miércoles, 31 de julio de 2013

PROHIBIDOI HABLAR CON EL CONDUCTOR

 
 
Quién no recuerda, yo al menos sí lo hago, aquellas plaquitas de aluminio, grabadas en negro que, al menos en los autobuses madrileños, aquellos pintados en azul y vainilla, de conductor y cobrador uniformados y con quepis, informaban, entre otras muchas cosas, de la prohibición de hablar con el conductor. Ya por entonces se sabía que cualquier distracción de quien está a los mandos de un vehículo puede resultar fatal. Sin embargo, aún hoy, no es extraño ver como algún pasajero habitual se enreda en charla con quien tiene que estar pendiente del tráfico, la ruta, de quienes esperan al autobús en las paradas o de los viajeros que la solicitan para apearse. No hace mucho, fui testigo de una de estas circunstancias y de cómo el conductor, de "charleta" con un colega, no se detuvo a petición de una pasajera y de la bronca consiguiente.
En aquella ocasión todo quedó en eso, en una brinca. Pero es fácil imaginar lo que hubiese sucedido si ese conductor tuviese entre sus manos los controles de un tren lanzado a casi doscientos kilómetros por hora. Sabiendo eso y teniendo absoluta y científica constancia de la merma en la atención que produce cualquier conversación, mayor si se hace a través de un aparato como el teléfono móvil, no soy capaz de imaginar por qué alguien de la compañía tuvo la fatal ocurrencia de telefonear a Garzón cuando estaba a punto de tomar la curva de A Grandeira.
El pobre maquinista -no creo que hoy haya nadie más desgraciado- deseó haber muerto junto a sus pasajeros, cuando, minutos después de aquella llamada y una vez que fue rescatado de ese potente tren que se había salido de la vía porque se había desorientado por la conversación, fue consciente de las consecuencias del desastre.
Cuando ayer se supo el contenido de las cajas negras, RENFE se apresuró, como no lo había hecho hasta entonces para ninguna otra precisión, en hacer público el protocolo sobre uso de teléfonos móviles por parte de los maquinistas de servicio. Y la compañía no escatimó medios, enviando con premura notas de prensa y poniendo a disposición de las televisiones a sus portavoces. Algo que resulta más que mosqueante, porque cada vez está más claro que la información que hasta ahora ha facilitado RENFE se está administrando en favor de la compañía y, a veces, en perjuicio del maquinista, empleado suyo, que conducía el tren.
Tal y como se ha presentado ante la opinión pública a Francisco Garzón, más de uno se habrá formado de él la imagen de tipo irresponsable, pendiente de jugar con el Facebook y adicto a la velocidad. Parece que no es así y menos mal que las cajas negras del tren han funcionado, no como el ERTMS y quién sabe si el intercomunicador de cabina -tren tierra creo que se llama- que conecta la cabina de mando con las estaciones y que, para aclarar la ruta de entrada a Ferrol, fue sustituido por el móvil profesional, el único autorizado a bordo y que sólo debía usarse para comunicar incidencias del servicio o emergencias.
Cuanto más sabemos del accidente más sospechosa aparece la administración y más burda parece su estrategia de autoexculpación en detrimento del conductor del tren. Apostaría a que nunca sabremos quién filtró a través de Facebook la secuencia del descarrile registrada por las cámaras de seguridad, tampoco sabremos porque en cuestión de horas se había filtrado la conversación de un Garzón todavía aturdido asumiendo la responsabilidad del desastre y nada hemos sabido, hasta que lo ha revelado la caja negra en manos del juez, de esa llamada previa que pudo haber desencadenado la tragedia. Tendrán que explicar ahora por qué, si no es conveniente hablar con el conductor, se le dieron instrucciones, precisamente cuando abordaba el punto más peligroso del trazado de la línea.
 
 
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martes, 30 de julio de 2013

BALIZAS EN EL CONSTITUCIONAL

 
 

La recuerdo como una de esas verdades, lógicas, de cajón, incontestables, que aprendemos desde que somos niños: "no se puede ser juez y parte", quizá porque, como reza otra de esas verdades, "el que parte y reparte se queda con la mejor parte". La cosa es tan evidente que, hasta en el deporte, cuando se enfrentan dos equipos de distintas ciudades, se designa un árbitro colegiado en una tercera región para que no haya la más mínima duda sobre su imparcialidad. Pese a todo, no deja de haber arbitrajes más o menos dudosos y los árbitros no dejan de evidenciar simpatías o antipatías hacia determinados "colores", pero lo que nunca se ha visto o al menos no lo recuerdo es que un árbitro tome decisiones en un partido en el que uno de los equipos enfrentados lo tuviese entre sus socios.

Y qué decir si llegase a saberse que ese arbitro ha estado enseñando triquiñuelas a los jugadores de "su" equipo, entrenándoles para "taparse" a la hora de cometer infracciones o perfeccionando sus habilidades para fingir agresiones de los contrarios. No cabe duda de que correrían ríos de tinta y dicho árbitro quedaría inhabilitado para los restos, porque cualquier decisión que tomase en adelante estaría marcada por la sospecha, plenamente justificada, de parcialidad.

Siendo así en algo como el fútbol que, aunque negocio, nos esforzamos en hacer ver que es un juego honesto, dotado de reglas y controles que garantiza su limpieza, cómo es posible que, al frente del Constitucional, el último bastión en las garantías que han de tener las leyes y los ciudadanos, se halle un militante de carné de un partido, en este caso el que gobierna, que ha tomado parte como asesor en la elaboración de leyes aprobadas por ese partido y que, siempre que lo ha creído conveniente, y han sido muchas las veces,  ha dejado ver, en conferencias y escritos, sus opiniones perfectamente ajustadas a la doctrina de ese partido, lo que le dejaría fuera de cualquier deliberación que tuviese algo que ver con sus opiniones o las de ese gobierno que tanto empeño puso en llevarle a presidir tribunal.

Eso, en cuanto a la clara personalidad política de Francisco Pérez de los Cobos, presidente del Tribunal constitucional, con militancia probada, registrada en los libros de contabilidad del PP  y asumida por él mismo, como, ante las evidencias, no podía ser de otro modo. Pero qué decir de todos los controles, todas las balizas, que deberían haber detectado tamaña irregularidad en un magistrado, al que, por si fuera poco, se elevó a la presidencia del tribunal y no emitieron la más mínima señal, el más mínimo asomo de sospecha.

Durante unos años me ocupé de la información de tribunales y creo conocer el peculiar modo de ser de jueces y magistrados y sé que unos lo saben prácticamente todo de los otros, desde el whisky que prefieren a los periódicos que leen o el cine que les gusta. Cómo no van a saber, entonces, de la indisimulada militancia de Pérez de los Cobos en el PP. Cómo consintieron en que fuese nombrado para el cargo. Sólo encuentro una explicación para ello: que los nombramientos en el Tribunal que, como ya he dicho, ha de ser el último recurso para que los ciudadanos vean defendidos sus derechos, sean el resultado de un miserable intercambio de cromos, en el que lo que menos importa es quién es el propuesto y, lo que más, quién lo propone.

