permanente no lleva a nada bueno, porque el que no tiene nada que perder acaba dando un salto en el vacío y en muchos hogares son ya demasiados los meses de hambre y miseria. Y ya hemos pasado por ello. Esto acaba en inseguridad, terrorismo iluminado y paraísos artificiales.


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