lunes, 30 de noviembre de 2015

LA RESPONSABILIDAD DE LOS POLÍTICOS


Una de las cosas que más claras me quedaron a lo largo de mis años de profesión es la de que, al final, las cosas son tan sencillas como parecían en un principio. Esa y la de que si los políticos, nuestros políticos, a la hora de tomar sus decisiones, en lugar de arriesgar el bienestar o la riqueza de todos, arriesgasen la suya propia, serían mucho más prudentes y ecuánimes. Pero no, como, hagan lo que hagan, las consecuencias, hagan lo que hagan, si lo que hacen se ajusta a las leyes que ellos mismos han dictado, no va a producirle mermas en su patrimonio ni va a llevarles a prisión.
¿Alguien puede pensar que, si Alberto Ruiz Gallardón, hubiese arriesgado algo más que el bolsillo de los madrileños y el de los hijos y nietos de los madrileños en las suntuosas obras que emprendió en sus años al frente del ayuntamiento de la capital las hubiese llevado a cabo? Estoy seguro de que no. Es más, también estoy seguro de que una obra como el soterramiento de la M-30, un enorme túnel envenenado, construido al margen de la ley, del que los grandes beneficiados han sido las grandes constructoras que, como siempre, dispararon los costes y acabarán devolviendo los favores recibidos en diferido y en forma de asesoramiento simulado, jamás se hubiese llevado a cabo si el entonces  alcalde de Madrid se hubiese jugado algo suyo en ella.
Pero Gallardón no se jugó nada. Ni siquiera perder las elecciones cuando se descubrió el pastel. ya que, cegado por su ambición política, tuvo a bien emprender una huida hacia adelante que acabó en el Ministerio de Justicia, donde, sin obras que ejecutar, juegos olímpicos que prometer, ni espectáculos en los que lucirse, dio la justa medida de su mezquindad, acabando con un prestigio, el suyo, tan inmerecido como inexplicable, porque he de reconocer que lo tuvo y que combatirlo me costó más de un disgusto con aquellos a quienes, deslumbrados por su inmerecido y convenientemente cultivado "don de gentes", les costó quitarse la venda para ver quién era en realidad este pequeño faraón.
Dicen que lo que perdía a Gallardón era su afán de cortar cintas,  dejar su nombre grabado en placas conmemorativas o al pie de las leyes que promovió por más retrógradas que fuesen. Afán por pasar a la Historia, un afán parecido al de alguien que, aunque parezca imposible, guarda muchos parecidos con él en su trayectoria.
Estoy hablando, claro está, del presidente en funciones de la Generalitat de Catalunya, experto, como Gallardón, en el derroche, en su afán de trascender y hábil, o no, quién sabe, practicante del arte de huir hacia adelante, porque lo que viene haciendo Artur Mas desde que comenzó la crisis no es otra cosa que huir hacia adelante para camuflar en su nube de tinta independentista su pésima gestión al frente de la Generalitat que ha tenido como consecuencia el desmantelamiento, anterior y quizá más profundo, del estado de bienestar de los catalanes, así como el hundimiento de sus cuentas, incapaz de hacer frente a los compromisos más elementales, en tanto que extendía la presencia de Cataluña en el mundo, en algo que retrataría así una vieja canción infantil "Tanto coche de lujo, tanto boato y en llegando a casa no tienes plato".
En esa loca huida ha acudido a las urnas tres veces, cada vez con peores resultados, ha destrozado la  que parecía indestructible CiU, ha disuelto su propio partido, se ha inventado coaliciones y, todo, para mantenerse, o al menos intentarlo, al frente de la Generalitat, dejando atrás un pasado cada vez más turbio e indigno. Un desgaste en el que él siempre saca la cabeza de entre los escombros, a costa, eso sí, y es mi opinión, de Cataluña y los catalanes.
Su empecinamiento en presidir la Generalitat  de la transgresión, la que desconectaría de España, va camino de descuartizar el sueño independentista, porque, ahora que las bases de las CUP le han dado su no definitivo ha colocado a Cataluña en un impasse en el que los verdaderos problemas de los catalanes, independentistas o no, parecen no tener importancia y, sobre todo, no se resuelven. Dos meses en los que el prestigio de Cataluña en el exterior va minándose poco a poco y en los que el balance entre las empresas que se van y las que llegan es francamente desfavorable para los intereses de Cataluña.
La pregunta es ¿alguien reclamara a Mas algún día toso el dinero y el prestigio que le está costando su aventura a Cataluña? Me temo que no, pero Mas, al igual que Gallardón y tantos otros, debería hacer frente con algo más que su prestigio, que no parece importarle, a tanto desastre.


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viernes, 27 de noviembre de 2015

EL NIÑO DE RAJOY



A estas horas, raro será el español que no haya visto, pixelado o no, a "Marianito" Rajoy recibiendo sendas collejas de su padre como premio a su desparpajo al criticar a mi viejo amigo Manolo Lama por sus comentarios en el videojuego FIFA, del que, al parecer, es hábil jugador. Mi sorpresa, al ver las imágenes del momento, repetidas hasta la saciedad en todas las televisiones, fue mayúscula, porque no podía creer que un niño de diez años, supongo que escolarizado, estuviese fuera de su casa a esas horas de la noche y, naturalmente, por la ejemplar lección de pedagogía que nos brindó el presidente del Gobierno, propinando, no una, sino dos expertas collejas a su tan redicho primogénito.
Pasada la sorpresa y dejando aparte el castigo físico que, por más en broma que fuese, castigo fue y tan automático que denota la soltura de la costumbre, mi cabreo fue en aumento al caer en la cuenta de la utilización que se hacía de "Marianito" en el afán de humanizar la imagen de su padre, tan poco querido y valorado por los españoles tras estos cuatro años de gestión.
No me gustó ver a ese niño expuesto ante las cámaras, participando en un programa de radio, dentro del alambicado aparato preelectoral con que quienes asesoran al líder y candidato del PP pretenden recuperar en apenas dos meses la penosa imagen con que sale de la legislatura. No me gustó, porque, aunque valiese la excusa de que Marianito quería ir a la radio para conocer a los propietarios de las voces que tanto deben sonar en su casa a la hora de los partidos, el presidente y sus asesores nunca debieron permitir que fuese expuesto a los micrófonos y cámaras.
La presencia de ese niño en lo que no de ja de ser un acto de precampaña me recuerda demasiado a aquel "Alonsito" Aznar jugueteando entre las piernas de sus padres en los actos de su padre. No es bueno que los niños se mezclen en asuntos de adultos y mucho me temo que, a partir de la noche del miércoles, Marianito Rajoy se convertirá en objetivo de paparazzi, si no en algo peor. El mundo de los niños debe ser sólo eso, de los niños y, sacarlos de él, no puede ser bueno.
Está claro que hay gente dispuesta a hurgar en la vida privada de los famosos y los políticos también lo son y no parece lo más adecuado facilitarles la tarea. En eso, el matrimonio Zapatero, también los González, hizo muy bien en preservar la vida privada de sus hijos. Y sólo por una imprudencia del personal de la Casa Blanca circuló la fotografía que sus hijas quisieron tomarse con el matrimonio Obama.
Recuerdo ahora otra pareja que siempre hizo gala de su prole y que supongo ahora arrepentido de ello. No es otro que el matrimonio Pujol Ferrusola cuyas fotos de familia, todos juntos en torno a un sofá, porque esa foto familiar se ha convertido en la base de los distintos croquis con que la policía y la prensa tratan de seguir el entramado corrupto de la que fue la familia más poderosa de Cataluña.
Rajoy hizo mal en inventarse o dejar que le inventaran aquel cuento de la lechera de aquella niña, la famosa "niña de Rajoy", que sería feliz en los mundos de Yupi que pintaba frente a Zapatero, porque si llegase a comparar aquellas promesas electorales con la terrible realidad en que ha crecido junto a sus padres difícilmente se reconocerá en ellas. Pero si mala fue aquella impudicia de candidato, peor fue la de la noche del miércoles, porque "Marianito" es de carne y hueso y merece ser tratado como lo que es, un niño.