En el caso de Pérez de los Cobos, se ha dado la "desgracia" de que su militancia se ha convertido en inocultable y les ha dejado a todos en evidencia, también a la oposición socialista que ahora se esfuerza en pedir su dimisión, pero es evidente que los controles parlamentarios a que se sometió el magistrado para su nombramiento como presidente del tribunal fueron tan inútiles como esas carísimas balizas del ferrocarril que, a la postre, no cumplen con su función, porque están  desconectadas.
 
 

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lunes, 29 de julio de 2013

DEMASIADO PARA UN SOLO HOMBRE

 
 
"Somos humanos, somos humanos" dicen que gritaba en su desesperación el conductor del Alvia descarrilado a última hora del miércoles, cuando estaba a punto de llegar a la estación de Santiago.
Lo gritaba al tiempo que repetía que tomó la curva a ciento noventa kilómetros por hora, una curva en la que ya todos sabemos de sobra que el tren no debería haber sobrepasado los ochenta. Lo supimos casi de inmediato, como también supimos que, al menos en una ocasión, había colgado en Facebook una foto del velocímetro de un tren que conducía a doscientos kilómetros por hora. Se nos dijo también desde las dirección de Renfe y ADIF -lo hizo Gonzalo Ferre, presidente de esta última- que, prácticamente, la única responsabilidad del conductor era la de controlar la velocidad y que estaba allí para eso, porque, si no, sería un pasajero más.
Se nos dijo todo eso y, además, se filtraron las imágenes del momento preciso en el que el tren descarrilaba, para que no quedase ninguna duda de que el exceso de velocidad fue la causa del descarrilamiento.  No cabe duda de que se echaron todos esos "huesos" a la prensa, para que, poco a poco fuera satisfaciendo su empeño en encontrar la explicación para la tragedia que la sociedad estaba necesitando. Mientras tanto, ambas empresas permitieron, con su silencio o su ambigüedad, que se abriera un gran debate nacional, en el que todos, ingenieros de oídas, nos enredamos en cantar la idoneidad del sistema ASFA, analógico o digital, o ERTMS instalados en el trayecto. Y a fuer que lo consiguieron, porque el bosque que nos pusieron delante nos impidió ver la verdadera causa del accidente que no es otra que, pese a toda la tecnología presuntamente desplegada en el trayecto, el accidente se produjo en el lugar más propicio para que ocurriera, en el punto exacto en el que la línea pasa de ser de alta velocidad a ser, simple y llanamente, convencional.
Hoy, mitigado el apasionamiento de los primeros momentos, viendo las cosas con perspectiva, nos damos cuenta de que todo fue una gran chapuza, porque nunca debió dejarse en manos de un sólo hombre la responsabilidad de, en apenas cuatro kilómetros o lo que es lo mismo, poco más de un minuto,  reducir la velocidad del tren en ciento diez kilómetros por hora. La gran chapuza nacional que llevó a que, por las prisas de colgar el AVE en el cartel electoral correspondiente, se anudase un cordón de seda con una vieja soga de esparto. Hoy sabemos que nada ni nadie, salvo sus propios sentidos, podía avisar al conductor de que la velocidad con que iba a entrar en la curva llevaba al tren directamente a la tragedia. Hoy sabemos, nos lo cuenta el diario.es  que el sistema de seguridad instalado en el tramo "soga" de la vía era de hace medio siglo, el ASFA analógico, y que el moderno ERTMS del tramo "seda", un sistema tan caro como el resto de la línea no estaba en uso.
Tengo la impresión de que cuanto más hurguemos en el asunto, más conscientes vamos a ser de que la responsabilidad de este accidente es demasiada para echarla sobre la conciencia de un solo hombre. No puede ser que la seguridad de un tren cargado de pasajeros dependa de que una sola persona, dos ojos, dos oídos y un cerebro, estén al cien por cien de su capacidad en el momento justo. Pueden darse muchas, demasiadas, circunstancias para que eso no ocurra y, en ese caso, la tragedia vendría sola.
Todo esto por no hablar de la chapuza que fue la descoordinación de las dos primeras horas, de la imposibilidad del acceso a las vías que, probablemente, aumento el número de víctimas, seguro, en el vagón incendiado y probablemente en los demás. Sé que esto que digo resultará duro y, sobre todo, echará abajo el bonito cuento que nos hemos estado contando a lo largo de estos días. La realidad es así e, insisto, es demasiada tragedia para un solo hombre que bastante tiene con llevarla sobre su conciencia el resto de su vida. Somos humanos y, porque lo somos, no deberíamos fiar la suerte de tanta gente a que un solo hombre esté, en todo momento, al cien por cien de su capacidad.
 
El juicio mediático ya está hecho. Tenemos un culpable, el maquinista, que parece que, en su fuero interno, ha asumido ya su culpa. Ahora nos queda la tarea de encontrar, también en los despachos, a los demás.
 
 
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domingo, 28 de julio de 2013

ROUCO Y FRANCISCO

 
 
Vaya por delante mi reconocimiento de una cierta culpa por la simpleza de miras con que recibí en su día el nombramiento del cardenal Bergoglio como sustituto de Ratzinger. Bien es verdad que, en caso de consolidarse los pasos que viene dando el papa Francisco, no harían sino interrumpir toda una tradición de la jerarquía de la iglesia católica que siempre se ha mostrado, especialmente en las últimas décadas, complaciente con el poder, mientras mostraba la más terrible de sus caras y trataba de imponer su férrea moral a los más humildes.
Me sorprenden no sólo los gestos, sino, especialmente, las palabras de este papa, de este jefe de la iglesia católica que ayer mismo defendió en Río de Janeiro la laicidad del Estado, he de suponer que consciente de toso lo que implica. ¿Qué habrá pensado desde su cómodo sillón de presidente de la Conferencia Episcopal Española el cardenal Rouco? Desde luego, nada bueno, porque en un estado laico poco o nada deberían decir los obispos y quienes están detrás y delante de ellos sobre las leyes que se dan los ciudadanos para regular y ordenar los derechos y las obligaciones de los ciudadanos.
¿Qué dirá Rouco que, por ignorancia o por cinismo, confundió ante los periodistas los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs) con las islas gallegas, del mandato del papa a los sacerdotes brasileños para "buscar a dios en las favelas"? Qué distinto ese mensaje de su orden, primero de cerrar y luego de descafeinar la parroquia de San Carlos Borromeo, en Vallecas, caracterizada por eso, por acercarse a los más humildes, a quienes más necesitan, no ya de eso que llaman "la palabra de dios", sino de la ayuda y el ejemplo de iguales, sin disfraces, sin lujos, que desde el mismo suelo que pisan y con las mismas necesidades y problemas se han instalado junto a ellos.
No creo que al soberbio de Rouco le estén gustando los mensajes que llegan de Río. Y, sin embargo, debe saber, si es que es más inteligente que altivo, que son esos los únicos válidos en un momento en el que se están desmoronando las clases medias, las mismas que fueron el germen de las sectas que hace años tomaron el control del Vaticano, compensando -en la ministra Mato tenemos un ejemplo- con intransigencia moral los dispendios que se permiten en riquezas.
Ya no hay puentes entre las barriadas que acogen a los inmigrantes y a los más desfavorecidos del resto de los españoles. Los han volado o los están volando los ministros de este gobierno, el más descaradamente confesional de la reciente democracia española. Entre ricos y pobres, en España, ya sólo queda el arroyo, cada vez más ancho y más fangoso. Y si la iglesia no quiere quedarse sola en la orilla de los ricos, con sus colegios, con sus rosarios, con sus ritos y sus lujosas ceremonias, más le vale mandar a sus sacerdotes a arremangarse y cruzar las negras aguas de la crisis para ir a vivir y a compartir al otro lado del arroyo. 
Me temo que Rouco y el papa Francisco sólo tienen en común la lengua y eso, siendo mucho, es muy poco. La única iglesia válida hoy -y lo escribe un ateo convencido- es la que se ponga del lado de  los que sufren y eso, pese a Cáritas que, en realidad tiene poco que ver con la jerarquía, no lo está haciendo en España. En cuanto al papa Francisco, ojalá se consolide su mensaje y ojalá disfrute de una vida larga y tarde mucho en rendirse.
 
