martes, 11 de marzo de 2014

MISERABLES

 
Me cuesta creer que diez años después de aquello aún queden personajes tan inmorales como para mantener, aún hoy y con lo que ya sabemos, que la salvajada de los trenes de Atocha no fue como realmente fue. Me cuesta creer que José María Aznar, Ángel Acebes, Pedro José Ramírez, Ignacio González, María Dolores de Cospedal y tantos y tantos políticos dispuestos a cambiar mentiras tan dolorosas por unos cuantos escaños, no sé cuántos miles de ejemplares vendidos o no sé cuántos  telespectadores más… no sé, insisto, cómo todos esos personajillos tan inmorales, tan miserables, son capaces de mirarse al espejo cada mañana, a sabiendas de que llevan diez años sembrando odio y dolor con sus mentiras.
Hemos tenido que esperar diez años para escuchar a miembros de un gobierno del Partido Popular, ayer Fernández Díaz y hoy Ruiz Gallardón, aceptar como buena la autoría señalada por la sentencia judicial, dejando de lado la insidiosa y terrible "teoría de la conspiración". Han hecho falta diez años para ello y ha hecho falta casi tanto tiempo, para que, al dejar de soplar con el fuelle de la mentira, por fin las familias de víctimas, las propias víctimas supervivientes, puedan otra vez llorar unidas por el que, pese a quien pese, fue el mismo dolor, ese dolor causado por unos fanáticos incapaces de ver el día siguiente a su salvajada, tanto que apenas esperaron en este mundo para verlo. 
Aún hoy escucho a determinados periodistas defenderse incómodos, excusarse detrás de presuntas pruebas y detrás del respaldo de lectores y audiencias fáciles de manipular. Ellos saben que lo que hicieron no tiene nombre, que con su ignominia multiplicaron el dolor causado por las bombas con la amargura del desprecio de quienes sólo quieren creer "su" verdad o, a lo sumo, la que les dan, ya masticada, aquellos en quienes quieren creer.
El calvario sufrido por una mujer, Pilar Manjón, escogida como blanco del odio mediático de la caverna porque tuvo tanto dolor y tanto valor como para decirles a la cara, al autor intelectual de la mentira, al que nos habló de montañas y de desiertos lejanos, y a los diputados de la comisión de investigación del Congreso, lo que muchos, entonces, ya estábamos pensando. Por eso aún no la han perdonado. Por eso quienes no perdieron familiares, sólo prebendas y poder ni la perdonan ni la perdonarán nunca.
Ayer, en el Teatro Real, y hoy, ahora, en la catedral de Madrid, las víctimas vuelven a estar juntos. Eso es hoy, diez años después, lo más importante. Ojalá ese sea el primer paso para que este país cure por fin la enorme herida que, ese día, hoy hace diez años, comenzaron a abrir unos miserables, y no me refiero a quienes pusieron las bombas, muertos ya o condenados, en la credibilidad de quienes nunca deberían mentir a la sociedad y en la capacidad de creerles de los ciudadanos.

Cuando uno ve cómo se juega con la verdad de unos hechos comprobados, con el dolor y la dignidad de las víctimas, cuando, como recordaba el juez Gómez Bermúdez, no se parte de la ignorancia, sino de la mala fe, una sola palabra me le viene a la boca para referirme a ellos: MISERABLES. Es duro, pero es así.
 
 
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