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jueves, 26 de noviembre de 2015

MENUDO PAÍS



Menudo país éste en que nos ha tocado vivir. Menudo país y menudo presidente, aunque que no sea otro que Rajoy quien lo presida no es casualidad, porque fuimos los españoles los que le dimos nuestros votos o, en todo caso, quienes no hicimos lo bastante como para que no obtuviese la maldita mayoría desde la que lleva cuatro años gobernándonos.
Menudo país éste en que el líder de la oposición, que no sabe qué gobierno aprobó la primera ley de divorcio de la guerra civil, que se supone que se presenta por un partido de izquierdas se va a "jugar" a las cocinitas con un pijo repijo, sin ninguna conciencia ni sentido de la realidad, y a relajarse en los salones de su casa, mientras muchos de quienes, si las cosas fuesen como deben ser, le darían su voto se iban a la cama sin cenar y sin calefacción, pero, eso sí, después de ver lo bien que vive Bertín y lo bien que se lleva con su invitado.
Mientras, Mariano Rajoy que, como Pedro Sánchez, no estará presente en el paripé de la firma de ese pacto antiyihadista que ambos se inventaron, empleaba parte de su precioso tiempo y acomodaba su agenda para pasar dos horas en la radio comentando la jornada de Champions, como si todo lo demás pudiese esperar.
No sé qué pensará Hollande, en pleno ataque de ardor guerrero, si se entera de que su aliado estuvo más pendiente, al menos durante esas dos horas, de los goles de "su" Real Madrid que de su llamada a la colaboración en el despliegue militar iniciado por Francia, a la que, según el Tratado de Lisboa, firmado por España, estaría obligado.
Les critico,  a ambos, y no tendría por qué, porque, en el fondo, lo que buscan no es la coherencia ni la claridad en sus mensajes. Lo que buscan es "caer simpáticos", meterse en casa de los ciudadanos, posibles votantes, cuando andan con la guardia baja e incapaces de defenderse de la campechanía de tan simpáticos candidatos que hacen el gazpacho "como mamá" o son del equipo de sus amores. Lo saben bien, Como también saben bien que vale más cantar un gol con ganas o reír un chiste que dar una opinión que podría volverse contra ellos.
Rajoy está tratando de compensar el silencio de estos últimos años, la distancia que puso entre su cargo y la prensa, con un acercamiento amable a los medios, sin riesgos, aunque, en su caso, abrir la boca es arriesgarse a meter la pata, para saturar las retinas y los oídos de los ciudadanos con su no siempre deseable presencia. Y lo hace, supongo que perfectamente asesorado, allá donde no haya preguntas demasiado comprometidas o periodistas solventes, como Carlos Alsina, capaces de ponerles en evidencia, practicando la casi olvidada costumbre de repreguntar o no callar ante las barbaridades, las diga quien las diga.
Quizá por eso prefiere soportar -el dontancredismo es lo suyo- estoicamente las críticas por su no participación en el debate a cuatro organizado por A3 Media, enviando a él a la primera figura del ballet de La Moncloa, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, y reservarse para un cara a cara con Pedro Sánchez, tan inconsistente como él mismo, con lo que los ciudadanos nos veremos privados, más allá de cualquier foto protocolaria, de ver y escuchar a Rajoy, o al mismo Sánchez, frente a los "nuevos", Pablo Iglesias y Albert Rivera.
Menudo país el que nos ha tocado vivir y menudos representantes, los que tenemos. Ojalá esta vez los ciudadanos sepan discernir, entre tanto mensaje envuelto en celofán y papel perfumado cuáles son las verdaderas intenciones de los candidatos y a quién y qué representan en realidad. Porque, si no, menudo país nos espera los próximos cuatro años.


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miércoles, 25 de noviembre de 2015