 
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sábado, 27 de julio de 2013

CRUDEZA GRATUITA

 
 
Me asomo al blog de un amigo argentino de visita en España, con el que ayer tuve el placer de compartir comida y sobremesa, y me doy de bruces con una polémica reflejada en el blog de otro amigo y que no es otra que la de el modo en que se ha tratado la información, fundamentalmente en imágenes, pero no sólo a través de ellas, de la tragedia del descarrilamiento del tren Alvia cerca de Santiago de Compostela.
Mi amigo defiende la necesidad de mostrar los cadáveres en toda su crudeza, porque forman parte de la realidad que se quiere contar y yo no puedo estar más en contra de ese criterio. Traté de explicarlo hace dos días en este mismo, pero me temo que fui demasiado sutil, porque tengo tendencia al pudor -lo que resulta mal asunto para quien se ha dedicado y se dedica a esto- y no quise ser tan explícito como debía haberlo sido.
Dice mi amigo, curándose en salud, que, sin necesidad de acudir a las dantescas imágenes del campo de exterminio de Auschwitz, las crudas imágenes de la guerra civil americana o las de Phan Thị Kim Phúc, la niña vietnamita abrasada por el napalm lanzado por los mismos que rescataron a quienes tuvieron la fortuna, quién sabe, de sobrevivir al horror de Auschwitz, cuentan la realidad, supongo que como primer paso para modificarlas. Y no puedo estar más de acuerdo. Incluso con las terribles imágenes de los campos nazis, alguna de las cuales llevan la firma del propio Alfred Hitchcock.
Esas imágenes explican el horror de la guerra, de las guerras, y la barbarie calculada y científica, la deshumanización del horror nazi y, no sólo es bueno que se filmasen, sino que conviene difundirlas cada cierto tiempo para que las conozcan todas las generaciones.
Pero el caso de la tragedia de Angrois es distinto, lo es el de todas y cada una de  las víctimas de todos y cada uno de los accidentes, y os explico por qué.
Hace treinta y dos años tuve que ver en las páginas de la prensa, probablemente en las de EL PAÍS, porque era el periódico que leía, una foto que pudo haber firmado un amigo -yo, en aquella época, tenía muchos amigos fotógrafos, de los que aún conservo alguno- en la que se mostraba el momento en el que se sacaba a través de la ventana del vagón de in tren accidentado la camilla que transportaba un cadáver cubierto por una manta o una sábana, no recuerdo bien, de la que asomaba una pierna, con el pie cubierto solo por el calcetín, que reconocí inmediatamente, porque eran la pierna y el pie de mi hermano Miguel, fallecido junto a su amiga Miriam y varios empleados de Renfe, en aquel maldito choque de trenes.
A mi amigo le digo que la crudeza de aquella imagen que periódicamente me viene a la memoria y que, he de reconocerlo, no era excesivamente explícita, aunque bastase para reconocer al ser querido, resultó completamente gratuita, porque no aportaba nada a la explicación de lo que había sucedido y mucho menos a evitar que volviese a suceder, pero a mí me dejó un recuerdo que quizá no hubiese querido tener.
Se que “venden” menos, pero aportan más al conocimiento de lo sucedido las imágenes aéreas y a distancia del estado en que quedó el tren derrotado sobre la vía. Y, querido amigo, creo que nuestro papel como periodistas con conciencia es el de tratar de explicar la realidad para mejorarla.
 
 
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viernes, 26 de julio de 2013

EL ESTADO Y LAS TRAGEDIAS

 
 

Horas después de la tragedia de Angrois nuestros gobernantes, los mismos que se han pasado meses minando la moral y el prestigio de los funcionarios públicos, a los que se ha tildado sin piedad y sin razón de vagos, egoístas, aprovechados y, cómo no, incluso de sindicalistas, esos mimos personajes se han deshecho en elogios a los bomberos, a los sanitarios, a los psicólogos y a los voluntarios que, más allá de horarios, huelgas, libranzas, vacaciones y, sobre todo, obligaciones reglamentadas, se pusieron a disposición de las autoridades para paliar en lo posible el dolor y los daños causados por el accidente del Alvia.

Como ya se ha dicho, la respuesta de todos estos ciudadanos ha sido la luz en estas horas negras que han seguido a la tragedia y esa respuesta ha sido la que ha dado la talla de los servidores de este Estado que, a cada minuto y a golpe de decreto, nos están quitando de las manos. Quiero creer que médicos bomberos o psicólogos, al margen de la explotación que pudieran sufrir en manos privadas, se comportarían de la misma manera que lo han hecho sus compañeros de Santiago, De lo que no estoy tan seguro es de que tuviesen a su disposición los medios necesarios para atender con eficacia una emergencia de esas proporciones.

Es de cajón que, cuando en una gestión entra en juego el lucro, entra también, de su mano, el cálculo de probabilidades, ese pensar y medir qué posibilidades hay de que se pueda producir una emergencia que pueda requerir decenas de camas hospitalarias, ucis y personal que las atienda, qué posibilidad hay de que los bomberos tengan que desguazar en horas un tren entero y de que dispongan del equipo adecuado para hacerlo.

Es evidente que los mercaderes que pujan por hacerse cargo de los hospitales públicos no se plantean estas contingencias. Ellos piensan más en los céntimos a recortar de cada menú, en ahorrar en gasas, vendas y calmantes que en catástrofes que, afortunadamente, resulta difícil que se repitan. Tampoco piensan, a la hora de contratarlo, en la calidad y cualificación del personal, más bien en su precio, y olvidan que, en todas las actividades, pero especialmente en la sanidad, la experiencia es un plus que revierte en la eficacia y el acierto en decisiones que han de tomarse en apenas unos segundos.

Y qué decir de los bomberos que nunca serán rentables porque, menos mal, no hay incendios las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Para nuestros gestores -en Madrid sabemos mucho de ello- son señores con demasiados días libres que pasan demasiado tiempo ociosos en los parques. Olvidan las horas de entrenamiento y la entrega con que salen a cada servicio, muchas veces a jugarse la vida.

