viernes, 14 de diciembre de 2012

NO HACÍAN FALTA ALFORJAS

 
 
Ha costado mucho. Entre otras cosas, ha costado cuatro huelgas generales en la sanidad madrileña, pero, al final, parece que el monolítico Ignacio González se ha dado cuenta de que estaba profanando algo tan sagrado como el respeto y el cariño que los madrileños sienten por sus hospitales, sus centros de salud y por el personal que los atiende.
Ha sido mucho el desgaste sufrido por ese personal, al que cada día de huelga le ha costado dinero, lo que, en tiempos en que han perdido una de sus pagas y han visto gravemente recortados sus sueldos, puede calificarse casi de heroico. Pero, a diferencia de quienes dirigen la política sanitaria madrileña, sabían cuánto se jugaban en el empeño y ha sido su entusiasmo y su firmeza los que, finalmente y tal y como parece, les llevarán a una victoria que, en lo moral, ya es suya.
La diferencia entre los dirigentes del partido popular y una gran parte de los del resto de partidos, por desgracia no todos, porque hay algunos que a pesar de las siglas que dicen defender muy a menudo se parecen a ellos, es que los populares, miren donde miren, no ven más que negocio y, si en algo no lo ven, no se cortan ni un pelo en podarlo y podarlo hasta marchitarlo.
No hay más que ver la falta de escrúpulos del médico y ex concejal del Ayuntamiento de Madrid, Simón Viñals, que se prestó a hacer un paripé de servicio médico para el trágico Halloween del Madrid Arena, cuando carecía de medios suficientes para cubrir cualquier emergencia en una concentración como esa y que, además, como se acaba de saber, llevaba siete años sin colegiar y, por lo tanto, sin autorización para ejercer como médico, lo que, ahora, le puede costar muy caro.
Valga este apunte al margen, para hacerse una idea del concepto que de la sanidad se tiene en esa formación, pero, a lo que íbamos, el presidente González -no Felipe, el otro- ha calculado mal, muy mal, el desgaste que le iba a acarrear entrar como elefante en cacharrería en el santuario de la sanidad. Pensaba quizá que, como en la Enseñanza, hay quien desprecia la pública porque se puede pagar un colegio privado. Sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente sabe que, incluso quienes pagan, y mucho, a sociedades médica con lujosas clínicas sin molestas colas ni listas de espera, saben que, al final y si hace falta, acabarán siendo atendidos, en lo caro y en lo difícil, en la Sanidad Pública.
Por eso se encontró con la oposición de todo el barrio de Salamanca, tan de derechas que, en su día, los cachorros del fascismo lo declararon "zona nacional", al cierre del Hospital de la Princesa como centro de referencia de la zona. Por eso han sido un fracaso detrás de otro todos los intentos de la potente maquinaria publicitaria del PP -lo único que junto a la recaudación parece funcionar en esa casa- para convencer a los madrileños de que sus médicos y enfermeras, a los que conocen, con los que hablan y de los que conocen hasta el tacto, les estaban engañando. Cuando han tenido que elegir, los madrileños lo han tenido claro y han optado por hacerles caso a estos, cuando no por responder con una pedorreta a los intentos de engaño de González.
El presidente madrileño, después de decir que su reforma es innegociable y de que su consejero haya llegado a decir que primero se aprueba y luego se negocia, se la va a tener que envainar, porque los médicos, con excepciones como las de algún que otro Viñals, aman su profesión ante todo y el consejero Lasquetti ha tenido enfrente a la práctica totalidad de los jefes de servicio de los hospitales madrileños.
Como diría un castizo, "se la ha tenido que envainar y, aunque sin tiempo para elaborarlo, les ha pedido un plan para ahorrar quinientos millones de euros. Lo cierto es que, para este viaje no hacían falta alforjas y que si, con menos chulería y más sentido común, se hubiese sentado, si no a negociar, sí a elaborar junto a ellos la reforma, no hubiese sufrido tan tremendo desgaste ni hubiese conseguido, quizá por vez primera la unidad de todo el sector en su contra.
 
Y es que, por más que trate de ignorarlos, debe ser muy duro que vaya donde vaya le reciban a uno los pitos, los silbidos, los gritos y las protestas de los ciudadanos.
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