INTELIGENCIAS


No sé si es lo habitual, pero soy de los que crecieron pensando que la inteligencia era sólo una, esa que la Real Academia Española define como "capacidad de entender o comprender o capacidad de resolver problemas". Con el tiempo y gracias, primero al cine y las novelas de espías y luego a la sopa de siglas, supe de otra inteligencia, la que tiene que ver con el espionaje y con su reverso, el contraespionaje. Siglas como MI 6, SIS, por otro nombre, CIA, CNI o SIM, en las que la i hace referencia a la inteligencia, como asunto de espías y analistas, pero que, a la vista de los resultados, en ocasiones tienen poco que ver con ella, porque en lugar de sumar esfuerzos, a veces se empeñan en ocultarse los avances, cuando no en engañarse, unos a otros
Decía que, según la RAE, inteligencia es la capacidad de entender o comprender y la capacidad de resolver problemas y, visto lo visto, los servicios de inteligencia y quienes toman decisiones después de consultar sus informes no entienden ni comprenden la realidad ni, mucho menos, son capaces de resolver o anticiparse a los problemas. Eso, en el mejor de los casos, porque demasiado a menudo son esos servicios los que "arman" las guerras o, como parece que hay que llamarlas ahora, los conflictos.
Tal parece que a nuestros dirigentes les fallan una y otra inteligencia, del mismo modo que parecen más dispuestos a esforzarse en tapar los fallos de sus inteligencias que en tomar decisiones inteligentes.
De no ser así las cosas, sería impensable que un grupo de "no tan descerebrados", como parecen ser los responsables de Daes, pueda poner en jaque a tantos países a la vez, de uno y otro continente, de una y otra ideología. De no fallar tan estrepitosamente las dos inteligencias de esos dirigentes, la que debería entender y comprender y la que debería resolver los problemas, no se habría revuelto como se ha revuelto el tablero del próximo oriente, en el que son cada vez más los frentes abiertos y más los actores tan irreconciliablemente enfrentados.
Bastaría con pararse a pensar en las consecuencias, aún por definir, del derribo de un avión militar ruso por dos cazas turcos en territorio sirio, junto a la frontera turca. Será difícil saber si el aparato ruso entró, como dicen las autoridades turcas, en su territorio, pero más difícil aún será entender quién y por qué tomó la decisión de abrir fuego contra él, convirtiéndolo en el primer avión ruso derribado por fuerzas de la OTAN en tantos años de guerra fría y, ahora, templada, porque es de suponer que una decisión de consecuencias tan graves no la toma un simple piloto de caza, ni siquiera el responsable de su base. Es de suponer que, antes de apretar el disparador, se haría alguna consulta y más en un momento en el que Rusia actúa como un "casi" aliado de la OTAN. El caso es que se disparó y el aparato cayó en territorio sirio, con uno de sus tripulantes muertos y que la tensión entre unos y otros está en lo más alto, mientras cabe suponer que el Daes se frota las manos.
Lo mismo que se frotará las manos tras el nuevo atentado en Túnez, esta vez asesinando a miembros de la guardia presidencial. Una acción que sostiene el ruido de las bombas y las sirenas, esta vez en el norte de África, ahora que, si no la inteligencia, si la contumacia de las policías de Francia y Bélgica ha desbaratado sus planes más inmediatos en Europa. Un frente reabierto, este de Túnez, que le ayuda a desviar la atención y mantener entre sus seguidores la moral bien alta.
Falta inteligencia para entender y comprender que el Daes, A Qaeda y todos los que se escudan en un falso islamismo, tan cruel como radical, viven del abandono en que las prósperas sociedades europeas han sumido, no a una, sino a varias generaciones de hijos de la emigración magrebí en Europa, miles de jóvenes sin esperanza ni futuro, encerrados en jaulas de cemento, fracasando en la escuela, sin nada que hacer día tras día, que de vez en cuando estallan con violencia y a los que únicamente se les responde con el falso orden restituida con la violencia policial y que se convierten en presa fácil para quienes les prometen el paraíso y ser, por fin, alguien vengándose de su vida anterior.
Les falta inteligencia para comprender el porqué de esta situación e inteligencia para poner los medios que permitan acabar con el problema. Falta una inteligencia al servicio de todos, porque de inteligencia para quedarse con lo que debería ser de toda la comunidad y para abrir y agrandar las brechas, más bien zanjas, abiertas entre unos y otros parece que van sobrados.


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martes, 24 de noviembre de 2015

BLACK FRIDAY


Los pobrecitos españoles vivimos estos días acosados por la moda del "black friday", esa costumbre importada de los Estados Unidos, por la que los comercios saldan gran parte de sus existencias con el fin de salir de los números rojos en el balance de final del año. Venden barato, incluso rozando lo escandalosamente barato porque saben que es la única manera de llenar sus tiendas y hacer la caja que les permita vaciar las trastiendas para volver a llenarlas con una oferta renovada. Y, al final, nosotros más de una y de dos veces nos vamos a casa con lo que no necesitamos.
Pues bien, algo así es lo que están haciendo nuestros políticos, vendiéndose a precio de saldo en los escenarios más variopintos, sorprendiéndonos lo barato que se venden, como a veces nos sorprenden esos productos estrella inalcanzables, que, en apenas veinticuatro horas, se venden más que baratos, a precios ridículos so pena de quedarse acumulando polvo en cualquier estantería.
Llevamos ya varias semanas  comprobándolo. Desde que el apolíneo candidato socialista se prestó a "jugar" con Pablo Motos en su Hormiguero,  han sido muchos, comenzando por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría y su disco-baile, los políticos que se han prestado a aparecer programas de televisión y radio tan variopintos como alejados de la solemnidad y profundidad que se espera de una entrevista "de verdad" o de un debate en las páginas de un periódico o en los programas informativos de cualquier televisión o radio.
Una estratégica moda que nos ha llevado a tener que tragar a Rajoy "hasta en la sopa". Toparnos con él a todas horas, tener que soportar a ese mismo presidente que se escondió tras un monitor de televisión para negarlo todo "salvo algunas cosas", cuando se vio obligado a dar explicaciones porque su partido había sido pillado con las manos en la caja, comentando alineaciones y resultados de fútbol o contándonos quién lee primero el MARCA en Moncloa a la hora del desayuno.
Creo que, en el fondo, nos merecemos que "nuestro" presidente aparezca, con Europa patas arriba, en el descanso del partido Real Madrid-Barça haciendo bromas con el resultado. Creo que también nos merecemos que horas antes se quejase en "El larguero" de que, mientras fue ministro de Educación, Cultura y Deporte, la Educación y la Cultura le quitasen tiempo para su gran pasión, el deporte. Nos lo merecemos. Y nos lo merecemos, porque tenemos unos líderes, desde el primero al último, con coleta o sin coleta, que no dudan en vender su alma al diablo con tal de unos minutos de televisión. Y nos lo merecemos, porque damos mayor importancia y tienen más audiencia las trivialidades dichas en cualquiera de esos programas que las respuestas que puedan dar a una pregunta inteligente en una entrevista seria o en una rara rueda de prensa "con preguntas".
Nuestros políticos, a menos de un mes de las elecciones generales, están en su particular black friday, en su particular y alocada venta de ideas y chascarrillos y se saldan con el único fin de hacerse con las simpatías de los votantes en horas bajas, desprevenidos ante el televisor y, para ello, no paran en barras  a la hora de colarse en casa de los hipotéticos votantes, especialmente a la hora de la cena. Ni siquiera hacen ascos al "desmemoriado" cantamañanas, líder de audiencia televisiva, que, este fin de semana, confesaba que los programas que había grabado con dios copas habían resultado ser los mejores. 
Si, definitivamente, Rajoy y Sánchez, en su particular black friday, se ponen en oferta en el escaparate de Bertín Osborne, habrá que saber quién paga las copas, aunque me temo que, como siempre, seremos nosotros, los votantes, que, de momento, y con la que está cayendo, entre risas y flexiones, aún no sabemos cuál va a ser el papel de España en la ofensiva internacional contra Daes.
El riesgo, después de este black friday, es el de llevarnos a casa a los políticos en oferta que no necesitamos.


