martes, 18 de diciembre de 2012

REPARTIR DOLOR

 

En eso sí son eficaces, en repartir dolor. Lo dijo el redicho Gallardón hace unos días y fustigándose tan falsa como espectacularmente como si de un penitente de esos de dos días al año se tratara. El ministro de justicia se vistió la túnica de afligido reo de culpabilidad, con esa vocecilla del que grita en voz baja, pero sólo un segundo antes de emplearse a fondo contra jueces y fiscales. Se nota que Gallardón no habla mucho con Matas y Camps, porque esos sí que sabían de repartos, aunque lo que repartiesen no fuera precisamente dolor. Pero también se nota que no recuerda sus años al frente de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, años en los que también él derrochó y repartió a manos llenas.

Están repartiendo dolor y lo están haciendo con la impudicia del que nunca lo ha tenido en casa, del que o bien no lo ha conocido o, si lo ha conocido, prefiere olvidarlo. El reparto del dolor lo han ido dosificando y haciéndonos pensar que no iba a ser para todos, haciéndonos creer que algunos éramos inmunes a la enfermedad. La primera dosis, casi una vacuna, consistió en quitar sus tarjetas sanitarias a los sin papeles, junto a los jóvenes sin seguridad social, en una de las primeras decisiones de un personaje tan incompetente como Ana Mato, capaz de ver con naturalidad que los de la trama Gürtel le regalen un lujoso jaguar a su ex marido y, al mismo tiempo, dejar sin asistencia médica a miles de seres humanos.

De entonces a ahora, apenas unos meses -ojo- este gobierno ha sido capaz de repartir dolor a diestro y siniestro, subiendo impuestos, congelando, cuando no recortando en la práctica, las pensiones recortando también prestaciones, abaratando el despido a los empresarios, despidiendo él mismo a interinos de la administración y a empleados de empresas públicas que, en muchos casos, ha cerrado. También ha suprimido el comedor gratuito de nuestros hijos en edad escolar, con lo cual deja a miles de niños sin la única comida decente que recibían al día, sus tijeras han dejado sin asistencia a decenas de miles de incapacitados y ancianos. A sus funcionarios, les ha recortado una parte importante de su salario -la paga extra que debieran recibir en estas fechas no es un regalo de Papa Noel, sino una parte de ese salario- no sin antes criminalizarles, tildándoles de vagos, cuando no de ladrones. También ha reducido sus días de libre disposición y, por si fuera poco, ha aumentado sus horarios, reventando en muchos casos la posibilidad de conciliar su vida familiar.

Con este hatajo de repartidores de dolor, se han multiplicado los desahucios, que en algunos casos han sumado al propio drama que entrañan el de los suicidios, ha aumentado el paro... y parece que seguirá aumentando, ha conseguido levantar contra él a la práctica totalidad de sectores como los de la enseñanza pública, la sanidad, la justicia... y así hasta el infinito.

Se ha empleado a fondo repartiendo dolor, también en chapuzas trágicas como la del Madrid Arena y entonando a coro el pío pío que yo no he sido, cuando está claro que su inoperancia, cuando no su colaboración necesaria, para que ocurriera lo que ocurrió. Y se ha empleado a fondo en repartir el dolor, esta vez físico, en estrecha colaboración con el gobierno catalán, magnífico también con las tijeras, repartiendo leña por las calles y plazas a diestro y siniestro sin importarle que los zurriagazos y pelotazos alcanzasen a niños o ancianos.

Ha habido dolor para todos, salvo para la iglesia católica, que sigue sin pagar el IBI y, por si fuera poco, recibe más dinero del presupuesto, directamente o a través de subvenciones a su bien saneado negocio de la enseñanza, saneado por ingresos o por la impronta que deja en la formación de los alumnos. Tampoco ha habido dolor para los ricos que siguen son sus tinglados de ingeniería financiera, que siguen sin pagar el impuesto del patrimonio y comprándose carísimos apartamentos en Berlín o Nueva York, aunque algunos tengan que pasar una temporada en una habitación de Soto del Real.

La ecuación es sencilla: si todos recibimos dolor en el reparto y sólo la iglesia y los ricos quedan a salvo, es porque el gobierno, este gobierno, es el gobierno de los ricos y los obispos, como lo eran aquellos de los marqueses y caciques del siglo XIX.
 
Sólo espero que dentro de tres años o antes, si es posible, tengamos la lección bian aprendida y pongamos los emdios para que no se repita una dolorosa estupidez como ésta.
 
 
 
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