domingo, 9 de junio de 2013

FÓRMULA PARA SAQUEAR UN PAÍS

 
Andan estos días amargándonos la vida, tratando de quitarnos la poca confianza que nos queda en el sistema, y lo están logrando. Ahora que no hay trabajo, que no hay crédito, que casi todo en lo que confiábamos está desapareciendo, ahora que muchas familias están sobreviviendo con la pensión de los padres o de los abuelos, ahora nos dicen que también van a meter las tijeras a esas pensiones que están siendo el salvavidas de tantas familias, porque no son sostenibles ene el tiempo.
Para justificar eso que pretenden hacer, el gobierno, los gobiernos todos, la troika y el gran capital anónimo y sin alma echan mano de expertos, curiosamente emparentados la mayoría con la banca y las grandes aseguradoras, que han parido una complicada fórmula para calcular lo que tendrían que cobrar los futuros pensionistas para mantener el sistema, que será bastante menos que lo que cobran los que ya la disfrutan y ligado siempre a la esperanza de vida del país.
Conocer la existencia de esa fórmula me ha llevado a pensar que debe existir otra mucho más simple y rotunda que es la que le ha servido a ese capital desalmado y sin rostro para saquear este país y los que, como éste, están viendo como desaparece su riqueza, la de sus ciudadanos, de un día para otro, de la noche a la mañana, a veces, incluso, muy por encima de sus propios cálculos, con resultados que empiezan a preocupar en la misma Alemania, inductora al fin y al cabo del proceso.
La fórmula, el procedimiento es sencillo. Bastó con abaratar, si no el coste del dinero, si la forma de conseguirlo. En un país que, a consecuencia de la ley del suelo aprobada por el PP, giraba fuera de su eje y lo hacía alocadamente, casi todo el mundo tenía un trabajo y unas expectativas de futuro que le permitían soñar con una casa con jardín, un apartamento en la playa, vacaciones, viajes y coches de lujo. Para alimentar el sueño, los bancos y las cajas comenzaron a vender, también alocadamente, su crédito, un crédito que a su vez, con el aumento de la demanda, acababan comprando en el extranjero, fundamentalmente en Alemania, con lo que tendríamos ciudadanos endeudados con una banca también endeudada, en un país en el que los gobernantes, para ganarse el apoyo de esos nuevos ricos en que había convertido a los votantes, también se endeudaba despilfarrando sus recursos actuales y futuros en grandes obras públicas superfluas cuando no obscenamente innecesarias.
Tenemos, pues, ciudadanos e instituciones dándose caprichos o teniendo que comprar la vivienda que realmente necesitan al desorbitado precio del mercado. Y tenemos unos bancos y cajas vendiéndoles su  dinero y el que tienen que comprar fuera porque, dicen, su negocio es dar crédito. Lo malo es que las viviendas, los apartamentos, los viajes, las vacaciones y los coches de lujo no eran sólo de quienes creían haberlos comprado. También eran propiedad del banco o la caja, porque los cómodos plazos incluían garantías y condiciones leoninas para el momento en que no fuese posible pagarlos.
Con esa economía en ebullición, entregada al consumo, en la que pagar impuestos para sostener el sistema era poco menos que una frivolidad del pasado, bastaba detener la rueda, imponer cualquier exigencia imprevista para que todo se esfumase y el fiasco perfectamente previsible de las hipotecas sub prime americanas fue el palo que detuvo la rueda e hizo saltar todo por los aires.
Esa ha sido la fórmula hacernos creer que podíamos, empujarnos a gastar nuestros ahorros en lo que quizá no siempre necesitábamos y luego quitárnoslo todo: lo comprado, los ahorros, el trabajo, el bienestar y, ahora, las pensiones. Eso, mientras los que se aprovecharon de nuestra locura inducida y gestionaron el crédito de manera suicida tienen a salvo, muchas veces fuera del país, el resultado de su saqueo y la banca saqueada tapa sus vergüenzas, sin soltar un euro en crédito, con un dinero que, de momento, estamos pagando todos.
Esa y no otra es la fórmula con la que han saqueado este país. 
 
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