sábado, 29 de septiembre de 2012

BANCOS GOLFOS

 
 
En mi barrio, que hace apenas medio siglo era un pueblo, estuvo una de las primeras agencias del Banco Central en Madrid, la número 6, y, salvo que ahora luce en su fachada el luminoso rojo del Banco Santander, pocos cambios externos ha sufrido desde entonces. Siguen el mármol negro y los grandes ventanales, casi escaparates, rematados con grandes barrotes de acero y sigue siendo la referencia para hacer girar al taxi que te trae a casa cuando es tarde.
Ya no existe el mostrador que separaba a los clientes de los empleados, como tampoco existen las ventanillas a través de las cuales se hacían los ingresos, se cobraban los cheques y se pagaban los recibos. Los han quitado para hacernos creer que son más cercanos, que están a nuestro lado y que son como nosotros. Nada más lejos de la realidad, porque, a nuestras espaldas y sobre nosotros, hay guardas jurados y cámaras vigilando cada uno de nuestros gestos, porque, desde hace tiempo y en todas partes, hemos pasado de ser clientes a ser sospechosos, cuando no posibles víctimas de algún abuso.
Recuerdo que, en aquella época, pese a mostradores, ventanillas y barrotes, los empleados de los bancos eran mucho más cercanos y mucho más de fiar. Eran gente del barrio que cuidaba a sus clientes. No eran, como ahora, mercenarios que trabajan a comisión que, porque les suman o no les restan, cobran cada mes más o menso dinero en función de los clientes "captados" para los productos que el banco o la caja tratan de colocar ente sus clientes.
Que conste que he comenzado hablando del Banco Central de mi calle como modelo de esa vieja banca que daba consejos y solucionaba problemas, en comparación de esas frías oficinas de hoy, con música ambiental, a la que casi nunca entramos, porque nuestra comunicación con los bancos es a través de cajeros automáticos y esas horribles cartas de formato y tipografía imposible que nunca traen buenas nuevas, sino todo lo contrario.
Hoy, cuando entras en un banco, de los de siempre de los paridos por las cajas de ahorros, tienes la sensación, al menos yo, de que van a aprovecharse de ti. Son capaces, salvo honrosas excepciones, de las mayores arbitrariedades y son capaces de desplumar ancianitos, parejas de recién casados o pensionistas, sin pestañear.
Desde hace unos días y gracias a la SER estamos conociendo el contenido de la investigación judicial abierta sobre Bankia, una entidad solvente y popular que, gracias a eso piratas de la comisión en que se convirtieron sus empleados y gracias al descaro con que sus directivos han hecho y deshecho en su propio beneficio o el de sus amigos y partidos, se ha convertido hoy en un enorme agujero que se está tragando las viviendas de todos aquellos a los que hicieron creer que podían ser dueños de una casa que difícilmente podrían pagar y los ahorros de quienes atemorizados por el futuro se dejaron embaucar por tan desaprensivos mercenarios.
Sabemos gracias a ese sumario que el Banco de España advirtió por dos veces a Bankia de que estaba arriesgando mucho con su política hipotecaria y sabemos también de que hablaban mientras tanto en los consejos de administración de la entonces Cajamadrid: de sus luchas de poder y poco más y de cómo lo tratado en ellos no debía salir de allí. Menos mal que estaban obligados a levantar acta de ello y a entregar esas actas al juez, ahora que se las ha reclamado.
Lo que yo quiero saber ahora es qué responsabilidad penal o la que sea tienen estos directivos, fundamentalmente Miguel Blesa, cuando siguieron contratando esas hipotecas y esos préstamos, pese a las advertencias del Banco de España -en este punto echo en falta la locuacidad de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, tan dado a regañar en público a los trabajadores y tan discreto cuando los regañados eran estos golfos- con lo que podría decirse, no sé si técnicamente, que todos los embaucados después de esas advertencias fueron conscientemente engañados por la caja.
Me gustaría que se probase y se castigase esa conducta más perversa que inconsciente, porque no es gusto que los golfos que estaban al frente de todas estas estafas legales se han ido a casa con pensiones e indemnizaciones que garantizan su futuro y el de sus hijos, mientras los estafados lo han perdido toso o casi todo por su culpa.
Me gustaría que les obligasen, al menos, a devolver todo ese dinero, porque está claro que ninguno de ellos duerme mal ni ha decidido poner fin a su miserable existencia.
 
 
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