Son sólo dos ejemplos de cómo se está maltratando a los servidores de este Estado que está ahí, no para que salgan las cuentas que, a ser posible, también, sino para cubrir las necesidades de quienes, como ciudadanos, lo sostenemos con  nuestros impuestos. Espero que las lágrimas, que quiero creer sinceras, no de cocodrilo, de Núñez Feijoo o los elogios de Rajoy y el rey a  los funcionarios no sean nube pasajera que se olvida al día siguiente. Espero que caigan en la cuenta de que, para quienes no creemos en la protección de la virgen del Rocío o la divina providencia, el Estado es, como al final para todos, la única protección y consuelo cuando nos alcanza la tragedia.
 
 

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jueves, 25 de julio de 2013

NO ME GUSTA HABLAR DE ESTAS COSAS

 
 
Me cuesta esta mañana, como nunca, ponerme a escribir sobre el único asunto que hoy merece nuestra atención. Y me cuesta, sobre todo, porque hace ya muchos años perdí a mi hermano Miguel en un accidente ferroviario, otro, absurdo como todos, un cinco de enero, víspera como hoy de una fiesta que para nosotros, para mi familia, para mis amigos y los de Miguel, dejó de serlo en el instante en el que aquel tren se encontró de frente en la misma vía con aquella máquina que nunca debía haber estado allí.
Recuerdo perfectamente las primeras noticias de aquel accidente ferroviario. Había ocurrido cerca de Miraflores de la Sierra y las escuché en la radio, con el desapego de quien tiene otras cosas que hacer y no sospecha que lo que acaba de suceder le afecta y va a cambiar su vida para siempre. Era víspera de Reyes y trabajaba en el negocio familiar -una perfumería- aconsejando y empaquetando esos regalos de última hora que, pese a la falta de imaginación o presupuesto, permitían cumplir con la tradición. Tenía también otras cosas en las que pensar, porque tres días después iba a casarme.
Recuerdo también que el destino estuvo jugando con nosotros, con mis padres, mis hermanos y conmigo durante horas, porque, como digo, no sabíamos que Miguel viajaba en él y, cuando lo supimos, nos dijeron que no estaba entre las víctimas, ni siquiera entre los heridos que habían sido evacuados. Tratando de explicar lo inexplicable, nos dijeron que quizá le habían evacuado aturdido y desorientado. Pero las horas pasaban y Miguel no aparecía o, mejor dicho, no daba señales de vida.
Todo, porque habían identificado su cadáver -llevaba una cazadora azul- como el de uno de los maquinistas que, finalmente, apareció herido en uno de los hospitales.
Recuerdo que tuve que acompañar a mi padre hasta Miraflores cuando ya supimos -fue él, pobre, quien tuvo que identificar el cuerpo- que una de las víctimas era mi hermano. Había fallado la suerte, la esperanza que nos mantuvo aturdidos todo el día y, por desgracia, Miguel estaba allí. Tuve, no sé si la suerte, sí el privilegio, de poder despedirme de aquel chaval tan brillante y tan querido -aún hoy, treinta años después de su muerte, me hablan de él- con el que, de niños, tantas veces me había peleado. Heredé su entusiasmo, alguno de sus libros y bastantes de sus amigos, su recuerdo y la duda de hasta dónde pudo haber llegado de no haber muerto absurdamente cuando sólo tenía veinticuatro años.
Por eso no me gusta hablar de estas cosas, porque yo he pasado por ello, porque sé que, cuando suceden, los periódicos, las televisiones y las radios se llenan de datos, de historias y de imágenes que poco o nada tiene que ver con la realidad de las historias truncadas, de las vidas interrumpidas que quedan entre los restos. Los medios tratan de darle a la sociedad una explicación o un consuelo que nunca lo son para quienes han perdido a sus seres queridos.
En mi caso, el de Miguel, el único consuelo es que, a sus veinticuatro años, había vivido una vida tan intensa y gratificante que, he de reconocerlo, le envidiaba. Desde que enterramos su cuerpo, nunca he vuelto al cementerio para visitar su tumba, pero raro es el día que no me acuerdo de él. Entendéis por qué no me gusta hablar de estas cosas.
 
 
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miércoles, 24 de julio de 2013

SU DIOS EN NUESTRA CAMA

 
 
No seré yo quien ponga la más mínima traba a las creencias de un ciudadano, siempre que éstas no interfieran en la vida del resto de individuos que componen la sociedad, siempre que respeten su libertad y, sobre todo, su derecho a la felicidad. Por eso, quienes traten de imponer sus ideas o sus creencias a los demás, me tendrán siempre enfrente con todas mis fuerzas.
Tener a dios,  un dios cruel, justiciero y parcial, de su lado lleva a algunos a ser injustos y crueles, hasta el punto de imponer la infelicidad como castigo a quienes no comparten su credo, un credo que, para algunos, lo impregna todo y tratan de "colarnos" en sus leyes, más allá de la justicia y el sentido común. Tener a ese dios de su parte y más si ese dios o, mejor dicho, quienes hicieron y deshicieron en su nombre durante cuarenta años, conduce a la soberbia y a no querer ver el mundo como es, sino como quieren verlo. Tener a dios en sus filas les hace creerse invencibles e incontestables.
Pero el asunto no es tan sencillo. Porque, pese a las imágenes de cristos torturados colgadas en los cabeceros de las camas de tantos y tantos hogares, la felicidad o el deseo de alcanzarla acaban por imponerse y acaba por reventar las costuras del más estrecho de los trajes que nos quieran imponer. Y, para su desgracia, también la felicidad es contagiosa. Mucho más que el miedo o la tristeza.
De un tiempo a esta parte, millares y millares de hombres y mujeres han optado por aceptarse como son y por quererse a plena luz del día, sin tapujos y sin miedo. Millares de esos hombres y mujeres han optado por garantizar su amor ante los hombres gracias a una ley que se impuso a cirios y sotanas, dándoles la oportunidad de acertar o equivocarse como al resto de parejas,
Ahora, como cualquier otra, esas parejas quieren culminar su derecho a la felicidad ejerciendo de pleno su derecho a ser una familia y accediendo, para tener descendencia, como cualquier otro ciudadano, a los mismos medios que, gracias a los avances de la ciencia, conseguidos las más de las veces con la oposición del dios justiciero y quienes le defienden, pone a su disposición el Estado.
Lo han intentado y se han encontrado con que quienes deciden ahora sobre la disponibilidad de esos medios son los servidores de ese dios frío y deshumanizado que ve pecado y perversión donde sólo hay amor, tan puro y responsable como el de cualquier otra pareja. Y esos "administradores de la vida y la felicidad" le han dicho que no, que no los tendrán a su disposición, porque esas mujeres que quieren concebir con el semen de un donante anónimo no están enfermas -pese a que, en su fuero interno, crean que sí y que la homosexualidad es una aberración que habría que tratar- y, al no estarlo, no deben ser asistidas en la sanidad pública.
Tienen, han tenido, además, el cinismo de negar intención discriminatoria en sacar fuera del sistema a las mujeres sin pareja masculina, pero, por ese saberse del lado correcto que acompaña a todo talibán que se precie, lo dejaron por escrito en la primera redacción de la modificación de la ley. También dicen, claro, que a todas estas mujeres no se les prohíbe tratarse en clínicas privadas ¡faltaría más! pero, para ello, deberán disponer de unos medios que no están al alcance de cualquiera.
A la ministra Mato no le importa que el niño nacido de una lesbiana sea fruto de una violación, eso no, sería voluntad de dios, ni que se conciba con el semen de un amigo que renuncie a reconocer al bebé o que el embarazo se consiga pagando a un "donante", una especie de semental de usar y tirar, con el trauma que puede suponer para quien ha hecho de la homosexualidad su opción.
Todos sabemos que, para muchas mujeres de esta y de otras generaciones, es acceso a la maternidad  ha sido igual de penosos, incluso con sus maridos, pero no por eso han de imponer sus reglas al resto de mujeres. Han sido muchos años de tener a su dios metido en nuestras camas y creo que ya va siendo hora de despejarlas para que sólo queden en ellas el amor o el placer deseado y consentido.
 
