jueves, 14 de noviembre de 2013

DÓNDE ESTÁ AZNAR

 
 

Pues sí, y quién me lo iba a decir, echo de menos a Aznar. Me falta ese vigía de Occidente con melena que aprovecha la más mínima oportunidad para abroncar a diestro y siniestro, a tirios y troyanos, por no tener suficiente firmeza, valentía o lo que sea, con tal de aparecer ante los ojos de los ciudadanos incautos, como ese caudillo justiciero y omnisapiente que le gusta encarnar.

Le echo de menos -y los dioses me perdonen tan suicida añoranza- porque no me explico cómo aún guarda silencio ante un comportamiento tan torpe y errático como el de Ana Botella, su esposa, madre de sus hijos, suegra de su acaudalado yerno, e inspiradora de aquella su decisión de entrar en política, tomada en los primeros años de democracia en aquel destino en la delegación de Hacienda en Logroño.

¿Por qué no dice nada? ¿Por qué no "regaña" a su esposa como regaña a todo bicho viviente? ¿Por qué no le reprocha, él que tanto presume y presumió de su imagen y el valor que se da a su opinión por el mundo? ¿Por qué calla ahora, el que iba a sacar a España del rincón de la Historia en que dormitaba? ¿Es que no se ha dado cuanta del inmenso daño que está haciendo esta mujer, la suya, a Madrid, que desde que heredó con malas artes el cargo, aupada con su ayuda a un puesto que le queda, no ya grande, sino grandísimo? ¿Por qué él, tan teatrero, no le paga unas clases de oratoria a esta mujer siempre sobreactuada, con ese tono de tía soltera regañando a sus sobrinos, para que nos ahorre la vergüenza de escuchar con qué ridículo soniquete y manoteo declama sus discursos, más propios de fiesta de fin de curso en un colegio infantil que de la persona que ha de gestionar los dineros y los servicios a los ciudadanos de una ciudad como Madrid?

Con su ayuda, Madrid pasó de ser la capital de la noche divertida a serlo de la tragedia y de la inseguridad de sus espectáculos. Con su ayuda, Madrid perdió el último tren a unos huegos olímpicos y, ahora, a colocarse en lo más alto del podio de la suciedad. ¿No es extraño que su "Josemari" no haya caído en la cuenta de todo esto? ¿No es clamoroso ese silencio? 

De todos modos, lo que más me indigna es que quien se dice salvador de España y los españoles no haya dicho nada cuando más de un millar de trabajadores están a punto de perder sus empleos. Lo más indignante es que nadie haya dicho nada de su situación. Ni el menor gesto de preocupación por el futuro de esos centenares de madrileños. Ni una palabra sobre las molestias ocasionadas a quienes tienen dificultades de movilidad, por la trampa en que se está convirtiendo la ciudad por la cerrazón de un ayuntamiento que sabe perfectamente que la contrata con que adjudicó la limpieza viaria es inasumible.

A la alcaldesa sólo le preocupa la perdida de turistas o los daños a los comerciantes. Y tiene cuajo como para mantenerse enrocada como las empresas adjudicatarias y reaccionar con lo único que parece entender y que debió heredar de su tío José, de infausta memoria como decano de la facultad de Medicina de la Universidad Complutense en los últimos años del franquismo, tiempos en los que los abiertos de los "frises" y sus caballos eran el paisaje habitual fuera, y a veces dentro, de las facultades.

Josemari debería decirle algo, porque ella solita, con su enorme torpeza, está arruinando la falsa imagen de gestión eficaz que se adjudica su partido, poniendo en evidencia que, al final, para poner a salvo el servicio hay que recurrir a lo privado.

Por eso, señor Aznar, díganos ya qué hay más importante que la dignidad de trabajadores y ciudadanos, como para que guarde este sospechoso silencio.
 
 

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