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lunes, 23 de noviembre de 2015

SOBRE MOSCAS Y CAÑONAZOS


Uno de los mayores vicios del periodismo, especialmente en los últimos tiempos es y ha sido el de reducirlo todo a balances, especialmente cuando al hablar de hechos o situaciones que originan víctimas. Me parece que esa actitud es errónea y lo vengo diciendo siempre que tengo ocasión. No se puede, por ejemplo, reducir la violencia machista  a eso. No se debe, pero se puede, porque se hace, asignar a cada una de las víctimas un numero de orden, como su la estuviésemos colocando en un tablero, en un marcador. No debe hacerse, porque se las despersonaliza, se borran las causas y las consecuencias de tan horrendos crímenes.
Con el terrorismo ocurre otro tanto. Al final, los atentados quedan reducidos a cifras, mucho más si se cometen fuera de nuestras fronteras  y falta análisis, se echa de menos que alguien admita los errores que llevan a ellos y la respuesta se reduce a los consabidos actos de repulsa, a las grandes palabras, a los funerales de Estado, sin que nadie nos diga qué y por qué ha fallado, con lo que al ciudadano lo que le queda es poco más que la pena y el miedo.
Y es aquí donde aparecen los cañonazos, los grandes despliegues, la invasión de los espacios públicos con millares de policías y soldados armados hasta los dientes, persiguiendo sombras y cerrando con su desproporcionada presencia en las calles la ecuación perfecta del terror, porque lo que persiguen los terroristas es multiplicar cuanto puedan el eco de sus acciones.
Por eso y por el tremendo despliegue de seguridad que acompaña a los grandes mandatarios, el terror ya no apunta a quienes los terroristas señalan como responsables de sus males, por eso buscan a sus víctimas en el anonimato de unos trenes, de unas estaciones, unas tranquilas terrazas en un barrio de moda, un estadio de fútbol o una sala de conciertos. Y es así porque saben que la gran injusticia que supone esa elección siembra el desconcierto y asusta más a los ciudadanos. Lo que parece ignorar es que, desde los atentados de septiembre de 2001, los gobiernos han aprendido a rentabilizar ese dolor y ese miedo. Y lo hacen.
Más allá de que el terror que padecemos ahora, aquí, en Iraq, en África o en Siria sea consecuencia de la sobreactuación de Bush que, en lugar de asumir la culpa de la descoordinación de sus servicios de inteligencia, puso en marcha todo un despliegue de leyes "patrióticas", alianzas histéricas y guerras ilegales, más allá de ello, los gobernantes de los países de su órbita, salvo el torpe de Aznar, saben ya cómo enfrentarse a estas salvajadas y lo vienen demostrando desde los atentados de hace diez días.
Sin decirlo abiertamente, sin hacer el reproche que merecería, se insinúa que en la ineficacia de los servicios de inteligencia y policiales de Bélgica está parte del origen de la tragedia, aunque insisto en dejar claro, como no podía ser de otro modo, que los verdaderos responsables han sido los fanáticos asesinos de detonaron sus explosivos o vaciaron sus kalashnikov sobre víctimas inocentes. Porque no tiene explicación que individuos fichados y clasificados como peligrosos para la seguridad por Francia y la propia Bélgica entren y salgan del país, alquilen vehículos y apartamentos, contraten hoteles y compren armas de guerra sin levantar ninguna sospecha.
Esa es la explicación del despliegue, tan desproporcionado como inútil, de las últimas horas en París y Bruselas. Enterrar en miedo y preocupación las sospechas y las dudas de los ciudadanos sobre la eficacia de sus servicios de inteligencia. Enterrar lo que podía terminar en crítica más que justificada e indignación bajo la perplejidad de unos ciudadanos que se ven privados de sus calles, sus medios de transporte y, hoy, de los colegios y las universidades, por una sospecha, más o menos fundada, y a cambio de nada, porque tras haber convertido a Bruselas durante setenta y dos horas en una ciudad fantasma, el "balance" de tanto despliegue ha sido nulo.
La estrategia que a Hollando, por ejemplo, ya le ha llevado a lo alto de las encuestas, consiste en matar moscas, o peligrosas avispas, a cañonazos, porque el ruido, convenientemente amplificado por los medios, aturde e hipnotiza a los ciudadanos, impidiéndoles reflexionar sobre el porqué de lo que ha pasado. A lo peor esa es la única finalidad de un despliegue que apenas ha tenido resultados, pero que, sin embargo, ha tenido paralizado, asustado y mudo a todo un país.


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viernes, 20 de noviembre de 2015

CUARENTA AÑOS YA


Ahora que se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco, caigo en la cuenta de que se cumplen cuarenta años de muchas cosas. Por ejemplo, cuarenta años de mis veinte, de mi pelo largo, de mis casetes de música selecta de mis primeras lecturas apasionadas, del descubrimiento de la vida, el amor y el sexo, en aquel entonces no éramos precisamente precoces y yo, particularmente, nunca fui de los más avispados. También los años del descubrimiento del activismo político, fundamentalmente y como muchos otros, en la universidad.
Recuerdo los ecos de la larga agonía del dictador, la gravedad en la voz de , por ejemplo de Florencio Solchaga, a la hora de recitar aquellos partes firmados por el equipo médico habitual, las flebitis, las hemorragias, ese goteo constante de datos oscuros en los que algunos eran capaces de leer la luz del final. La larga agonía de un sátrapa en manos de su codicioso yerno que fue capaz de fotografiarle inconsciente, ensartado por vías y tubos, lleno de electrodos, más muerto que vivo, mantenido en este mundo cruel y artificialmente quizá con el único fin de arreglar las cuentas de la familia antes de su desaparición, cuentas de las que aquellas  fotosespeluznantes, por las que años más tarde obtuvo una suculenta suma, formaban parte sin duda 
Recuerdo la tarde de aquel día buscando champán, creo que entonces no le llamábamos cava, por las tiendas de ultramarinos de los alrededores de Bravo Murillo, aún eran raros los supermercados y no digo ya las "grandes superficies" y recuerdo que a esas horas ya nos costó, porque se había agotado. Recuerdo los días siguientes y recuerdo, en el comercio de mis padres, las lágrimas de algún vecino que por fin se atrevía a contar entre sollozos el dolor causado por el muerto y recuerdo también las imágenes del duelo. Aquella larga cola en la calle Bailén en la que, luego lo ha comprendido, no sólo estaban los fieles al "caudillo", sino muchos otros españoles que, simplemente, no querían perderse tan histórico momento o, lo sé de alguno, querían darse el gusto de ver al tirano muerto.
Han pasado cuarenta años y, de nuevo, los nostálgicos pretenden reunirse en una cena homenaje al responsable quizá de su fortuna, grande o miserable, y, de nuevo, a las "redes" que aquel militar bajito y resentido por no haber podido ser marino jamás pudo imaginar, llegan millares de firmas para que se impida.
Han pasado cuarenta años y, hoy, Franco es apena un recuerdo, unas líneas en los textos de historia de nuestros hijos, en ese capítulo que nunca se da. Han pasado cuarenta años y los jóvenes que ya no saben ni sabrán quién fue son legión- Han pasado cuarenta años y, para muchos, estría mejor en el olvido, pero no sería justo, porque cuarenta años después de su muerte, no diré que plácida, en la cama de un hospital, público, por cierto, hay muchos españoles, demasiados, que aún lloran todas esas heridas, todavía abiertas, que el dictador causó a su familia en los cuarenta años de sangre y miedo que tubo a España sometida. Familias que lo perdieron todo, familias que tuvieron que huir de noche de su pueblo, familias que tuvieron que dejar el país, familias que se partieron, familias que aún buscan a sus muertos. Por eso y dejando constancia de que, a la mía, aquella tragedia apenas la rozó, creo que ni Franco ni sus fechorías deben ser olvidados. Por eso me indigna que personajes, como ayer Bertín Osborne, se "encabronen" porque haya quien quiera recordar, encontrar y enterrar dignamente a sus muertos y nos restrieguen a los suyos para obligarnos a olvidar. Nunca una mancha puede limpiar otra y, estoy seguro, sus muertos fueron enterrados ya con dignidad.
Han pasado cuarenta años desde que aquellos cuarenta años ominosos llegaron a su fin y espero que no haya que esperar otros cuarenta para que se sepa por fin la verdad y se le cuente, toda, a las nuevas generaciones de españoles, para que tales errores, tales horrores, no se vuelvan a repetir.