 
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martes, 23 de julio de 2013

DE LA PECERA AL TEATRILLO

 
Después de pasar cinco días en el paraíso, aislado del mundanal ruido, regreso al infierno madrileño de calor y tedio y compruebo que en esos cinco días apenas ha ocurrido nada o que, mejor dicho, nada de lo ocurrido parece haber tenido la suficiente importancia para que los muertos vivientes que nos gobiernan se decidan a regresar a sus tumbas o a resucitar de una vez.
Fue casi a la entrada de Madrid donde me enteré de que Rajoy había decidido, por fin, comparecer ante el Congreso para dar "su" versión, que e eso tiene toda la razón Elena Valenciano, su explicación a todas le graves revelaciones que, después de quemar sus naves, está haciendo, sobre las cuentas y sobre los mecanismos de financiación del PP, Luis Bárcenas, el mismo al que Rajoy otorgó su confianza y su amistad, el mismo con el que compartía cenas de matrimonios, que, para la "gente de orden" de este país, es el zenit de una relación, el momento tras el que, según el tópico y perdón por esgrimirlo, ellos comparten copa y puro y ellas, confidencias.
Lo malo de esta decisión de Rajoy no es que haya sido más o menos tarde o más o menos "a rastras", lo malo, y es algo que no ocurre sólo con Rajoy, es que la comparecencia se produce no porque el presidente del gobierno tenga obligación de rendir cuentas de lo que él mismo hace o alguien hace en su nombre, sino porque, lisa y llanamente, le conviene. Y en este punto no hay que olvidar que, a Rajoy, le han sobrado y le sobran oportunidades para dar esas explicaciones que sin duda debe a la sociedad y, efectivamente, las dará dentro de una o dos semanas en ese "teatrillo" en que han convertido el parlamento y lo hará con la seguridad de sentirse arropado por esa mayoría absoluta que, sin sospechar nada de lo que había, le otorgaron los ciudadanos.
Rajoy sabe lo que hace y eso es algo que, a él o a quien le asesore, no podemos reprocharle. Sabe que en el Congreso no habrá ninguna pregunta incómoda de un periodista rumano y sabe también de sobra que cualquier cosa que hagan o digan sus adversarios tendrá, como todo lo que compramos en el "súper", la trazabilidad que ayuda a preverla, explicarla y, de paso, a desactivarla.
Rajoy ha despreciado hasta ahora todos los encuentros, y son muchos, que ha tenido con la prensa, ha renunciada a someterse al control del pleno, ha huido de entrevistas y ruedas de prensa y todo lo más ha aparecido, despreciando el trabajo y la formación de los periodistas, intermediarios necesarios ante la opinión pública, como un pez aburrido y de colores, que se exhibe en la fría pecera de una pantalla de televisión.
He regresado después de cinco días de estar desconectado y feliz y me he encontrado con lo mismo que dejé, porque, por mucho que se traiga y se lleve la moción de censura que ya no será o por mucho que alguien espere explicaciones coherentes y sinceras del que hoy por hoy es presidente de todos los españoles, no va a pasar nada. El guión está ya escrito y todos, diputados, prensa y ciudadanos, nos iremos de vacaciones con la sensación de haber perdido tiempo y a la espera de que Bárcenas o quien sea lance una nueva andanada que vuelva a remover los cimientos del pesado sueño en el que nos tienen sumidos Rajoy y sus comparsas, a la espera de no sé qué milagro económico.
Rajoy saldrá de la pecera para representar su papel en el teatrillo del Congreso y quien espere de esa farsa la verdad o el escándalo puede ponerse cómodo, porque, para nuestra desgracia, tienen todo bajo control.
 
 
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miércoles, 17 de julio de 2013

UN PAÍS LLAMADO BÁRCENAS

 
 
Definitivamente, los españoles no tenemos arreglo. Parece como si una maldición nos impidiese manejar más de un tema al mismo tiempo. Tanto tiempo y dinero invertidos en dotarnos de eso que llamamos pluralidad en el espectro radioeléctrico para que, al final, el protagonista sea uno cada vez y,  el mensaje, prácticamente único.
De un año a esta parte, los españoles hemos sido expertos en prima de riesgo, sufridores de recortes, detractores del ministro Wert, seguidores o detractores de Mourinho y, ahora, especialistas en sobres, cuentas suizas y otras corruptelas del universo Bárcenas. Tanto, que asombra ver la corrupción con que en los telediarios de medio mundo se pronuncian ya el nombre y apellido del ex tesorero del PP hoy residente en la prisión de Soto del Real.
Hablamos de una u otra cosa, opinamos de éste o aquel asunto, pero lo hacemos aisladamente, no somos capaces de hacerlo en profundidad ni mucho menso somos capaces de establecer la conexión que existe entre uno y otro nombre, entre uno y otro asunto. Si lo hiciésemos, caeríamos en la cuenta de que el único asunto, el que unas veces se llama Bárcenas, otras Wert o Lasquetty, el que permite que aparezcan personajes como Mourinho o que se tomen decisiones que perjudican a la mayoría, ese único asunto es la corrupción que nace del poder absoluto o lleva a él.
Los españoles hemos sido demasiado tolerantes cuando no complacientes con la corrupción. Tanto que uno podría pensar que, como la quinta provincia gallega de "La Saga fuga de JB", la gran novela de Torrente Ballester, somos incapaces de verla, porque, cuando pensamos en ella, levita en el aire y desaparece. Pero existe. Está ahí para el que quiera verla. Está en el que se lleva a casa los folios o los bolígrafos de la oficina, en el que prefiere que le hagan las facturas sin IVA, el que, pudiendo pagarlo, se cuela en el metro, en el que se calla si le dan de más en el cambio d una compra o en el que practica el "simpa" en los bares, por uro placer, sin darse cuenta de que, al final, una y otra cosa traen consecuencias para todos.
Somos un poco, como Bárcenas, instrumentos necesarios e idóneos para la corrupción. Practicamos a la medida de nuestro alcance lo que, luego, otros generalizaran con la eficacia y perfección de un proceso industrial. Nos creemos muy listos y, sin darnos cuenta, estamos justificando que nos la den "con queso" una y otra vez, que hagan de la capa de nuestros impuestos su sayo de financiación ilegal o enriquecimiento delictivo.
Pero aquí nunca ha pasado nada. Siempre ha tronado, pero nunca, o pocas veces, nos hemos acordado de Santa Bárbara, Cuando queda al descubierto el hueso podrido de la corrupción, hablamos, hablan de endurecer las leyes, de perseguir al que da y al que recibe, pero sólo mientras los que reciben son otros, porque ganar elecciones es muy caro, engatusar e influir a la prensa, con una copa, en las sobremesas de suculentos banquetes, también. Y, como dijo en su día Rajoy, no se puede gastar lo que nos e tiene y, para tener hay que sacar... y, para sacar, vendar algunos ojos, tapar algunas bocas, intoxicar en muchas orejas y conducir, como se hace con los niños al enseñarles a escribir, la mano de los creadores de opinión.
Bárcenas es hoy la estrella. Bárcenas se escribe y se pronuncia en las televisiones, radios y periódicos de medio mundo, junto a la palabra España. Corremos el peligro de que se identifique a una con el otro, de que decir Bárcenas sea decir España. Es lamentable, pero es así, Y lo es, porque todos hemos sido un poco, o un mucho, Bárcenas.
 
