lunes, 2 de febrero de 2015

¿QUÉ NOS HA PASADO?


El pasado sábado, mientras decenas de miles de personas -entre cien mil y trescientas mil, según las fuentes- abarrotaban Sol y sus alrededores, en las radios de Madrid se escuchaban cuñas, anuncios, pagados por quien ocupa el edificio sede del gobierno madrileño, el del reloj de fin de año, en las que se nos contaba lo bien que está la sanidad madrileña, en la que los hospitales crecen en los árboles y los pacientes pueden elegir médico, como se elige la tienda en la que se hace la compra, y mientras unos nos llenaban de esperanza y los otros difundían sus mentiras en propaganda pagada con nuestro dinero, en los hospitales de Madrid, como en los de media España, se acumulaban los pacientes que habían sido atendidos en urgencias, en camas "aparcadas" en los pasillos, a la espera de que quedase una cama libre en la planta para la que había sido diagnosticado o cualquiera otra con camas libres.
Qué tienen que ver cosas tan distintas os preguntaréis. Tienen mucho más que ver de lo que pensáis, porque el estado en que se encuentran nuestros hospitales, que no algo nuevo, porque yo ya lo sufrí hace años con otro gobierno en la nación y uno del mismo color que el que hoy ocupa Sol. No es nada nuevo y no es más que la consecuencia de unos años de egoísmo y pereza en los que a muchos nos bastaba con creer que éramos tan ricos y tan fuertes como para necesitar un papá estado que nos cuidase y protegiese, mucho menos si ese estado había que pagarlo con nuestros impuestos. 
Esa ha sido la clave de lo que nos está pasando. Nos han hecho creer y no hemos hecho nada por no creerlo, que no necesitábamos tanto estado, que el estado protector y solidario era un engorro y era caro, que no importaba cerrar plantas de hospitales ni despedir a médicos y enfermeras, si los costes de ese hospital se "optimizaban" y se ajustaban a unas necesidades de diseño, decididas en despachos aislados dentro de una burbuja a la que nunca llegan las voces dela calle, por más que estas surjan de cientos de miles de gargantas y levantarlas esté plenamente justificado.
Si me refiero a la sanidad es porque estoy especialmente sensibilizado por mi condición de paciente crónico y porque sé todo el esfuerzo que hacen quienes trabajan en ella, pero el panorama de nuestra sanidad, orgullo nacional durante tanto tiempo, pero ese agotamiento, al borde del colapso, que está alcanzando al personal sanitario, puede verse ya en la enseñanza, con maestros sobrepasados por el número y los problemas de sus alumnos, a los funcionarios que atienden las oficinas de empleo, los que tramitan los expedientes de los miles y miles de despedidos o parados sin esperanza, los que ven crecer el papel que sitia sus puestos de trabajo en los juzgados, los profesores universitarios, cada vez peor pagados, cada vez más desmotivados, con incesantes cambios de planes, todos, a espaldas de las aulas y, como siempre, de la calles.
Hay quien dice, y lo critica, que la manifestación del sábado en Madrid no reivindicaba nada, incluso hay quien, como Antonio Elorza, lo dejó por escrito en EL PAÍS, antes de que la concentración se celebrase. Lo hacen y no se dan cuenta de que, el sábado, la gente no estaba pidiendo nada a nadie, que la gente se estaba pidiendo a sí misma no perder la esperanza, esa esperanza que ya empieza a brillar en los ojos de gente como ellos que, por primera vez en muchos años, comienzan a ver que otra forma de hacer las cosas es posible, que los mercados podrían ser lo que nosotros quisiéramos que fuesen, porque, al fin y al cabo, los mercados se alimentan de nuestro sudor y nuestro dinero y tenemos mucho más poder de decisión del que creemos.
Ojala el idilio que, pese a la oposición y el torpedeo incesante de la prensa y sus contertulios. vivió la gente el sábado con Podemos, sea el comienzo de una gran amistad que perdure en el tiempo y ojalá que los deseos de cambio se hagan realidad, ojalá que no nos frustren y que, poco a poco, los mejores y los más honrados se arrimen a los círculos del cambio y nos puedan dar muchos días de esperanza, primero, y de realidades, después. Ojalá nos demos cuenta de lo que nos ha pasado, de lo que les ha pasado a aquellos en quienes confiamos más de una vez y ojalá nunca consintamos que eso vuelva a repetirse.


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