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jueves, 19 de noviembre de 2015

LA "GUERRA" EN CASA



Confieso que soy de los que han sucumbido al embrujo de la incertidumbre y la tensión, confieso que soy de los que la noche del viernes al sábado, al no poder dormir después de escuchar, casi por casualidad, las noticias de las explosiones y los tiroteos en París, pe pegué al televisor y, saltando de canal internacional en canal internacional, esperé a la trágica resolución de la toma de rehenes en el Bataclan. Y, del mismo modo, he de confesar que fue poco lo que saqué, apenas asistir al espectáculo de las imágenes en bruto de cámaras fijas en distintos escenarios, movimientos policiales que no se acababan de explicar, destellos de luces de emergencia y sirenas y poco más,
Miento. También fui testigo del lamentable espectáculo de alguna de las cámaras intentando penetrar en el hospital de campaña en el que era atendidos algunos de los heridos y de cómo, primero con las mantas térmicas que extendían los sanitarios, como si no tuviesen otra cosa de qué ocuparse que de combatir la falta de pudor del cámara y después con la intervención de la policía, aquellos impúdicos mirones fueron alejados de su objetivo.
Eso ocurrió a lo largo de las primeras horas de la tragedia, mientras aún no sabíamos qué iba a ser de las decenas de rehenes que los terroristas habían tomado en el Bataclan. Y, de repente, sin saber si era directo o se trataba de imágenes y sonidos grabados, las explosiones y los tiroteos que, luego sí, nos contaron que correspondían al asalto policial. Y menos mal que algunas imágenes, las de la fuga de algunos de los asistentes al concierto por una puerta lateral y las ventanas fueron retenidas hasta la resolución del secuestro, por orden del gobierno que, con buen criterio, trataba de evitar que quienes ya habían asesinado a decenas de personas fuesen tras los que trataban de huir.
Luego vinieron las solemnes intervenciones, especialmente las de Obama y Hollande, esta última con la terrible palabra, guerra, que puso en marcha los peores mecanismos del miedo y, con ellos, otorgó al "enemigo" su principal victoria, la de hacernos creer que, efectivamente, unos cuantos terroristas, fanatizados, bien entrenados y mejor organizados podían poner patas arriba y en pie de guerra a una de las más viejas democracias del mundo,
Después de esas primeras horas, llegó el despliegue, la llegada incesante a París  de periodistas de todo el mundo. Y las calles de la capital francesa, vacías de ciudadanos por indicación del gobierno, se llenaron de cámaras, parabólicas y micrófonos en cada uno de los escenarios de la tragedia. Y allí se plantaron, los periodistas, los de siempre,  y las estrellas, alguna tan obscena como para asomarse a través de un selfie, como un wally indecente, al escenario de la peor de las matanzas.
Pero lo peor de este despliegue tan obsceno no es ni siquiera el afán de protagonismo de algunos. Lo peor es el hablar por no callar, la necesidad de llenar con verborrea el silencio de las imágenes en bucle. Ese decir una cosa y la contraria sin apenas reflexión, olvidando uno de los deberes, quizá el primordial, de quienes tienen o hemos tenido el privilegio de intermediar entre la realidad y quienes nos ven o escuchan, el deber de poner las cosas en su sitio, el sagrado deber de la crítica, de sopesar fuentes e intenciones, de tranquilizar en lugar de asustar, el deber de ayudar a entender, en lugar de confundir, en fin el deber de hacer periodismo con empatía y sin protagonismo, porque los periodistas han de ser eso y sólo eso intermediarios leales y decentes.
Pero, claro, se nos olvida que en efecto hay una guerra, la de las audiencias y que, por desgracia, el sosiego y la decencia apenas "venden". También que casi todos los protagonistas políticos, al menos en Francia y en España, andan enredados en elecciones y que, ante tragedias como ésta, salvo que se sea un patán como Aznar, la sociedad hace piña en torno al que gobierna. 
Unos u otros lo saben y, por eso, para que no tengamos tiempo de reflexionar, con sus imágenes, con su lenguaje, nos han medido la guerra en casa.


