domingo, 17 de marzo de 2013

QUE NO PARE LA MÚSICA

 
 
El pasado viernes, poco antes de la comida semanal con los amigos  y mientras hacíamos tiempo ante cañas y vermuts, tuve la fortuna de compartir charla con Toni Zenet y su trompetista cubano, Manuel Machado. La charla arrancó en torno a "la munición" que, los muy canallas, acarreaban en sendas bolsas para la calçotada con que pensaban festejar a unos amigos que, por desgracia, no éramos nosotros. Digo que la charla arrancó por ahí, pero siendo nuestros interlocutores un cantante como Toni y un cualificado trompetista como Manuel, no tardó en girar -con mi ayuda, claro- hacia la que es, y lo sabéis, una de mis mayores pasiones: la música.
Amigos comunes, genios admirados, instrumentos preferidos, conciertos vividos... todo lo que puede desear un tipo como yo que, en gran medida, vive para la música desfiló ante nosotros en esa escasa pero intensa media hora de conversación apasionada y no recuerdo ahora si fue en ella o fue después, buscando "cosas" de Machado en "la red", cuando afloró el dato de que se formó en su Cuba natal, concretamente la Escuela Nacional de Arte de La Habana. Apenas un dato sin importancia que cobró todo su valor cuando al día siguiente, ayer sábado, escuché a otro apasionado de la música, Javier del Pino, con el que, antes de su "aventura" americana compartí tantas horas de charla y tanta música en la redacción y fuera de ella.
Javier se ocupó de un asunto al que quizá no damos la importancia que tienen en estos tiempos que corren, pero que, de no ponerle remedio, nos empujará a un abismo de silencio o, lo que es peor, de música ramplona y sin ese latido pasional que sólo saben darle quienes la aman y la viven: la asfixia a la que el ayuntamiento de Madrid quiere someter a una de sus más hermosas creaciones, las escuelas municipales de música, por las que han pasado y pasan centenares de niños y adultos que a cambio de un precio asequible -para algunos también un sacrificio- recibían una formación del todo inalcanzable si tuviesen que buscarla en los conservatorios o en las escuelas privadas. Tan hermoso milagro que llevaba años despertando o cultivando la pasión por la música era posible porque el coste de la formación se costeaba a partes iguales por los alumnos, el ayuntamiento y algunos patrocinadores. Pero este frío ayuntamiento que hoy preside Ana Botella, cargado de asesores de apellidos ilustres y familiares, con delirantes proyectos, como los Juegos Olímpicos, esos sí, imposibles de alcanzar y, mucho menos, costear en tiempos de crisis, no quiere seguir adelante con la magia y ha dejado de poner su parte para el sueño, convirtiendo en insostenible la supervivencia de las escuelas en las que, ahora, los alumnos tienen que pagar prácticamente lo mismo que en una escuela privada.
La música y los sueños, para quienes se los puedan pagar. Mientras, seguiremos admirándonos con el virtuosismo de músicos humildes como Machado o tantos y tantos otros, venidos del Este de Europa, que pudieron serlo gracias a que, allí, la música no es un lujo para unos pocos o un negocio para unas cuantas multinacionales, sino una de las artes, esa con la que mejor y más intensamente se transmiten las emociones, y, formarse en ella, un derecho ciudadano.
Ojalá reconsiderase el ayuntamiento su decisión. Ojalá, como los profesores de estas escuelas, se parase a penar en lo que está haciendo y, como ellos han accedido a bajarse el salario, para poder seguir alimentando el milagro, accediese a mantener al menos una parte de su aportación para que no pare la música.

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