sábado, 9 de junio de 2012

DE MALAS HIERBAS Y AGUJEROS




Es quizá el peor de los rasgos de mi carácter. Lo confieso, soy orgulloso. Y lo soy, pese a que sé que, las más de las veces ese orgullo, el único perjudicado por mi orgullo soy yo mismo, porque, a la postre, el orgullo me hace daño.

Tan claro como esto último, tengo el convencimiento de que nada hay peor que esa mala costumbre , tan extendida en esta hipócrita sociedad, de edulcorar la realidad, de envolver la verdad entre algodones hasta dejarla irreconocible, esa enfermedad que nos lleva a decir, por ejemplo, de un plato incomible por salado, "está sabroso". No conduce a nada y, al final, perjudica al que no queremos ofender o, en toso caso, pretendemos proteger y, de paso, acaba por hacernos daño.

Por orgullo y por decir verdades a medias, verdades disfrazadas que, al final, acabarán desnudas y nos dejarán tan desnudos como ellas, van creciendo los monstruos a nuestro alrededor  o en nuestro propio interior. Yo, que he sido hombre de radio, sé de sobra que cuando no se acaba de decir, eso que se calla acaba creciendo en el otro y no siempre crece de forma correcta. A menudo la mala hierba se apropia de ese espacio vacío, asfixiando los verdaderos sentimientos.

A quién n o le ha pasado. Quién no ha construido en esos agujeros del pensamiento un mundo de feos monstruos que, en mi caso, a punto han estado de devorar lo que de hermoso había dentro de mí. Menos mal que, pese a mi ciego empeño, pese a mi orgullo enfermizo, el orgullo nunca es bueno, no me han dejado caer y lo que era un negro agujero se ha convertido en un espacio alumbrado, si no por mas luz, sí por una luz más reconfortante y mejor.

No es bueno engañarse. No es bueno rellenar los silencios con dolor o con mentiras. Hay que drenar las heridas. Si no, la infección puede acabar con nosotros. Lo sé muy bien y sé que la verdad, por fea que parezca tiene la virtud de ser en vez de parecer y la de que, por más que duela, enseña y sana. Hay que arrancar la mala hierba que puede llegar a crecer en nosotros, porque es capaz de arruinar silenciosamente el más hermoso de los jardines.




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1 comentario:

Marisa dijo...

Un cuento de Anthony de Mello contaba la historia de un hombre que se encuentra con la Tienda de la verdad, decide entrar y una vez allí desea comprar la verdad completa, cambia de opinión al saber el precio: nunca más volverá a estar en paz. Un precio demasiado alto. Se dio cuenta de que no estaba preparado para la verdad absoluta, de que aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar descanso, mitos e idealizaciones en las que refugiarse, justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.
Lo que es bueno para nosotros quizá no es lo mejor para otros.

Un saludo.