martes, 12 de febrero de 2013

CON EL MISMO MECANISMO

 
 
Es evidente que no formo parte de esos mil doscientos millones de católicos que dicen que hay en el mundo y que nunca he sabido cómo los cuentan, que dirá el patrón Rosell, pero me temo que son como los 300 millones que daban título a aquel programa de Pepe Domingo Castaño. Lo cierto es que no tengo eso que llaman fe y no porque la haya perdido, sino porque nunca la tuve. Lo que tuve en aquellos mis primeros años fue miedo. Qué digo miedo, lo que tuve fue terror al fuego eterno y a ese ojo enorme sobre el cielo que todo lo veía y, sin embargo, nada corregía de los desmanes de los hombres.
Luego, el tiempo que es muy sabio y, sobre todo, el desarrollo de la inteligencia de que, en potencia, dispone todo ser humano, me hicieron ver que la religión y especialmente la jerarquía de la iglesia eran acomodaticias y tolerantes con el poder establecido y que en aquellos años era una sangrienta dictadura que, a partir de una guerra, anduvo casi cuarenta años compadreando con aquellos obispos que, brazo en alto o no, eran la coartada de sus desmanes, a cambio de todos esos privilegios que aún hoy conservan.
Entenderéis entonces mi desapego ante todo lo que tenga que ver con cirios y casullas. Fijaos en que escribo desapego y no indiferencia y es así porque la misma formación que me hizo perder el miedo, no la fe, que no la tuve, al fuego eterno, me ha servido para entender que la iglesia, especialmente en países como España, es demasiado poderosa y peligrosa como para ignorarla. Y en este punto añado que no niego la presencia en el entorno de la iglesia de personas admirables, dispuestas a quitarse el pan de la boca para dárselo a los demás o capaces de enfrentarse a cualquier injusticia como el más entusiasta de los progresistas, pero también os digo que, tan claro como tengo esto, tengo también que se comportarían igual como ateos en un país ateo, si es que existe alguno, y que, aunque no sean conscientes de ello, para su labor, la iglesia y su mastodóntica organización son sólo un instrumento.
Y, ahora, a lo que vamos ¿Os habéis dado cuenta de hasta qué punto la iglesia católica y quienes la glosan defienden con la mayor naturalidad una cosa y la contraria? Dicen del papa dimisionario que era ortodoxo en el pensamiento y un gran intelectual, algo que, a mi corto entender, no deja de ser un contradiós, porque la capacidad de bordear el dogma es un gran signo de inteligencia y este señor se aferraba a él como un náufrago agarrado a cualquier cosa que flote. Dicen también que tuvo el valor de enfrentarse, no a la pederastia, sino a la vergonzosa costumbre de obispos y papas de esconder a los culpables. Yo pienso más bien que tapar eso ahora, en la sociedad de las redes, sería del todo imposible, y el desgaste que tendría para la institución sería insoportable ¿O es que hay alguien que imagina al rey de España pidiendo perdón por sus desmanes africanos de no haberse producido la tormenta social que se produjo en las redes?
Han sido los nuevos tiempos, la capacidad de la sociedad para obtener información no filtrada y para elaborar con ella pensamientos libres y críticos la que ha puesto a tan anquilosadas y anacrónicas instituciones -el papado no deja de ser una curiosa monarquía- contra las cuerdas.
Se habla también -no dejareis de escucharlo estos días- del desapego de Ratzinger a lo material, precisamente cuando es el papa más coqueto que he conocido, con cambios constantes de vestuario y calzado, amén y nunca mejor dicho, del instrumental propio de su profesión y rango. Desapegado sería en papa que renunciase al oro, la plata y la seda. Pero no es el caso. Otra cosa es que sea de poco comer o que, dada su profesión, no pueda tener bienes a su nombre.
En fin, lo que os quiero decir es que la iglesia está especializada en decir una cosa y la contraria, hacer mil retratos distintos del mismo personaje o permitirse interpretar con la mayor de las alegrías el pensamiento de un señor que, ante la imposibilidad de ejercer el poder que el cargo le atribuye -en asuntos como el de las cenagosas aguas del IOR, la banca vaticana, por ejemplo- haya decidido tirar la tiara y provocar un pequeño seísmo, por inhabitual, pero perfectamente controlable. No dudéis que en apenas un mes tendremos un nuevo papa, quizá distinto, quizá igual, al que ensalzaran y, a su tiempo, criticarán los glosadores de tan arcaica institución, tranquilamente, con el mismo mecanismo.
 
 
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