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miércoles, 18 de noviembre de 2015

MUS



Ha bastado un momento de respiro, una pausa en el tiovivo vertiginoso y mareante al que nos habían subido Artur Mas y sus propósitos, para que muchos, incluso en su propio entorno, comiencen a ver la realidad de algo que, hoy por hoy, sólo es una quimera. Ha bastado que el sonido de los disparos, las explosiones y las sirenas que nos llegan de París ahoguen el bucle de su discurso, para que entre sus allegados comience a verse también el fin de la aventura.
No sé si en Cataluña se juega al mus, mucho menos si se juega con otro nombre o si algún juego de naipes catalán se parece al mus. Lo que sé es que en el panorama político catalán ha llegado el momento de darse mus, de renovar las cartas, porque, con las que los jugadores tienen en las manos es imposible seguir la partida. Ha llegado el momento de un nuevo reparto, porque, como comiezan a decir en voz alta los más sensatos de quienes rodean al enloquecido Artur Mas, incapaz de ver más allá de su necesidad de ponerse a cubierto, que la realidad de los escaños, se sumen como se sumen, es incompatible con la independencia prometida.
Por eso hay que dar cartas de nuevo. Por eso hay que ir a unas nuevas elecciones que acabe con ese equilibrio maldito que ahora, más allá de las leyes y las normas aceptadas o no por quienes predican la independencia, impide avanzar en el camino que, según sus promesas, llevaría a proclamarla. Y es que lo de estos días ha sido como una mala y costosa campaña publicitaria en la que el producto que se anuncia no llega o, si llega, no es, en absoluto, lo prometido.
Están, además, las CUP, las Candidaturas de Unidad Popular, la "mosca cojonera" que, contumaces en sus condiciones, están destrozando el plan, la "hoja de ruta", de los independentistas, convirtiendo de paso a Mas en un títere con las cuerdas destensadas que se arrastra como un cachorrito ante la más mínima posibilidad de recibir un mendrugo.
La verdad es que la posición de las CUP en este debate de investidura y la firmeza con la que la han defendido, en ocasiones al borde del sadismo, es el sueño de cualquiera de esos a los que llaman anti sistema y que, desde hace no tanto, han aprendido a meterse en el sistema y ocupar sus costuras, para tensarlas y, si es posible, reventarlas. Algo de lo que debe saber mucho el president en funciones, al que Antonio Baños y sus compañeros están haciendo perder, aparte de la dignidad, el sueño.
Esa es, al menos, la sensación que percibo desde aquí, desde "la capital del Estado", y, la verdad, es que me gustaría saber que se dice y que se piensa allí, cómo se percibe lo que parece un evidente deterioro de su imagen y la de su partido, cómo se asume la pérdida de esa aura de serenidad y sentido común de que hasta ahora se les había revestido. Me temo que no estará muy lejos de lo que vemos aquí quienes creemos en el hecho diferencial de Cataluña y los catalanes y su derecho a expresarlo y a que les sea reconocido. Supongo también que, por eso, y por los poco esperanzadores resultados de la encuesta del CEO, el CIS de la Generalitat, que, pese a haberse realizado antes del desgaste de la investidura, apenas suponen un avance del independentismo, el desánimo está llamando a las puertas de Convergència, donde comienza a hablarse claramente, como lo hace la mano derecha de Mas, el ex conseller Homs, de nuevas elecciones, para salir del impasse a que ha conducido el resultado de las de septiembre, un impasse que ya anticipó el candidato Mas la misma noche electoral con el escaso entusiasmo manifestado.
De momento, parece haber llegado el momento del mus, de repartir de nuevo las cartas y tratar de jugar con las nuevas, quizá de otra manera, porque, con éstas, el órdago independentista resulta poco o nada creíble.


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martes, 17 de noviembre de 2015

CONTRA EL TERROR ¿MIEDO?

Amanezco con la noticia de una decisión absurda como lo es la de la suspensión del partido amistoso que iban a disputar Bélgica y España esta noche en Bruselas. Y, si digo que a decisión es absurda, es porque creo que la suspensión no es sino una concesión a quienes pretenden imponernos su terror,  y alterando nuestras vidas donde y cuando quieren, porque un estado debería ser capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos con un alto grado de eficacia y, si queda margen para la inseguridad, ese margen corresponde a la loca impresibilidad de quienes están dispuestos a quitarse la vida por no sé qué ideales.
El problema es que lo que sucedió la noche del viernes al sábado en París se produjo en medio de uno los mayores despliegues de seguridad que se recuerdan, encaminado a prever cualquier alteración del orden de cara a la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático el próximo 30 de noviembre en la capital francesa. Para eso si son eficaces los despliegues. Para eso sí sirve llenar una ciudad de hombres uniformados y armados. Con esos despliegues sólo combaten, y me temo que es lo único que pretenden, a quienes, a cara descubierta y con las manos abiertas y sin armas, pretenden oponerse a quienes asfixian el planeta y niegan el futuro a nuestros hijos.
Para eso sí. No para interceptar al  asesino en fuga de la noche del viernes, que fue identificado por la gendarmería en una carretera francesa, camino de Bélgica y se le dejó marchar. Algo desconcertante. Tan desconcertante como los historiales policiales de los terroristas abatidos e identificados tras las masacres, historiales que hablan de personajes conocidos por su marginalidad y su radicalización, sin que nada les impidiese cometer su barbarie.
A veces, a uno no le queda más remedio que sospechar que los despliegues "a posteriori", como esos ciento quince mil policías, gendarmes y soldados, movilizados tras los atentados, sólo persiguen lavar la cara de los responsables de la seguridad y "consolar" a la ciudadanía, asustada y desconcertada por la fragilidad en que viven.
Creo que la mejor respuesta al terror es toda la normalidad que sea posible. Seguridad y eficacia, pero no despliegues, no a las armas en la calle, porque en cuanto las armas en la calle entran a formar parte de la ecuación de la seguridad, el riesgo, lejos de desaparecer se dispara. Y me explico. Pocos países en el mundo tienen más vigilancia t más fuertemente armada que Israel y, sin embargo, las acciones terroristas, allí, lejos de desaparecer y se multiplican, porque, sin eliminar las injusticias, sin acabar con la rabia, muchas veces justificada, de quienes las cometen, un cuchillo de cocina o un coche se convierten en armas tan letales como el kalashnikov.
Los grandes despliegues policiales, las reformas de las leyes, y más de las constituciones, no son más que expresiones de lo que no se puede entender más que como una derrota, otra más, ante aquellos que emplean el terrorismo más como consuelo o instrumento de propaganda que como verdadero instrumento de cambio, porque lo único que consiguen es convertirnos en dobles víctimas, de su locura y de nuestro miedo.
No se puede combatir el terror con el miedo. Más bien al contrario, hay que responder a la muerte con vida y a la locura con la serenidad.