 
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martes, 16 de julio de 2013

EL DÍA DESPUÉS

Por más que me esfuerzo, soy incapaz de imaginar el "día después" de todo lo que está pasando en torno al huidizo y lastrado presidente del Gobierno de España. Y no sólo eso, ni siquiera soy capaz de imaginar el de la propia España. No sé que estaría pasando en cualquier otro país, si su presidente estuviese recibiendo acusaciones del calibre de las que Bárcenas está lanzando contra Rajoy, además con pruebas. 
La única salida que se me ocurre, dado que en la oposición hoy por hoy no hay alternativa posible, es la de que sea el propio PP el que excrete el tumor que lo asfixia, forzando al dimisión de Rajoy, se vote un nuevo presidente de entre sus filas y se convoquen elecciones, a las que, para poder "salir del hoyo",  el PP  debería presentarse después de un profundo proceso de regeneración, que, si pretenden ser creíbles, debería tener como consecuencia el desalojo de la práctica totalidad de los despachos de la sede de la calle Génova.
Trato de imaginármelo y no lo veo posible, porque el PP, como algunas empresas acostumbradas al liderazgo son incapaces de regenerarse. Ha habido en ellas tal acumulación de intereses creados y servidumbres, se han practicado tan poco la crítica y la democracia interna que quienes están al timón del barco, sabedores de que nadie les va a discutir las órdenes, prefieren hundirse con él antes que poner a salvo al pasaje.
No soy capaz de imaginar esa u otra salida y tampoco puedo ver el futuro con Rajoy al frente del país. Ayer, como un Chaves cualquiera, se envolvió en la bandera del Estado de Derecho, como si las acusaciones fuesen contra el sistema y no contra él. Un personaje que ha violado sus normas una y otra vez, que se ha acostumbrado no ya a infringir las normas, sino a hacer de la infracción la propia norma, entre otras cosas, porque todos, especialmente la prensa, se lo hemos consentido.
Sin entrar en la marrullería de "tunear" la rueda de prensa de ayer, escogiendo, en contra de la norma no escrita que ha regido los encuentros del presidente con la prensa a los que obliga el protocolo, a uno de los periodistas "autorizados" a preguntar y quién sabe si la misma pregunta, sin entrar en tan feo asunto, que merecería un plante de los compañeros acreditados en Moncloa, sin entrar en ello, insisto, resulta vergonzoso que la única respuesta de este presidente arrinconado contra las cuerdas sea remitirnos a aquella declaración del "plasma" que tan inconsistente resulto, incluso cuando aún no habían tomado cuerpo las pruebas de las acusaciones de Bárcenas.
Ahora existe toda una nómina de nombres y datos, de pagos y cobros perfectamente detallados, al parecer mucho más exhaustiva de cualquier rumor de los que han circulado. Hay también un documento que compromete directamente María Dolores de Cospedal, la bestia negra del tesorero, a la que muy probablemente aludía Rajoy en uno de sus SMS, dándole a entender que no iba contra él.
Una serie de acusaciones que, de momento, se centran en Cospedal y el propio Rajoy, para los que Bárcenas no desea nada mejor que lo que pueda ocurrirle a él y que muy probablemente se extendería al expresidente Aznar, si éste le niega su apoyo. Porque Bárcenas ha trabajado para ambos y, si es como imagino, ha guardado munición suficiente para morir matando a quienes no hagan lo posible por evitar su entrada en los infiernos.
Soy capaz de imaginar, eso sí, el futuro procesal de Bárcenas y del PP, por añadidura Lo que me cuesta más es imaginar los dos años largos que restan de legislatura, concluyendo esas tan crueles e injustas reformas que, como ayer dijo, pretende llevar a cabo. No soy capaz de ver a la gente inclinando la cabeza y aguantando que les quiten sus derechos, les recorten el estado de bienestar que han contribuido a crear y les roben el futuro de sus hijos, quienes, cada vez está más claro, han estado revolcándose en una orgía de sobornos, mordidas, corrupción y abusos que, por los odios, la torpeza y el endiosamiento de estos señores, estamos pudiendo conocer.
No sé cómo va a ser ese día después. Lo que sé es que ya lo tenemos encima.
 
 
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lunes, 15 de julio de 2013

PREOCUPACIÓN CERO

 
 

Cuando uno comprueba cómo se están comportando el PP y el Gobierno ante el chaparrón desatado por las más que interesadas -por ambas partes- confesiones de Luis Bárcenas al director del diario EL MUNDO, uno tiene no sabe si debe estar más preocupado que indignado o viceversa, porque ¡caray! se puede ser más torpe, pero hay que entrenar mucho.

La verdad es que todo lo que hemos visto "negro sobre blanco" en las últimas cuarenta y ocho horas no es muy distinto de lo que el sentido común nos permitía deducir de las actitudes de unos y otros en este asunto, porque ¿qué puede hacer que un partido y todo un presidente de gobierno no lleven ante los tribunales a quien tácitamente, sólo tácitamente, están acusando de meter la mano en las cuentas que le habían encomendado? ¿Qué puede hacer que ese partido y ese gobierno hayan estado bailando al son que les ha tocado el que hoy tachan de delincuente? Evidentemente la respuesta está en todo lo que ese delincuente al que un día permitieron ser senador sabe y puede probar de las cuentas del PP. Y parece que, saber, sabe mucho  y pruebas tiene de sobra.

Partido y Gobierno han jugado este partido al "cerrojazo", han puesto el autobús del silencio o el cinismo delante de la portería y han dejado pasar el tiempo a la espera de que un rápido contraataque sobre la portería contraria, el feo asunto de los ERE, por ejemplo, o el milagro ya imposible de una rápida recuperación de la economía, les permitiese cambiar el resultado que, hoy por hoy, les agobia.

El tiempo se ha agotado, los pelotazos sobre tan torpe defensa llueven de todos lados y nada ni nadie perece que pueda salvarles ya, porque, si estaban esperando un éxito electoral como el que desactivó políticamente el caso de los trajes de Camps en Valencia, pueden seguir esperando, pero que esperen sentados.

