jueves, 21 de marzo de 2013

¿QUIÉN MANEJA MI BANCA?

 
Por mucho que hayan avanzado la ciencia y la técnica, por mucho que se haya extendido la cultura, por mucho que los poetas, que hoy celebran su día, hayan llenado de belleza las páginas de nuestros libros, el mundo se ha movido poco y sus problemas siguen siendo los mismos. Qué poco podía imaginar Enrique Santos Discépolo que su "Cambalache" iba a tener vigencia casi ocho décadas después, y en especial ese "los inmorales nos han igualao".
Recuerdo que, aunque no a todos, a mí me escandalizó en su día que Rodrigo Rato se marchase a lo Benedicto del FMI, echando por tierra el prestigio arriesgado por España en su nombramiento. Aún así, su sucesor, Dominique Strauss Kahn, también dejó el cargo de manera apresurada, aunque, esta vez, prácticamente con los pantalones en la mano, como si de uno de los clientes de la dulce Irma de Billy Wilder se tratara. Ahora, es la elegante Cristine Lagarde, la brillante ministra de Finanzas de François Fillon bajo la presidencia de Sarkozy primera mujer en llegar al cargo, quien atraviesa serias dificultades para poner a salvo su honorabilidad, bajo la sospecha investigada por la justicia, registro de su casa parisina incluido, por haber favorecido al polémico empresario Bernard Tapie en la venta de Adidas con fondos de banco público Crédit Lyonnais, sorteando la autoridad judicial en pleno proceso contra Tapie.
¿Es que no hay nadie decente al frente de la banca? ¿Acaso el ser de moral distraída, un tonto útil pagado de sí mismo, soberbio e implacable es la condición sine qua non no se puede alcanzar la cúpula de una caja regional o de la mismísima banca mundial? Visto lo visto, parece que sí. Visto lo visto, está claro que, como en el avión del chiste, en la cabina de mando de las finanzas pilotan los simios más inútiles, patéticos y, o, siniestros.
Casi al tiempo que conocíamos el registro de la residencia parisina de quien tanto dolor y sufrimiento está infligiendo a los ciudadanos de la Europa menos pudiente, nos enterábamos de que la cúpula de Bankia se lo estaba llevando crudo y que, en los años en que se engendraba el desastre se embolsaron cerca de setenta millones de euros, de los cuales, Miguel Blesa, coautor junto a Rato del minado de la entidad, se había "agenciado" nada menos que doce.
Nos enteramos ayer por UPyD que está dispuesta a llevar las remuneraciones de la cúpula de Bankia durante esos cuatro años críticos a la Fiscalía Anticorrupción. Algo debemos hacer, algo debe hacer la fiscalía, cuando está claro que estos señores se llevaban el dinero a espuertas, mientras la solvencia del grupo se resquebrajaba.
No puede ser que los salarios de esta gente están ligados a los resultados o que actúen sin un control efectivo, no sólo aparente,  de sus decisiones. Ha quedado demostrado que, por aumentar el volumen de su negocio, que era el nuestro, se metían en torpes e inconfesables operaciones, fiándolo todo a la depredación posterior de sus clientes o a una huida hacia adelante. Y no es lo peor, lo peor es que en esta ruinosa "política de objetivos" que se ha extendido como el aceite por todo el tejido empresarial de este país, y me temo que no sólo de este país, el de abajo ha aprendido a mentir al de arriba, para salvar el tramo de salario que correspondía a su cuota de objetivo, y también a los de abajo, a los clientes y "usuarios" finales, a los que con trampas y añagazas les vendían lo que no querían o no necesitaban.
Apañados estamos con quienes han tomado las decisiones en la banca y los gobiernos españoles, europeos y mundiales. Basta con repasar los titulares de la prensa de hoy: "Tres millones de españoles sufren pobreza severa", "Chipre en venta", "El gobierno rebaja sus previsiones", etc. Y todo mientras los responsables toman y "destoman" medidas sin sentido, evidenciando que no tienen la más mínima conexión con la realidad. Aunque tampoco la necesitan, porque, en el fondo, sólo sirven a sus iguales y no a quienes, al fin y al cabo, nunca les han votado.
Por eso me pregunto quién maneja mi banca. No sé quién ni por qué, pero está claro que no puede seguir haciéndolo.
 
 
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