jueves, 1 de noviembre de 2012

UN EURO POR RECETA

 
 
Está claro. El euro por receta es el equivalente en la Sanidad al peaje de las autopistas o al billete del metro. Si quieres acceder a la medicación que tu médico te receta, tienes que pagarlo y pagarás tantos más euros cuantos más medicamentos consuman, independientemente de que cojas el metro para trabajar o para ir de compras o de que salgas de la autopista en Villaverde o Marbella. Es otra tasa más, otra tasa ciega, que, como todas las tasas y más ciegas, es injusta.
Pero, con ser grave la decisión tomada ayer por el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, más siendo absolutamente contrario a todas las manifestaciones públicas hechas, en campaña o no, por la práctica totalidad de sus líderes; con ser contraria a la equidad, y más en un momento de serias dificultades para los madrileños, especialmente para los ancianos y pensionistas, que, con menores ingresos económicos, más medicación precisan; con todo esto, la medida no es más que un señuelo que aviesamente persigue desviar la atención ciudadana de la reforma sanitaria que, encubierta y sin debate, se incluye en los presupuestos aprobadas ayer.
En esa reforma, largamente perseguida por el Partido Popular, no con criterios de eficacia, porque nada hay más ineficaz para lo público que la corrupción y la han practicado y la practican con saña, sino con el ánimo de proporcionar "oportunidades de negocio" a los amigos que, más adelante, se mostrarán generosos en donaciones o colocando a parientes y amigos, como se puede comprobar si se repasan los nombres de algún que otro miembro de alguna que otra empresa del sector que contrata con la CAM.
De un plumazo, a escondidas y hurtando el debate a profesionales, usuarios y oposición, el Partido Popular ha privatizado la asistencia médica de media docena de hospitales, ha cambiado el uso de otros dos y pretende privatizar también la asistencia de un diez por ciento de los centros de salud, amén de externalizar los servicios de limpieza, comidas, suministros y quién sabe cuántas cosas más.
Toda una revolución desatada horas antes de la noche de difuntos. Una revolución que puede acabar definitivamente con la sanidad universal y gratuita, dejándonos a cambio hospitales de atrezo, con menos servicios, menos competentes y, eso sí, mucho más caros, porque, por ejemplo, el mismo gobierno que ha decidido ayer privatizar gran parte de la sanidad madrileña ha dado bajo cuerda, o al menos sin luz ni taquígrafos, quinientos millones de euros a los concesionarios de alguno de esos nuevos hospitales después de recibir inquietantes, cuando no amenazantes, cartas de sus gestores, incapaces de cumplir los conciertos por los que recibieron la concesión.
Ese es el mecanismo. Nos dicen que lo público es caro e ineficaz, lo sustituyen por hospitales de gestión privada o directamente privados, que se ofrecen como solución más barata a cambio de eliminar gastos superfluos y rebajan la calidad y las prestaciones. Luego, al cabo de un tiempo, lanzan sus SOS a la Administración y piden más dinero para seguir haciéndolo peor y, no lo dudéis, más caro.
Nos están quitando lo que es nuestro, porque el Estado de Bienestar es de todos y para todos y, por lo tanto nuestro, para dárselo a multinacionales. Poco a poco, están dejando lo público en el chasis y a nosotros más desprotegidos. Convendría recordar que a los pocos meses de que Margaret Tatcher, luz y guía de nuestros gobernantes, privatizase los ferrocarriles británicos, los accidentes se multiplicaron a causa de la falta de mantenimiento de los mismos. Otro dato: antes de la llegada de la señora Tatcher al poder, los niños británicos que vivían por debajo del umbral de la pobreza, con lo que eso conlleva de desnutrición, desescolarización y demás, era del 10%, Cuando Tatcher salió, que, nada más llegar al poder, quitó a los escolares el vaso de leche diario, el número de niños pobres había subido al 35%.
Está claro ¿no?
 
 
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