sábado, 22 de junio de 2013

EXCELENCIA

 
 
Excelencia. Nunca me ha gustado la palabra. Dijo Rilke que la patria del hombre es la infancia y en mi patria, la palabra excelencia iba siempre unida a un posesivo, su, y tenía detrás el timbre metálico y nasal de la voz de David Cubedo adornándola siempre con los mismos y ampulosos adjetivos, pero cambiando el escenario, que era una vez una presa, otra un hospital o una fábrica y, a veces, corridas de toros o partidos de fútbol, aunque en esos casos era Matías Prats el que tomaba el relevo a Cubedo para cantar las glorias y virtudes de ese general bajito y barrigón, de voz atiplada y mirada distante y desconfiada que tanto daño hizo durante tanto tiempo a España y los españoles.
Creo que queda claro porque no me gusta la palabra, más si tenemos en cuenta las veces que se la he escuchado a personajes como Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón gastándose en publicidad y canapés lo que ahora nos falta para dar de comer a los niños o cuidar a los ancianos. No me gusta, no. Sobre todo, porque en uno y otro caso es hueca y falsa, porque aquel general nunca fue excelente en nada, quizá en crueldad y en cinismo, del mismo modo que en boca de los otros sólo era una etiqueta cara y vacía que colgar de sus inventos. Una etiqueta que adoraban se desvivían por colgar a su idea de educación, o debería decir negocio, elitista y exclusiva, cultivada con mimo como un rosal regado con el agua destinada al resto del jardín.
Llevan décadas practicándolo. Y no sólo desde que estalló la crisis, porque ya se encargó Gallardón el justo de permitir a los colegios concertados, pagados también con nuestros impuestos, los de todos los vecinos, discriminasen a los alumnos extranjeros o procedentes de familias desestructuradas o con problemas, de dinero, claro, para quedarse con la simiente transgénica que son los hijos de las clases medias del país. Llevan décadas haciéndolo "a la chita callando", aunque dese hace dos  o tres años, con la excusa de la crisis se han quitado la careta y han entrado a asaco con un sistema que tenía la virtud de garantizar, o intentar al menos, que el punto de partida fuese el mismo para todos.
No sé cómo ha sido en otras comunidades, pero aquí, en Madrid, llevamos demasiado tiempo asistiendo al proceso de destrucción del sistema educativo, aliñado con la campaña de desprestigio del profesorado, con el único y miserable fin de adelgazar el presupuesto destinado a educar a todos, mientras se engorda el de los colegios concertados en el que poner a salvo a los españolitos "pata negra". Han ido todo este tiempo contra ellos llamándoles vagos, criminalizando a sus sindicatos y tratando de echarles encima a los padres, mientras convertían los colegios en un producto más a la venta, estableciendo clasificaciones de calidad, ordenándolos por resultados, para aumentar la demanda de plazas sobre unos, mientras se deja caer a los otros, en lugar de apoyarlos con refuerzos o mejorando sus instalaciones.
En el sumun de este delirio ultraliberal, Esperanza Aguirre inauguró con orgullosa pompa un instituto de excelencia, sólo para los mejores, una especie de reserva de cerebros, en el que echar el resto, sin pensar que lo que importa del sistema no es ese escaparate, sino la trastienda de los institutos de barrio, con sus instalaciones deterioradas, sus alumnos mal alimentados, que llegan cansados a clase y tienen que enfrentarse cada día a las dificultades de un idioma que no es el suyo.
Han vivido el sueño de podar el sistema, dejando a salvo sus brotes predilectos, sin darse cuenta de que, pese a todo, los ciudadanos defenderían este sistema que es el suyo. Han dado pasos en falso y no han querido ver que las protestas de padres, profesores y alumnos no eran una cuestión de unos cuantos sindicalistas. Eso quizá sirva para justificarse en los despachos o para escribir editoriales en sus periódicos, pero no vale para la calle ni, mucho menos, para los colegios.
Han perdido el tiempo construyendo una fábula increíble y ni siquiera sus ejemplos, los estudiantes a quienes pondrían la etiqueta de excelencia, les dan la razón. Lo hicieron hace unos días algunos de los licenciados con premio fin de carrera y lo hizo ayer el mejor estudiante madrileño en las pruebas de selectividad, Anatolio Alonso, que, con su 9,95, se enfundó en la camiseta verde de la enseñanza pública para decir que "la escuela pública es donde me he criado y donde me ha formado. Aquí se ven personas que puede que no sean tan brillantes como en el bachillerato de excelencia, pero así es la sociedad". Sabias palabras que resonarían como un mazazo, si es que quisieron escucharlas, en los oídos de Esperanza Aguirre o del ministro Wert, quien, por cierto va de fracaso en fracaso y de abucheo en abucheo. El último, anoche mismo, junto a la reina, cuando, en los saludos, se dijo su nombre en el homenaje a Teresa Berganza.
 
 
Puedes leer más entradas de "A media luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/

No hay comentarios: