sábado, 21 de septiembre de 2013

LA MALA PATA DEL REY

 
 
Que el rey ha tenido muy mala pata es algo evidente. Quién iba a decirle al artífice de la tan cantada transición española que iba a verse en estas, arrastrando su majestad por actos oficiales, supongo que sedado como para no hacerle insoportable el dolor en la articulación de su cadera, aunque demasiado aturdido como para ser capaz de cumplir el guión de las tediosas ceremonias que ha de presidir y con el verbo demasiado espeso, como pudimos comprobar quienes le escuchamos pronunciar, obligado por el protocolo, el breve discurso con el que, el pasado lunes, abría el año judicial.
Se le vio tan decaído, tan venido a menos, tan incapaz de afrontar con dignidad sus obligaciones, que enseguida se dispararon los rumores, no ya sobre su salud, sino sobre su propia continuidad en el trono o sobre el trono mismo. De alguna manera, lo apunta hoy Peridis, con su inigualable mezcla de agudeza y ternura, en la viñeta que publica EL PAÍS. Y tiene razón el palentino, porque tanto se ha dejado que se deterioren las cosas, clínica y políticamente, que, a lo peor, hay que cortar por lo sano, más en la política que en el mismo quirófano.
La rueda de prensa de ayer, tan inédita como las explicaciones del rey de marruecos sobre sus zafios indultos, no fue más que un golpe de timón con el que corregir el peligroso rumbo al que nos estaba llevando el absurdo silencio con el que se ha pretendido quitar importancia a lo que se hizo evidente para todos en el acto del lunes. Y es que la pretendidamente moderna y cercana monarquía española conserva tics del pasado y uno de ellos es el secretismo con que se rodea cualquier dato relacionado con la mala salud del monarca. El mimo jueves se negaba con rotundidad desde la Casa Real que se hubiese producido un "parón" en la recuperación del rey de su última operación. Y ayer, veinticuatro horas después del desmentido se admitía, con las mismas palabras, la existencia de dicho parón.
Me preocupa y me exaspera un tanto, para qué negarlo, saber que este país va a tener varios meses a su achacoso jefe de Estado en el garaje y me preocupa y me exaspera más, si tomo en consideración que el rey tiene un heredero suficientemente preparado, no ya para representarle, sino para sucederle incluso. Es algo que no entiendo y que sólo tendría una o, mejor dicho, dos explicaciones. La primera, que atañería al propio rey y su familia es la que me lleva a pensar que el rey, como buen padre, protege a su hijo, manteniéndose en el trono, de la onda expansiva del proceso judicial abierto a su cuñado  Iñaki Urdangarín y quizá a su hermana la infanta Cristina y que, de momento, es casi una anécdota, comparado con lo que puede llagar a ser, cuando Urdangarín y probablemente su esposa tengan que sentarse en el banquillo de los acusados en el juicio oral, en vista pública. La otra es la necesaria reforma constitucional a que obligaría la abdicación del rey en su hijo Felipe, para hacer compatible la tan cacareada y necesaria igualdad de derechos entre hombres y mujeres, para que la hija mayor del hoy heredero, la infanta Leonor, encabezase la línea sucesoria en lugar de su primo Froilán. Una reforma que convertiría en incontestable cualquier otra propuesta de reforma de la Carta Magna, especialmente en lo relativo al diseño autonómico o federal del Estado y todos aquellos aspectos de la misma que la crisis que nos asfixia ha puesto en evidencia.
El rey ha tenido mala pata, como la tienen quienes no saben retirarse a tiempo. Quizá hubiese debido apartarse hace unos años, cuando la inmensa mayoría de los españoles se ven obligados a retirarse. No lo hizo y quizá va a tener que comerse el marrón de ver Urdangarín entre rejas. Con ello quedaría a salvo su hijo Felpee para hacer borbón y cuenta nueva. Pero no lo hizo y el personaje en quien alguien  llegó a pensar como candidato al Nobel hoy se ve enfermo, cansado y desprestigiado porque, por suerte o por desgracia, los jóvenes han olvidado o no conocen sus méritos que, aunque no sabemos cómo hubiese sido sin él la transición, no hay que negar que los tuvo.

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