viernes, 30 de noviembre de 2012

JUSTICIA, NO MISERICORDIA


Cada vez que puede, este gobierno que, no dios, sino los votantes del PP, arrepentidos o no, nos han dado, muestra lo más católico de su ser, dándonos, con el trile de sus leyes y decretos, el cambiazo de dos conceptos que poco o nada tienen que ver: la justicia y los derechos por misericordia y caridad.

Diréis que últimamente os hablo mucho de lo que dicen mis amigos, pero me viene a la memoria lo que un viejo amigo, hijo de un alto ejecutivo de banca, le dijo a su madre a la puerta de una iglesia, cuando al recogerla tras la misa, se les acercó un mendigo con su mano extendida "Dale algo -le dijo- porque trabaja de pobre para que tú puedas ir al cielo". Más allá de lo que de boutade tiene la historia, describe perfectamente la función que cumplen en la vida de un cristiano la caridad o la misericordia.

Lo demuestran, decía, a cada paso que dan. Declaran un día de luto, como han hecho con el de hoy, tras la muerte de la quinta víctima de la vergonzosa por evitable tragedia del Madrid Arena y, sin embargo no trabajan los trescientos sesenta y cinco días del año para evitar que se produzcan hechos así. Es lo de sentar pobres a las mesa una vez al año o darles unas monedas a la puerta de la iglesia, en lugar de buscarles un techo o un trabajo digno o de distribuir la riqueza con justicia.

Este gobierno no quiere que el Estado se ocupe de los discapacitados. Los debe querer en las esquinas o en las disputadas escalinatas de algunas iglesias, como la de la madrileña calle del Carmen, en la que, en estas fechas, se mezclan quienes piden limosna con quienes cándidamente buscan en "Doña Manolita" que un golpe de suerte les saque del pozo de la crisis.

Este gobierno no es capaz de solucionar el problema del paro, porque sólo entiende de cuentas, si es que entiende, porque el ministro De Guindos, el de las cuentas, demuestra a cada instante que no tiene ni idea. Este gobierno arroja cada día que pasa a miles de ciudadanos al paro y con cuantos menos derechos, mejor. Este gobierno está estrangulando al Estado hasta dejarle apenas un hilillo -de eso sabe mucho Rajoy- por el que llegue el aire a los de su clase.

No les importa que las familias que tengan un dependiente en grado severo en casa se vean obligadas a sacrificar a uno de sus miembros para dedicarle al cuidado del dependiente, sin trabajo, sin pensión y, en muchas ocasiones, sin vida propia. No les importa expulsar del parlamento  a quienes reclaman dignidad para esa labor. No les importa y lo que quieren, donde nos llevan, es a esos tiempos que creíamos felizmente superados, en los que una de las hijas, generalmente la mayor, era sacrificada y encerrada en vida, sin conocer la calle ni, mucho menos, varón, para ocuparse de la vejez, no ya de los padres, sino del patriarca familiar.

Este gobierno ha decidido privar de sus derechos, la seguridad social, por ejemplo, a quienes trabajan en el cuidado de los dependientes. Este gobierno está devolviendo los pobres a las calles. Pobres cada vez más agresivos, que te abordan, te paran e incluso te sujetan el brazo para pedirte "para un café". Y es que, si aumenta la demanda, la competencia se hace feroz. De ahí a cosas peores que no quiero ni nombrar, hay muy poco trecho.

Nos hablan de la crisis como si de una plaga bíblica se tratase. No sé si os habéis fijado, pero ya, para que nadie le haga las cuentas, sus propias cuentas, ni siquiera hablan de la herencia recibida. Yo tengo muy claro por qué pasa lo que pasa. O, al menos, dónde está una parte de responsabilidad de lo que pasa. Es tan claro como que, si hay pobres en las esquinas, es porque Florentino Pérez tiene un yate que no cabe en muchos puertos o porque Emilio Botín no se pierde un Gran Premio "in situ", Si hay gente que de verdad se muere de hambre y de frío es porque cada tarde se tiran en Madrid o en cualquier otra gran ciudad bandejas y bandejas de canapés ofrecidos a quienes ya están artos de ellos.

No hay justicia. No se respetan los derechos. El poder se pasa lo fundamental, trabajo, vivienda, salud y educación por allí mismo. Y las consecuencias, al menos las más visibles, se tratan al católico modo: con misericordia, caridad y beneficencia.

 
 
 
 
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