Hace ya tiempo, demasiado, que Izquierda Unida, a medida que
veía recortarse su representación y su poder, mostraba, cada vez con menos
poder, las luchas internas entre quienes ostentan y pretenden ostentar el poder
y el control en la organización. Hace ya tiempo que, con pena, compruebo que,
al final, las concejalías, los escaños en los parlamentos y los cargos
orgánicos de la coalición son, duele decirlos, meros puestos de trabajo,
puestos de trabajo, sueldos, que se defienden con uñas y dientes y si es preciso,
con todas las marrullerías posibles.
Quizá por eso, la principal característica de la vieja
guardia de Izquierda Unida, al igual que ocurre en otras formaciones es esa
soberbia que les lleva a cocerse en su propio jugo, sin importarles que la olla
reviente o el caldo se consuma, antes que dejar entrar sangre nueva, nuevas
voces, más atractivas para un electorado que, el auge de Podemos lo demuestra,
estaba huérfana de otras opciones a la izquierda del PSOE. Quizá por eso,
figuras emergentes como Alberto Garzón o Tania Sánchez, capaces de despertar el
entusiasmo dentro y fuera de la organización no son bien vistas por quienes
tienen el culo bien aposentado en un sillón y temen verse superados por quienes
tienen algo nuevo y atrayente que decir a la ciudadanía.
El acoso a que está siendo sometida Tania Sánchez en los
medios, con informaciones que sólo han podido ser facilitadas por sus propios
compañeros, a cargo de personajes tan despreciables como el inmoral Eduardo
Inda, perfectamente coordinada con el mismísimo PP en los juzgados y, claro, con
la vieja guardia de la IU en Madrid, defendiendo como gato panza arriba sus
privilegios, pese a estar emplazados por la dirección nacional para que
renuncien a sus cargos en el Ayuntamiento de Madrid y la Asamblea por su
responsabilidad en el feo asunto de las tarjetas black de Caja Madrid, a pesar o precisamente por haber sido
barridos en las recientes primarias que, pese a todos los palos puestos en sus
ruedas, ganó Sánchez entre los militantes y los simpatizantes del partido.
Es evidente que, aunque nadie ha probado hasta ahora que la
joven diputada haya obtenido beneficio alguno de las presuntas irregularidades
de que se acusa a su padre y a su hermano, el asunto es poco estético y Sánchez
no ha sido precisamente en su defensa, pero de ahí a pedir su renuncia a lo que
ganó limpiamente en las primarias va un abismo.
Parece que Izquierda Unida, que últimamente se ha mantenido
en pie más por la militancia comunista y el evidentemente merecido sentimiento
de gratitud de muchos demócratas por haber mantenido viva la lucha
antifranquista durante la dictadura y que parecía incorporar nuevas voces y
nuevas formas prefiere ser un Saturno que devora a sus propios hijos. Si no
Izquierda Unida, sí quienes ocupan cómodamente su dirección madrileña. En eso
se comportan de manera parecida a Rosa Díez que cortó los puentes tendidos por
Sosa Wagner con Ciudadanos y tiene que ver ahora cómo UPyD corre el peligro de
verse sobreasada por la formación de Albert Rivera.
Mucha soberbia y poca generosidad, ese parece ser el
denominador común de quien llega a algo en política. Todos, antes o después,
acaban por olvidar el tan manido bien común y se limitan a defender su rincón,
por pequeño que sea. De seguir así las cosas, Izquierda Unida, como el mito de
que a los niños les trae la cigüeña de París, acabará siendo un recuerdo.
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