sábado, 15 de diciembre de 2012

NEWTOWN, PUNTO Y SEGUIDO

 
 
Me ha costado decidirme a escribir sobre esa estupidez humana que ayer se desató en todo su esplendor en Newtown, una tranquila ciudad norteamericana del estado de Connecticut -Columbine también lo era- que ayer tuvo que enfrentarse a la dosis de dolor y de absurdo más grande que pueda darse: la muerte, perfectamente evitable, de veinte niños y siete adultos, a manos de un pobre diablo que, a saber qué cuentas y contra quién tenía por saldar en su cabeza.
Cada vez que ocurre algo así -me resisto a llamarlo matanza o masacre, porque matanzas y masacres son lo que hacen los ejércitos con la población indefensa, sea en Siria, Palestina o cualquier otro lugar de este mundo- y sobre todo si es en los Estados Unidos, más aún si es en cualquier durmiente estado de la Unión, se desata el debate sobre el control de las armas en el país más poderoso de la tierra y yo no hago más que recordar a Charlton Heston, ridículo hasta la ternura siendo arteramente toreado por el hábil y un punto demagogo Michael Moore en su brillante documental Bowling for Columbine, defendiendo la excelencia de esa segunda enmienda de la Constitución que consiste en el derecho de cualquier individuo a la tenencia, uso y transporte de armas, con fines defensivos, deportivos y cinegéticos (como medio de supervivencia o deporte), sin perjuicio de otras actividades legales que pudieran realizarse con las mismas. Un derecho enquistado en una sociedad a veces más enferma de lo que parece que continuamente se ceba desde el cine con personajes como el fascistoide justiciero Harry el Sucio y su escalofriante "alégrame el día" y otros menos poéticos incluso.
Pensar que las armas sin control no van a acabar en tragedias como las de Newtown o Columbine es tentar al diablo. Todo lo que puede pasar acaba pasando y, por más que la medida pueda parecer destinada a la disuasión, siempre habrá alguien, desequilibrado o no que, perfectamente sereno o absolutamente frenético, detrás del gatillo de una pistola, un rifle o algo peor. El que tiene una pistola sabe de sobra, o debiera saberlo, que en algún momento acabará utilizándola. Si no, para qué.
Lo deja claro Sam Peckinpah, ese apóstol de la no violencia o de toso lo contrario, nunca lo he tenido claro, en su película "Perros de paja", en la que un afable Dustin Hoffman acaba envuelto en una orgia de violencia cuando "se ve obligado" a responder a los gamberros que acosan su hogar.
En las próximas horas conoceremos detalles de la vida del asesino de la escuela Newtown, como los conocimos de las de la pareja de Columbine. Encontraremos en esos detalles elementos que nos ayuden a explicarnos por qué pasó lo que pasó, detalles que condenen al asesino o a su familia y exoneren de cualquier culpa a la sociedad que puso el odio, las armas y el chaleco antibalas a su alcance.
En las próximas horas, en los próximos días, se hablará también de cambiar esa segunda enmienda a la Constitución. Pero el debate no llegará mucho más lejos. En cuanto haya elecciones a la vista, los candidatos, como ya hizo Obama, pensarán en la potente Asociación del Rifle y en los millones de ciudadanos que tiene en los Estados Unidos, derecho al voto y un arsenal en casa. Y, dentro de unos meses o de apenas unas semanas, alguien volverá a entrar en una escuela, una guardería para ajustar sus cuentas con la vida.
 
 
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