viernes, 21 de marzo de 2014

ALCALDES Y ALCALDES

Hace apenas unos días señalaba desde aquí que, por suerte o por desgracia, hay jueces y jueces que, con su impronta, transforman, para bien o para mal, lo que debiera ser tan claro y sencillo como la administración de la justicia. Pues bien, otro tanto ocurre con los alcaldes, cuyo cometido primordial debería ser el de procurar el bienestar o la felicidad de sus vecinos, les hayan o no votado. 
Bienestar y felicidad, qué sencillo y qué difícil a un tiempo. Sencillo de decir y proponer y difícil, muy difícil, de conseguir. Sin embargo, hay y ha habido alcaldes, incluso aquí, en España, que han conseguido que sus vecinos alcancen el deseado bienestar o, al menos, la felicidad  que siempre conlleva el orgullo de vivir en la ciudad que mantienen con sus impuestos y tasas, a cambio de facilitarles la vida.
Uno de esos alcaldes, por desgracia poco habituales, nos dejó ayer, Día Internacional de la Felicidad, Iñaki Azkuna, el veterano alcalde de Bilbao, proclamado el mejor alcalde del mundo, y no por los bilbaínos, que ay se sabe cómo las gastan con lo suyo y con los suyos, sino por la internacional City Majors Foundation que, en 2012, le distinguió con ese galardón. Yo, la verdad, no sé si Azkuna fue el mejor alcalde del mundo, ni siquiera sé si fue el mejor alcalde de España, lo que sé es que fue un buen alcalde de Bilbao y, sobre todo, un alcalde muy querido dentro y fuera de Bilbao. Dicen los que le conocieron que tenía tanta simpatía como mal genio y, la verdad,  siempre que tuvo ocasión dio muestras de una y otra cosa. Fue también un tipo muy peculiar, capaz de despedirse uno por uno de sus amigos y muchos colegas, bien en persona, en reuniones más o menos discretas,  o bien por cartas como la que encontró en la mesa de su despacho Xavier Trias,  el alcalde de Barcelona.
Qué diferente este tipo, que nos enseñó a los de fuera de Bilbao a querer a esa ciudad como la quieren los nacidos allí, sobre todo, en circunstancias no siempre agradables, qué diferente de la alcaldesa que nos ha tocado en mala suerte a los madrileños, una mujer que no dudó, en circunstancias tan terribles como las de la trágica muerte de cinco jóvenes en instalaciones municipales, a causa de una preocupante y escandalosa dejación de sus responsabilidades de funcionarios públicos y con los cuerpos aún calientes de las jóvenes víctimas, en regresar a sus relajado spa cerca de Lisboa. Eso, por no hablar de la desastrosa gestión de cuantos asuntos han caído en sus manos, desde esa crisis, que le costó la dimisión de sus colaboradores más directos, a otras como la de la candidatura olímpica de Madrid, la huelga de basuras, cuyos servicios mínimos inspeccionó en tacones y con abrigo de pieles. Un desastre, en fin, que esperemos que las urnas se lleven lejos, aunque hay quienes la sitúan ya, no sé con qué fundamento, al frente del Ministerio de Sanidad,
Una pesadilla de alcaldesa que ayer tuvo la desfachatez de bajarse, en un gesto más que demagógico, dos mil euros al año su salario, poco más de ciento cuarenta euros en cada una de sus catorce pagas, mientras son decenas de miles los trabajadores municipales que han visto recortado seria ente su salario, si no han ido al paro durante su gestión.
Está claro que esta señora, a la que abuchean hasta los devotos del Jesús de Medinaceli por saltarse la cola, no tiene la menor empatía con sus vecinos. Nada que ver con el desaparecido Azkuna o Tierno Galván, el "viejo profesor", cuya leyenda superaba con creces sus virtudes, pero que supo transmitir a esta ciudad de Madrid la ilusión y el orgullo de mirarse que nunca más ha vuelto a sentir. 


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