viernes, 27 de junio de 2014

PUES SÍ. HAY CASTAS

O
Sí. Hay castas. Y parece que a los ilustres miembros de esas castas y a su corte, que también la tienen, no les gusta que se hable de ello. Ni tan siquiera les gusta la palabra. Pero, deberían haberse dado cuenta ya, negar la realidad no impide que ésta se imponga. Lo digo porque, en mi habitual zambullida radiofónica en la actualidad, ha surgido la "maldita" palabra y a la invocación del anatema, medio en serio, medio en broma, se ha hecho patente un revuelo, en el que se ha llegado a poner en duda la legitimidad de su uso, hasta que alguien, creo que Ernesto Ekáizer, ha salido en defensa de la misma, porque está en el diccionario de la RAE.
Es sólo una anécdota, pero es también un síntoma. Un síntoma preocupante de cómo ahora se niega el pan y la sal, incluso poniendo en cuarentena su vocabulario, a aquellos a quienes, hace apenas un mes, se utilizaba en las tertulias televisivas, casi como si fueran miembros de una tribu exótica, para desviar la atención de los electores de los partidos de izquierda. Lo malo para los que dirigen este circo de tres pistas que son los medios es que los ciudadanos acabaron reconociéndose en el lenguaje de esos "buenos salvajes" y, a la hora de votar, prefirieron darles su voto a quedarse en casa.
Creo que fue una estrategia mal calculada, porque lo que realmente temían era un reforzamiento de Izquierda Unida, último refugio de quienes aún creemos en conceptos como los de igualdad, justicia social, estado de bienestar o solidaridad, y, por minar ese crecimiento, abrieron la puerta a nuevas formas -o no tan nuevas, pero sí distintas- de entender la política y la gestión de lo público. Y se asustaron, Y, después del susto, se han entregado a la tarea de desinfectar todos los espacios por los que han pasado esos "salvajes" y tender mallas y filtros, para que no vuelvan a revolotear por los sagrados espacios de los estudios de sus radios o los platós de sus televisiones.
Y, llegados a este punto, tengo que insistir una vez más en que se equivocan. Y se equivocan porque, pese a la fuerza de los medios "tradicionales, pese al poder que otorga disponer de la primera de un periódico para difundir la opinión de quien ya sólo es un empresario millonario y déspota, pese a la indiscutible influencia que otorga decidir quien participa y quien no en sus tertulias o quien sale y quien no sale en sus telediarios. Y se equivocan porque cada vez son menos los jóvenes que ven telediarios, siguen tertulias o escuchan tertulias. Y eso no quiere decir que no estén informados, lo que no quiere decir que no estén informados, todo lo contrario, siguen la información y la siguen de una manera crítica y opilativa, libremente expresada, a través de las redes sociales, lo que puede dar lugar a indiscutibles monstruosidades, pero también a monstruos razonados y razonables.
Y para muestra un botón. Creéis que hace sólo unos años, cuando facebook, twitter o la blogosfera no formaban aún parte de nuestras vidas, nos hubiésemos llegado a enterar de la escandalosa "merienda de negros" que ha sido y es el "juanpalomo" de las dobles y tramposas pensiones de los eurodiputados, un asunto que, cuánto más sabemos de él, más asco da. Seguro que no. Seguro que ningún medio, de papel, hertziano o catódico, nos hubiese contado lo que nos contó Infolibre. Y no lo hubiesen hecho porque, en este caso, el abuso, quizá legal, pero en cualquier caso ilícito y poco ético, era transversal, afectaba a todos los partidos y su conocimiento público perjudicaba también a todos.
Hoy, gracias a internet, que ha permitido invertir el embudo a través del que se dosificaba y controlaba el flujo de la información, se ha desvelado ante nuestros ojos el panorama aberrante de lo que ha sido hasta ahora, y ojalá deje de serlo pronto, la clase política española, una casta en la que sus miembros pasan de las agresiones verbales, de las mentiras y las exageraciones, a las palmaditas en la espalda y los desmedidos elogios a quien, sólo antes de ayer, era acusado de colaborar con el terrorismo que ayudó a desactivar.
Resulta lamentable comprobar que los políticos, a veces y no todos, junto con las empresas y alguna prensa pueden llegar a convertirse en in club privado, en una casta, que, al final, acaba defendiendo sus intereses y no los de quienes confían en ellos.


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