sábado, 2 de febrero de 2013

EN MISA DE DOCE

 
 
Hay silencios clamorosos y el de Mariano Rajoy en medio del chaparrón que está anegando al PP y sacando a flote toda la basura que escondían sus cloacas es de esos. Quizá mantener la boca cerrada le haya servido en ocasiones anteriores, pero ahora son tantas las moscas que revolotean sobre él, es tanto lo que tiene que explicar -y digo explicar, no negar- que, difícilmente, va a librarse de tragarse unas cuantas a no más tardar.
No sé qué ha podido hacer creer a alguien que prácticamente lleva toda su vida en la política y que, por si fuera poco, ha tenido en sus manos la cartera de Interior, que el caso Gürtel-Bárcenas -y pocas dudas pueden quedar ya de que ambos escándalos son la misma cosa- iba desvanecerse como ya lo hiciera el Naseiro. Las herramientas, la experiencia y la preparación de que hoy disponen los jueces y la Policía, entre otras, una fiscalía especializada en la lucha contra la corrupción, que, antes o después, encuentran el hilo del que tirar para sacar el tupido ovillo de esta trama que, recordémoslo, salió a la luz por la denuncia pública de un concejal de un pueblo madrileño que, por las razones que fuese no quiso entrar en el juego que sus compañeros estaban jugando en la timba de las recalificaciones en pleno apogeo de aquel reino del ladrillo que luego acabaría estallando en la burbuja inmobiliaria.
El PP pudo haber acallado aquella denuncia cortando alguna que otra cabeza y convocando a los poceros para que aligerasen la mierda acumulada en las cloacas. En lugar de eso fue derecho a por el mensajero de todos los modos posibles, algunos inconfesables. Y, claro, lo que podía haberse lavado en casa quedó a la vista de todos, con éxito desigual según las familias y organizaciones regionales del partido afectadas.
Quién iba a decirle a Rajoy que aquello que no fue capaz de sofocar cuando estaba en la oposición le iba a estallar en la cara, bajo los focos de toda la prensa mundial, cuando, por fin, había alcanzado el sueño de su partido -nunca he estado seguro de que también fuese el suyo- de volver al gobierno.
Ha tenido mala suerte. Las cosas han cambiado mucho el último año y, fundamentalmente, han cambiado a mal y a causa de demasiadas decisiones tomadas por el gobierno que han castigado a una mayoría de la población, en tanto que los de siempre quedaban a salvo de las mismas. No se puede subir el IVA de casi todo lo indispensable, encarecer la cuenta de la farmacia, tomar medidas anti sociales que disparan el paro y reducen el estado solidario sin que pase nada. ¿Y qué es lo que ha pasado? Sencillamente, lo que ha ocurrido es que la ciudadanía se ha quedado sin motivos para confiar en ese gobierno tan arbitrario que le ha hecho tanto daño. Es más, a toda esa gente de la que hablo le basta ya con que lo que se cuenta sea verosímil, para otorgarle la condición de cierto.
Quizá el Partido Popular y su gobierno creían que les bastaba con el chantaje y el miedo al "y tú más" del principal partido de la oposición, para parar y barrer bajo la alfombra el escándalo de los sobres de Bárcenas. Pero se equivoca, porque la sociedad de este 2013 nada tiene que ver con la que tenía que meter el dedo en la llaga para creer. Ahora le basta con ver la herida y a veces no necesita ni eso.
A estas horas todavía no hemos escuchado a Rajoy hablando de lo que va camino de acabar con su carrera política. De nada sirvieron los desmentidos y las amenazas de María Dolores de Cospedal y de nada va a servir, me temo, la homilía que nos vienen anunciando para hoy sábado en la reunión extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional del PP prevista para dentro de apenas dos horas.
Rajoy no se va a enfrentar a la prensa. Una vez más ha elegido lanzar su discurso cerrado, sin darnos la oportunidad de verle responder a preguntas. Difícilmente va a satisfacer a la sociedad que, si aún no se ha movilizado, no tardará en hacerlo, porque casi todos estamos indignados.
Lo que pretende Rajoy no va a resultarle y, en mi opinión, ni siquiera va a contentar a las voces críticas que poco a poco asoman en su propio partido, porque, salvo que anuncie su dimisión o algún que otro cese, porque lo suyo es como si un párroco sorprendido con la mano en el cepillo, en lugar de explicarse, nos convocase a misa de doce.
 
 
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