No sé si porque, como dice un amigo, ya les hemos visto el culo, pero lo cierto es que el Partido Popular, sus portavoces y todo los ministros que se han pronunciado sobre este asunto gozan ahora de credibilidad cero, especialmente personajes como María Dolores de Cospedal o Carlos Floriano, a los que les ha faltado hacer pedorretas a la prensa y, a través de ella, a los ciudadanos todos. Tal parece que no saben donde están, que el dandismo practicado por los cargos del partido, perfectamente engrasado con el contenido de esos sobres, el lujo en la muñeca, el trasero acostumbrado a sentarse a la mesa de los mejores restaurantes, los trajes de excelente corte, los agasajos de los fines de semana en "provincias", perfectamente filtrados y organizados, les han alejado de la calle y les ha llevado a pensar que el mundo es de papel prensa o que se puede estar a salvo de él detrás del cristal de una pantalla de televisión.

No se han dado cuenta de que ese paraíso artificial que construyeron sobre los cimientos de aquella Ley del Suelo de Aznar, cambiando naranjos, huertos y campos de cereal por bloques de pisos y chalés, ese ir y venir de audis y beemeuves, ese ir a las playas del Caribe, que les llevaron a dominar la práctica totalidad del mapa autonómico y a disponer, a través de sutiles o no tan sutiles colectas, de fondos como para monopolizar y dar forma a la opinión... no han caído en la cuenta, insisto, de que el decorado se ha venido abajo ni de que la gente ya no está dispuesta a pasarle ni una más.

Y eso que lo que le llega a la gente es la paja de habas, lo más burdo y lo más chusco. Eso a pesar de que nadie, quizá porque a nadie le interesa, le ha explicado a la gente que el oro o el caro acero de las muñecas,  el paño de los trajes o la factura de los hoteles y restaurantes sale de sus bolsillos, porque están incluidos en los costes de los contratos que se adjudican a quienes, previa o posteriormente a la firma, hacían suculentas donaciones a l partido. 

Pero, además, este escenario necesitaba de tramoyistas y de comparsas. De tramoyistas que, en los periódicos o en las tertulias de la tele o de la radio desplegasen o recogiesen en cada momento el forillo apropiado para la ocasión. De comparsas, que, como el PSOE, parecía adormilado en su rincón, lamiéndose las heridas de sus últimas derrotas, desconcertado y sin respuestas, a la espera, ellos también, de que ocurra el milagro que les salve.

Decía ayer el patán de Carlos Floriano que las últimas revelaciones del periódico de Pedro José Ramírez les preocupan cero. Hizo mal e n decirlo, porque esa preocupación cero, que es mucha en la ciudadanía, sólo demuestra la irresponsabilidad de quienes nos gobiernan, porque, esta vez, los muy torpes ni siquiera se han molestado en desmentir la veracidad de los SMS revelados por EL MUNDO.

Esta tarde, Rajoy tiene que comparecer ante la prensa junto a su colega polaco, de visita en Madrid, y no me quiero ni imaginar cuáles van a ser sus respuestas a las dos únicas preguntas que la prensa podrá formularle. Para entonces, Bárcenas ya habrá declarado ante el juez Ruz, esta vez desde la rabia que se cría en la cárcel y sin la más mínima confianza que alguien acuda en su ayuda. Luego, después de una cosa y la otra, Rajoy voverá de nuevo al armario en que se esconde en La Moncloa. Y los demás a buscar desesperadamente un trabajo que no hay o a quitarse el hambre a puñetazos.
 
 

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domingo, 14 de julio de 2013

RAJOY, DIMISIÓN

 
No hace tanto, Rajoy presumía de ser el político con más seguidores en la red, pero a estas alturas ya debe saber que lo importante, en esto de los folowers, no es la cantidad, sino la calidad. Y Rajoy tiene alguno al que, a estas alturas ya debe haberse arrepentido de haberle aceptado como amigo y, no digamos ya, de haberle dado el teléfono.
Viene esto a cuento de la publicación hoy por EL MUNDO de las capturas de los whatsapps y SMS cruzados entre Rajoy y el delincuente -lo dicen ellos, sin presunto- al que él mismo encomendó la tesorería del PP. No son de hace tanto, de apenas hace cuatro meses y desde hace dos años, justo cuando ya era evidente que, en las cuentas del partido, había tesorero encerrado. En los mensajes no se juran amor eterno, pero casi. Se prometen fidelidad y protección y se dan ánimos, muchos ánimos.
Lástima que dos jueces se entrometiesen y metiesen las narices en el asunto, uno de ellos felizmente apartado de la carrera, porque su tesón, la eficacia de policías y demás funcionarios y la soberbia del tesorero han dejado al descubierto una de las mayores burlas ciudadanas de la Historia.
Rajoy nos ha estado tomando el pelo mucho y desde hace mucho tiempo. Nos ha mentido. Ha mentido  a los ciudadanos honrados, que también debe haberlos en su partido, y ha mentido al propio Bárcenas que definitivamente ha perdido la paciencia.
Por menos dimitió Willy Brandt y por un poco más, pero en esencia por haber mentido tuvo que marcharse Richard Nixon. Creo que, por el bien de la democracia y del propio país, Rajoy debería irse, no sólo de La Moncloa, sino del país, para que, con un poco de suerte, los españoles olvidemos  que un día, por acción o por omisión, le dimos la mayoría absoluta.
 
*Hoy soy más breve, porque mi teclado bebió anoche más -agua- de la cuenta.
 
 
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sábado, 13 de julio de 2013

LA MEMORIA DE LOS MUERTOS

 
 