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lunes, 16 de noviembre de 2015

LOS ESCOMBROS DE LAS GUERRAS LIMPIAS



¿Qué tenían que ver las decenas de víctimas de la noche del viernes al sábado en París, la mayoría jóvenes, apenas unos niños cuando Bush Blair y Aznar se hicieron la foto en las Azores, con la invasión de Irak? Nada o casi nada. Si me apuráis, sólo haber estado en el sitio equivocado en el momento equivocado, Simplemente, haberse sentido libres y a salvo esa noche de viernes, cuando alguien, el estado islámico en esta ocasión, necesitaba llamar la atención hacerse notar, para dar un poco de moral a sus "ciudadanos", duramente castigados por las bombas occidentales.
Una semana antes, ya casi ni nos acordamos, hicieron caer un avión ruso cargado de turistas sobre el desierto del Sinaí. Fue fácil vengarse de los bombardeos rusos que, desde ese mismo cielo, castigan sus posiciones en Siria. Bastó con encontrar a quien introdujese la bomba en el avión, hacerle llegar el explosivo y esperar.
Las víctimas de París, como los turistas rusos destrozados sobre el Sinaí o los viajeros de los trenes del 11-M en Madrid nada tenían que temer, nada, porque nada tuvieron que ver con quienes habían ordenado invadir, arrasar y dejar sin estado a Irak y nada tuvieron que ver con quienes "consumen" el carísimo armamento "inteligente" que sus amigos les venden, poniendo mucho cuidado en no colocar "sobre el terreno" a los hijos, padres, hermanos o esposos de los votantes que podrían mandarles a casa en las siguientes elecciones.
Es la nueva guerra, la guerra en la que se mata al enemigo sin verle, sin mirarle a los ojos. La guerra en la que "el otro" apenas es una figura geométrica en un monitor, la guerra limpia que no mancha, la guerra como un videojuego, la guerra que consiste en esparcir terror y muerte y marcharse, dejando lo difícil, la reconstrucción, el restañar las heridas, el restablecimiento de la normalidad en manos de empresas mercenarias, si hay algún beneficio que obtener, o de bandas irregulares y sectarias que se encargan de sembrar más terror entre la población civil, si es que cabe más terror que perderlo todo de la noche a la mañana.
De los polvos de aquella guerra que dejó bien repletos los bolsillos de Bush, de Blair, de Aznar y de todos sus amigos, vinieron los lodos de Al Qaeda y su terror. Y del error repetido más tarde en las frustradas primaveras árabes, en las que apenas se dejó brotar la democracia, después de derribar a los tiranos amigos de occidente, del inmenso error repetido de anular cualquier autoridad y dejarlo todo en manos de las diferentes guerrillas que brotaron, nació impulsada y consentida por quienes, como Israel, no quieren democracias, mucho menos democracias fuertes, en la zona, nació el cada vez más fuerte Estado Islámico, que, después de fagocitar los restos de Al Qaeda se hizo fuerte en Libia, primero, y después en Siria, haciéndose con petróleo, recursos y territorio, en el que formar, entrenar y fanatizar a todos los desencantados del paraíso occidental.
Porque esa es, pese a que resulte más tranquilizador pensar en cualquier otra, la fuerza de esta nueva forma de poder que es el Estado Islámico. Su fuerza está en todos esos hijos y nietos de inmigrantes, en todos esos franceses, españoles o alemanes de segunda, condenados a no librarse nunca de esos barrios de bloques y plazas de cemento, en donde dar patadas a una pelota, boxear o practicar artes marciales, es una forma de matar la rabia, aparte de fumar canutos e integrarse en bandas, para tomar por la fuerza lo que la sociedad les niega, porque ser Zidane o Benzema es sólo la excepción.
Hasta que, antes o después, llega quien les habla de un islam inventado, acomodado a sus intereses, les promete el paraíso y les empuja a vengara a sus hermanos de Iraq o Siria, martirizados por esos mismos países que no les dejan integrarse. Y es entonces cuando llega el terror loco, ese en el que no importa la muerte propia, porque la muerte es el fin del sufrimiento, de la exclusión y el comienzo de una vida nueva y más justa.
Pero las víctimas de ese terror no son ni serán nunca los Bush, los Blair o los Aznar, Las víctimas son los pasajeros de los trenes de Madrid,  quienes disfrutaban de una apacible noche en las calles de París o quienes asistían al concierto en la sala Bataclan. Son los escombros, la basura, de las guerras limpias, que enriquecen a los de siempre.


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viernes, 13 de noviembre de 2015

MADRID VENENO


Es difícil para alguien que no viva en Madrid imaginar que, en días como estos, el aire de la ciudad en que vivo tiene color y tiene sabor, un color parduzco, sucio, y un sabor acre que irrita las vías respiratorias, un aire que escuece en los ojos, un aire que ensucia todo lo que toca y que, por más que queramos ignorarlo y por más que, cuando lo hace, lo hace silenciosamente, también mata.
Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que el aire de Madrid era una bendición del Guadarrama, un aire transparente, qué lejos de aquella ciudad llena de bulevares que yo llegué a conocer, qué lejos de aquella ciudad amable y tranquila, con niños que jugábamos a la pelota o a pídola en sus calles, qué lejos de aquella ciudad que era de sus vecinos y no de los coches de sus vecinos.
Madrid, el Madrid que, de repente nos ha enseñado sus garras, el Madrid que se nos ha caído encima y de repente, lleva ya muchos años siendo así, lleva muchos años matándonos en silencio, aunque los que nos han gobernado gasta ahora se hayan encargado de ocultárnoslo. Madrid es una ciudad en la que sus vecinos han sido ofrecidos en sacrificio a esos nuevos dioses que son el coche y el cemento, una ciudad que ha renunciado a la tranquilidad y al silencio para que algunos, los de siempre, llenen sus bolsillos vendiéndonos las viviendas lejos del trabajo y, para llegar de un lugar a otro, los coches y las autopistas que ahora nos ahogan.
Madrid, quienes lo gobiernan, se ha gastado miles de millones que durante años tendremos que pagar aún los madrileños y nuestros hijos, se ha gastado miles millones, de pesetas o de euros, en cubrir sus plazas de "scalextrics" que no hacían otra cosa que levantar los coches del suelo y enterrar al peatón en una maraña de pasadizos sucios y lúgubres, un territorio hostil e inimaginable que le convertían en un ser asustadizo y huraño, agobiado por el humo, el polvo y el ruido.
Luego se gastó otro tanto en desmontar todos esos pasos elevados para meter los coches bajo tierra, con las calles llenas de vallas y trincheras mientras el dios cemento extendía sus reales, ahora por el subsuelo. Y, mientras, a Madrid, como a un perro al que no se quiere, se le puso un collar, también de cemento y asfalto, para que quienes seguían viviendo a una hora del trabajo o del colegio de los niños rodeasen la ciudad que nunca llegarían a disfrutar. 
Y en eso llegó Alberto Ruiz Gallardón, el gran simulador, que nos convenció de que también había que enterrar los coches del collar, ajado ya y sucio, para que los amigos, siempre hay amigos de esos, se llevasen el "pastón" de unas cuentas nada claras, al menos hasta ahora, pero que estamos pagando y pagaremos nosotros. Unas cuentas, un dinero, que mejor invertido habría estado si, en lugar de servir para meter coches, fábricas de humo, en la ciudad, se hubiese empleado en dotar al transporte público de mejores y más medios, trenes y autobuses eléctricos, cómodos y limpios, para que quienes se mueven en Madrid y hacia Madrid no tuviesen excusa para traer su fábrica de humo al centro, algo que, por desgracia, hacen día tras día, desde hace décadas.
Pero, para concluir y volviendo al aire irrespirable que no se merece esta ciudad, habrá que decir que no es que haya empeorado desde que Manuela Carmena la gobierna. Lo que ocurre, simplemente, es que, por fin, alguien con sentido común se sienta en el despacho de alcalde y ese alguien nos dice una verdad que se nos ha estado ocultando desde hace mucho tiempo, cambiando de lugar, incluso, las estaciones de medición de la contaminación del aire, llevándolas al borde de los parques para engañar a los vecinos y a la Unión Europea, mucho más estricta que los irresponsables a quienes pagamos los impuestos.
Lo cierto es que hoy, de repente, los madrileños que lo usan han tenido que prescindir de su coche. Y lo bueno es que tendrán tiempo para pensar en todo lo que se podría haber hecho para evitar que aquel Madrid idílico del que hablaba al principio, convertido hoy en Madrid Veneno.


