lunes, 24 de diciembre de 2012

¿ESTADOS PARALELOS?

 
 
No ahora, sino desde hace tiempo, se escucha con demasiada frecuencia y también, por qué negarlo, con demasiado retintín que "España es un estado garantista en exceso". Determinar quién lo dice es de mucha ayuda para saber por qué lo hace. Lo dicen, lo escriben y lo dan a entender todos aquellos para los que, precisamente, esas garantías se convierten en obstáculos, rémoras, frenos y todo lo que se nos pueda ocurrir a la hora de conseguir sus objetivos.
Nada de garantías. Los jueces no hacen otra cosa que alargar los procesos, buscarle tres pies al gato y producir sentencias que, no hay más que leer los periódicos, son en ocasiones escandalosas. Eso de las garantías es para que los listos se escurran por las rendijas de las leyes. Así que seamos prácticos y actuemos dejando a los jueces al margen.
Eso es lo que, al parecer, está ocurriendo en determinados rincones de nuestra Policía, porque, a pesar de lo que nos zurran -demasiado a menudo últimamente- es nuestra y sirve, o debería servir, para que responsabilidades como las que están aflorando en la tragedia del Madrid Arena salgan a la luz, pero siempre de la mano del juez.
Ahora, decía, como lo cuenta EL PAÍS en si edición de hoy, hay policías dispuestos, también al parecer, a investigar por su cuenta a políticos, periodistas, jueces y fiscales catalanes, a los que se ha indagado en España y fuera de ella, que, curiosamente, están o han estado enfrente del actual gobierno. Según la información, elaboran, a base de refritos de informes existentes, con datos falsos o inventados, y siempre a espaldas de los jueces, dosieres con presuntos informes policiales que hacen llegar a distintos medios de comunicación, hasta que, al final, alguno con menos escrúpulos o intereses más torticeros que los demás acaba por publicarlos.
Es lo que ocurrió con el famosos "borrador" lanzado contra Artur Mas y la familia convergente, o sea, los Pujol, sobre su implicación en el caso Palau. Un informe que, evidentemente, resultó tan oportuno como interesado y que pese a su trascendencia en la campaña electoral catalana, el Ministerio del Interior y el Gobierno en general no tuvieron el más mínimo interés en desmentir.
Los datos que publica hoy EL PAÍS son tan elocuentes que resultaría más que chusco que el ministro Fernández Díaz, procedente de la política catalana, no saliese a dar la cara, garantizando que va a poner todo su empeño en desenmascarar esa oscura trama.
Dudo que lo haga, aunque me gustaría estar equivocado. Porque aquí todo vale si sirve para un propósito y parece que en algunos estamentos se da por bueno, desde estas oscura fontanería a la imagen de un general de la Guardia Civil recuperando Cataluña para una España que vuelva s ser, si no libre, si al menos una y grande.
Todo esto me da mucho miedo, como me da mucho miedo que el ministro del Interior dé órdenes a la Policía para identificar a todo bicho viviente presente en el escenario de concentraciones y protestas, para multarle, sin más miramiento, con una multa de 600 euros -el equivalente al sueldo de mucha gente y más si es joven- que sólo podrá reclamar si abona una tasa de 700, con el riesgo de que el castigo por estar en el sitio equivocado a la hora equivocada se convierta en 1.300 euros más la minuta de los abogados.
Esto recuerda preocupantemente al estado de excepción de los regímenes autoritarios, en los que "los guardias" tienen toda la autoridad y acaban siendo juez y parte. Es como no podía ser de otro modo una perversión burda de la democracia, en la que, con el silencio del mayor partido de la oposición, entretenido en lamerse las heridas y en hacer penitencia y ejercicios espirituales, se cambian las reglas del juego sobre la marcha, unas veces por Fernández Díaz, otras por Gallardón, para garantizarse la más absoluta impunidad.
Como no podía ser de otro modo es un método más a la brava que el florentinismo del primer ministro italiano, Mario Monti, que sin haberse presentado a ninguna elección pretende seguir al frente del gobierno sin presentarse tampoco a las próximas.
¿Son o no estados paralelos que presagian lo peor? Un nuevo fascismo de guante blanco, por ejemplo.
 
 
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