Aún recuerdo estremecido la tarde de aquel 13 de julio de hace dieciséis  años. Era sábado como hoy y en todo el país se guardaba ese silencio expectante de quienes todavía creíamos en el milagro del sentido común, de quienes pensábamos que no lo harían, que ETA no cumpliría la amenaza de asesinar a Miguel Ángel Blanco, sencillamente, porque no les convenía. Pero, ya se sabe, cuando un maltratador anuncia sus intenciones, lo peor es que, en su cortedad, se ve obligado a cumplirlas.
Cumplieron su amenaza y mataron a Miguel Ángel Blanco, el joven concejal de Ermua secuestrado días antes, y, con ello, desataron una tormenta que a punto estuvo de llevárselos por delante. Aquella tarde noche, la indignación de la gente fue mayor que su miedo o su pasividad. Y donde se hizo más evidente fue en Euskadi, donde el calambrazo de aquella muerte inútil sacó a la gente a la calle, unida y sin banderas, por primera vez en mucho tiempo. Aquel disparo seco en la nuca del joven concejal del Partido Popular consiguió la unanimidad en la repulsa y  a muchos nos hizo creer que habría un antes y un después de aquello.
Tras esos primeros momentos de indignación, en los que los atemorizados atemorizaron durante horas a quienes durante tanto tiempo les habían atemorizado, alguien "tomó el control" y restableció "el viejo orden", aunque ya nada volvió a ser lo mismo. Miguel Ángel murió horas después de haber sido localizado en un bosque. A las cuatro y media de la  exactamente del 13 de julio de 1997.
Dieciséis años después, en Sueca (Valencia), los que hubieran sido compañeros de Blanco le recordaron en la cena con que anualmente celebra el PP el fin del curso político. Allí estaban Alberto Fabra, presidente de la Comunidad Valenciana, José Manuel García Margallo, ministro de Exteriores metido a inspector de aviones y Esteban González Pons, vicesecretario de Estudios y Programas del PP y origen, gracias a su verbo inoportuno, de más de una polémica. Y, como cabía esperar, tampoco esta vez defraudó a su público. Y lo hizo al recordar a Miguel Ángel Blanco como ejemplo de militante del PP, en oposición al desde hace tan sólo unos días, los que han pasado desde su ingreso en prisión.
González Pons dijo exactamente que 'El PP no es Bárcenas, es Miguel Ángel Blanco'. Y lo dijo olvidando o, más bien, queriendo hacernos olvidar lo que Arantza Quiroga, la flamante presidenta del PP vasco decía hace sólo unos días, que el asunto Bárcenas le parece vomitivo y que evidencia que, mientras los dirigentes del PP vasco "iban temblando a los plenos", otros estaban "para otras cosas". Tampoco quiso acordarse de lo que Bárcenas contó a Pedro José Ramírez, cuando el antecesor de Quiroga, Antonio Basgoiti, dijo algo parecido a lo manifestado por ésta: “Al día siguiente llame a ese niñato y le dije: ¿sabes quién os pagaba el dinero de la protección a los concejales del País Vasco. ¡Pues era yo quien os daba el dinero!”.
Enterarse de estas cosas pone los pelos de punta y le lleva a uno a preguntarse de quién han estado más cerca estos años los dirigentes del PP, si de Miguel Ángel Blanco y otros como él o del hoy repudiado Luis Bárcenas. No me gusta, nunca me ha gustado que en política se haga uso de los muertos. NI para arrojárselos al adversario ni, como anoche, para parapetarse tras ellos. Ahora que la violencia parece una pesadilla cada vez más lejana, hay que ir acostumbrándose a respetar a los muertos y, sobre todo, su memoria.
 
 
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viernes, 12 de julio de 2013

GOTZON

 
 
Hoy es tal el hastío, la náusea que siento al reencontrarme en la radio, como cada mañana, con el país de sinvergüenzas en el que vivo, que necesito hablaros de algo hermoso y qué más hermoso que la amistad. Una amistad que en este caso me vino de la mano de otro amigo, Rodolfo, un viernes como hoy de hace apenas tres meses.
Fue entre cañas, algún que otro vermú y el bullicio de una cervecería de la calle Toledo. Llegué un poco más tarde que de costumbre a esa cita indeterminada -nunca sabemos cuántos ni cuándo iremos a comer- de todos los viernes y, entre los amigos, había una pareja que no conocía, más que guapos, hermosos, pelo blanco los dos y ojos, azul intenso los de él, y de un verde indescriptible los de ella. Eran, son, Gotzon y Maxen. Escultor él y librera valiente ella. Me los presentó Rodolfo que, como siempre hace con sus amigos, me los puso por las nubes, una mala costumbre suya, porque., luego, un tiene que ponerse a averiguar cómo son en realidad. Sin embargo, tengo que admitir que, en este caso, iba sobrado de razón.
Fue escucharles hablar, con esa música tan bonita que le ponen a las palabras los guipuzcoanos, y recordar aquellos veranos pasados en Ubegun, un caserío entre Orio y Aya, cuando manuela aún era una niña. Y recordar esos valles y esas montañas suaves y verdes que tanto añoro, más cuando en Madrid, como ahora, han dejado abiertas las puertas del infierno. Y, en esa música, con el recuerdo de esos paisajes y otros de mi mitad navarra, nos fuimos enredando en una conversación que duró toda la tarde, pero que debió quedarse corta, porque al día siguiente, anticipándose a lo que yo, tímido donde los haya, me hubiese anticipado.
Hablamos del paisaje, sí, pero también de política, de la paz que parece asentarse en Euskadi y, claro, salieron a relucir los amigos y a algunos de los amigos de Gotzon, siempre y aunque sólo fuese uno serían demasiados, los han matado. Luego, en casa, imaginé todos estos años de la vida de Gotzon y Maxen, en Andoáin, comprometidos y conocidos, con una hija que tuvo que compartir también la angustia y los sobresaltos, años durísimos para quienes escogieron aguantar el miedo de pie y vivir con dignidad. Hablamos de cosas duras como esas y, sin embargo,  Gotzon lo contaba con la dulzura, y esa música que os digo, de su voz y una luz maravillosa en sus ojos.
Volvimos a vernos, porque quiso estar presente en el concierto con que, Ismael, el hijo de Rodolfo, cerraba su gira española -los conciertos de Ismael en Madrid son para nosotros como ceremonias de consagración de la amistas, y ese fue especialmente hermoso- Comimos y paseamos por ese Madrid hermoso y multicolor de La Latina y Lavapiés, camino del Price. Le llevé a la fuente de Cabestreros que, quizá por insignificante -nunca fue monumental, sólo útil- aún conserva la placa que recuerda que la levantó la República Española. Vimos la fuente y el paisaje cambiado con plazas abiertas en lo que fueron solares, donde matan las horas, sentados en cuclillas, decenas de africanos del barrio. Y acabamos en el Café Barbieri, en el que pasé algunas tardes de mi juventud, y que pese al paso del tiempo y a que ahora se sirven más gin tonics que cafés, sigue resistiendo, junto al Gijón y el Comercial, la agresión de los Starbucks y compañía.
A la mañana siguiente, volvió a llamarme y charlamos de nuevo, como si aquella tarde y el backstage del concierto tampoco hubiese sido suficiente, me anunció que su hija Lanbroa pasaría también por Madrid y me pidió que fuese su "contacto" para esa breve visita. Otro regalo de amigo, porque para entonces ya lo era, el de la amistad de Lanbroa, empeñada en que se conozca fuera de Euskadi la obra de Gotzon, que yo, cómplice, os invito a conocer.
Estoy deseando tocar alguna de esas piezas en madera de olivo, en las que Gotzon no trata de vencer, de domesticar al árbol, sino de descubrir los impulsos de vida que el agua, la tierra y el tiempo han ido esculpiendo, ellos también en el árbol. Sólo las he visto en dos dimensiones, en fotografía. Por eso, imagino el placer de deslizar mis dedos sobre la madera encerada de cualquiera de ellas. Entre otras cosas, porque, con ello, andaré los caminos descubiertos en la madera por mi amigo.
Ayer sentí ganas de hablar con él y lo hice. Estaba cenando con Maxen en el jardín de su casa de Andoáin. Hablé con los dos, me ofrecieron su casa y me invitaron una vez más a ir a verles a ese pedacito de paraíso en el que viven. Pero fue Maxen la que me hizo el mayor de los regalos cuando me hizo ver que ya éramos buenos amigos y remató el envoltorio de tan hermoso presente, poniéndole el lazo de esta frase: "a los sesenta uno escoge bien a los amigos",
Creo que no tardaré en ir a verles.
 
 
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