miércoles, 14 de octubre de 2015

DESCONFIAR DE LA JUSTICIA



Es lo que tiene la calle, una vez que sales del despacho, aunque sólo sea unos minutos, y bajas a ella y te sumas a la gente que tú mismo has convocado, para quejarte y reivindicar las injusticias que el Estado opresor al servicio del Borbón comete con tu gente, al verte allí , cantando con ellos, entre banderas, consignas y puños en alto, te sientes mucho más realizado, mucho más que todos aquellos pobres diablos, como tú pero todos los días, se quejan ante los juzgados porque les han quitado los ahorros de toda la vida, la vivienda o la salud o porque, por hacer algo parecido, aunque sin la cobertura que otorga ocupar un despacho en un gobierno les han impuesto multas y penas exageradas por manifestarse junto a la verja de un parlamento.
Salvando las distancias, deben sentirse como aquellos paniaguados, alcaldes y jefes locales de no sé qué movimiento que periódicamente se concentraban a toque de corneta en la Plaza de Oriente de Madrid para premiar con su apoyo y consuelo al dictador, abrumado por el repudio internacional a su crueldad. No es lo mismo, insisto, pero se parece, porque lo de ayer en Barcelona no deja de ser una sobreactuación ante algo que, lo saben bien, no pasará del mero trámite de la declaración ante el juez por unas diligencias que nunca debieron abrirse y que, con seguridad, se cerrarán después de que Mas pase por el juzgado.
Lo de ayer, convocado desde el gobierno catalán y sus entidades asociadas se parece también a aquel bloqueo de la entrada del Parque de la Ciudadela que, convocado por la gente del 15-M, obligó a más de un diputado a llegar en helicóptero al Parlamento. La diferencia es que por aquel entonces no hubo chaquetas ni corbatas y que los mossos estaban del otro lado y repartiendo estopa. Por lo demás, fue un baño de multitudes, una subidón de adrenalina a la hora de los cánticos y la consiguiente renta que, a la hora de los nacionalismos, produce siempre el martirio.
Todo lo anterior no demuestra más que la torpeza de un gobierno, el de la nación, que se empeña en combatir con autoritarismo los legítimos deseos de los catalanes de ser consultados sobre su futuro. Torpeza relativa, porque, insisto una vez más, lo que pretenden Rajoy y los suyos es rentabilizar en las urnas los pisotones que una y otra vez dan en el callo nacionalista como, no hace tanto, hacían hurgando en la herida del terrorismo, una mala práctica, porque, en este caso, el enconamiento contra Más y los suyos está insuflándole el aliento que pareció faltarle tras la noche electoral en su camino a la reelección.
Y no sólo eso. Además, el  gobierno de Rajoy está consiguiendo con aquella terca decisión de llevar a Mas a los tribunales, que el tedioso proceso y el desgaste que supone la negociación de la presidencia con las CUP quede en un segundo plano y mucho más inclinado a favor del actual president. Algo que el dimitido Torres Dulce debió ver claro, dada la poca consistencia de la pretendida acusación y que acabará en el archivo y, por qué no decirlo, en el ridículo de su sucesor, cuando los jueces se vean obligados a sobreseer la causa.
Al final, unos y otros habrán conseguido poner en evidencia lo único que nos queda, Montesquieu, porque, cuando se pone en cuestión la rectitud de la justicia una vez, se pone todas. Y lo ha hecho la Generalitat por pura estrategia, olvidando quizá todo el peso que siempre ha tenido el partido que la sustentaba, CiU, en el nombramiento de magistrados y miembros del Consejo General del Poder Judicial, una situación que lleva a la paradoja de que en el duro comunicado de protesta del Consejo por los acontecimientos de ayer, el mismo que se queja presión y falta de respeto a la independencia de los jueces no fue firmado por tres consejeros, entre ellos, Roser Bach, esposa del conseller de justicia catalán.
Visto así, quizá tengan razón quienes protestaban ayer para desconfiar de la Justicia.


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1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

¿Justicia? ¿What Justicia?

Saludos