jueves, 5 de abril de 2012

LAS CUENTAS Y LA VIDA



Fue ayer mismo, cuando en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz, en la misma que acaba de reformar, creo que innecesariamente, la alcaldesa popular, Teofila Martínez, para los fastos que conmemoraron la proclamación de esa constitución que hace dos siglos puso en negro sobre blanco el derecho de los seres humanos a ser felices.
El sol se asomaba tímidamente después de varios días de bendita lluvia y decidí celebrar una cosa y otra, el sol y la lluvia, tomando una cerveza sentado en una terraza, dejándome acariciar por el primero. Y fue entonces, cuando una hermosa anciana que debía haber sido bellísima, digna, pero desigualmente vestida, limpia, educada y con un sobrio pero elegante pañuelo al cuello, me pidió permiso para sentarse a mi mesa. Naturalmente se lo di y, entonces, con voz muy queda y sin lamentarse me pidió unas monedas para poder comer, unas monedas que, naturalmente, le di.
Probablemente, la anciana era conocida en esa plaza que ha mudado el pavimento como quien se cambia de vestido, pero, para los no habituales, esa mujer podía haber sido mi madre, mi tía o la de cualquier otro "guiri" sentado al primer sol de esta semana santa gaditana, mientras aguardaba que el pusieran un café o lo que sea que tomen ancianas tan bellas a las dos de la tarde, mientras charlan de sus cosas con la familia.
Una vez más, lo que me conmovió fue la dignidad y la naturalidad con la que las gentes de aquí piden esa ayuda que sin duda necesitan. Esa mujer era, insisto, guapa, elegante y sobre todo muy digna. Muy digna y muy dulce, pero, probablemente, en otra ciudad más dura, como Madrid, porque Madrid es una ciudad muy dura, se vería obligada a buscar comida en los contenedores de las basuras; claro que, en Madrid, con una alcaldesa tan dura como la ciudad que gobierna, eso le hubiese costado 750 euros de multa.
La verdad es que el encuentro con "la abuela" no me resultó desagradable. Todo lo contrario, me alegró llevar las monedas suficientes como para asegurarle un plato de comida y, al rato, como hacemos los que no pasamos por esos trances, lo olvidé. Pero, esta mañana, cuando he escuchado la tragedia del jubilado  que se quitó ayer la vida en la Plaza Sintagma de Atenas, dejando en su

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo pienso que la anciana se sintió especialmente digna al ser invitada por tan honorable caballero.
En el caso del hombre de Atenas,a pesar que la muerte nunca me ha parecido una derrota, siento que nada justifica dejar de amar la vida, aferrarse a ella con locura, mas que los alimentos le faltó lo fundamental, cariño y apoyo de sus amigos, vecinos o quienes le rodean para no darse por vencido.
A lo largo de mi vida, me ha faltado en diversas ocasiones la comida, tanto a mí como a mis hijos,sé lo que se siente. Hace poco invité a un amigo a comer a mi casa, Antonio,le preparé un pescado delicioso parecido al lenguado que en sudamerica se llama "reineta", me dijo que no era el plato mas sabroso que había probado, me dijo que habían sido los trozos de pan duro mordisqueados por ratones que habiamos compartido escondidos en un entretecho en la época feroz de la dictadura.Antonio es actualmente un premiado abogado de derechos humanos, por ese tiempo era perseguido por ser abogado defensor(y gratuito)de jovenes que hacían "recuperaciones" en que asaltaban camiones con comida que era repartida en las zonas mas pobres de las ciudades, tres veces preso y torturado incluyendo una expulsión del país, le confirmé que compartir tan exquisito pan con él había sido un honor para mí, tanto como el cariño de mis amigos y compañeros, como sin duda lo sintió la anciana cuando le compartiste tu almuerzo.