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jueves, 12 de noviembre de 2015

DE LA MÍSTICA AL CHALANEO


Se me hace duro enfrentarse cada día a una página en blanco con compromiso personal, el de exponer mi opinión sobre aquellos asuntos que considero importantes, por no decir los más importantes. Se me hace duro, porque desde hace días, semanas, el único asunto es el que todo sabemos y, después de darle vueltas a las cusas de lo que está pasando o está a punto de pasar en Cataluña. Desde hace  no hago otra cosa que tratar de entender por qué hemos llegado hasta este punto y de entender, también, las consecuencias de haber llegado a él.
Artur Mas que, no lo olvidemos, es y ha sido el líder del partido de la burguesía catalana, el partido de los empresarios no "españolistas", tampoco el de las multinacionales, creo, aunque no soy capaz de asegurarlo, el líder del partido de Pujol, el del caso Palau, el del tres por ciento, el de las mochilas camino de Andorra, cargadas de billetes de quinientos, el de los sobrecostes y los recortes, según quién pague y quien reciba. Ese ha sido hasta ahora el heredero, el hijo político, de Pujol, el que se reúne con Pujol antes y mientras registran su domicilio, como Fernández Díaz se reunió con Rato. Y, sin embargo, de repente, debió sufrir un traspiés en la subida a Montserrat, porque, como Saulo camino de Damasco, fue presa de una iluminación que le hizo ver que su papel en esta vida no estaba en la prisión de Quatre Caminis sino al frente del "procés" que llevará a Cataluña a la independencia o, quién sabe y como diría Mariano Rajoy, su gran coartada, a la independencia o no.
Sin embargo, ese tampoco era el final, porque el autoproclamado profeta del independentismo sabe, si las circunstancias lo requieren, salir del camino y bordear los obstáculos. Al menos eso cree él que, en apenas unos días ha dejado el camino de la mística, ha puesto los pies en la tierra polvorienta, se ha arremangado el pantalón y se dispone a cruzar las procelosas aguas de lo social, la ciénaga  en la que viven quienes no viven en Pedralbes, en la parte alta de Barcelona, de la mano de tan extraños compañeros de viaje como los anticapitalistas de la CUP.
Difícil camino éste en que, por su mala cabeza, ahora se ver el místico de las cuatro barras, porque poco o nada parece tener que ver con sus nuevos compañeros de viaje. Tan poco que comienza a parecer que de guía, de conductor del proceso, le queda poco y que más bien se ha convertido en una de las ratas del flautista de Hamelin, bailando al son que le tocan los gamberretes de la CUP, a los que les queda poco para pedirle que haga el pino puente, porque a lo que no puede renunciar es a su pasado ni, mucho menos, a su ambición desmedida.
Y en esas estamos, con un Mas humillado, sometido los caprichos de la CUP o, incluso, disfrazando sus carnes tristemente desnudas y sin futuro con un uniforme, el  de socialdemócrata preocupado por la desigualdad, el paro o los desahucios, que le tira de la sisa y que reventará antes o después. Es tal la insistencia de Mas por ganarse el favor de la CUP que llega a resultar humillante y eso, en un político que se precie es mortal.
En apenas unos días, Mas ha pasado de la mística de los grandes proyectos, de la patria como única guía, al chalaneo humillante de quien quiere conservar a toda costa el despacho en el que habita y está dispuesto a comprar al chalán de turno cualquier burra que le venda, chalán que mientras tanto y cuando menos, se lo está pasando bomba.


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miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA ESTACA



Hace más de cuarenta años ¡qué barbaridad, como pasan los años! fui de los que aprendieron y cantaban "Al vent", pero, sobre todo, "La estaca" de aquel rebelde tan poeta o poeta tan rebelde, como queráis, que era Lluis Llach. También, como muchos, me esforcé en entender aquellas palabras que tan torpemente cantaba  y aquel estribillo que pasó a ser, aún hoy lo es,  un himno de rebeldía contra el poder que oprime y un himno a la lucha en común contra él.
Hoy las estacas no son las mismas, algunas, como las peores cuñas, son de nuestra misma madera y no es fácil reconocerlas, pero su final es, debe ser el mismo: caer para que nadie nos ate a ellas, para que nadie las use para imponerse e imponer sus intereses, que no siempre son los de la mayoría, a los demás. Hoy las estacas no son las mismas, pero sigue habiendo estacas, sigue habiendo gente atada a ellas y sigue habiendo, también, quienes a ellas les atan.
Por eso me acuerdo tanto estos días  de los versos del estribillo de la canción de Llach. Esos que dicen "Si tiramos fuerte, la haremos caer. Mucho tiempo ya no puede durar. Seguro que cae, cae, cae, bien
podrida debe estar ya" Y es que las estacas se pudren, pero también las ha que se clavan ya podridas en la tierra, estacas que acaban cayendo, a veces, sobre los mismos que las levantan, porque tienen la base carcomida y podrida.
Ese es, en mi opinión, el caso de esta independencia que una minoría muy mayoritaria  o una mayoría minoritaria de catalanes, como queráis, quiere imponer al resto, una independencia precipitada y sin una basé firme sobre la que  asentarse que, antes o después, caerá, una estaca podrida en su base aparente, Convergència, podrida por su pasado de corrupción y de políticas antisociales que Artur Mas quiere borrar de la mente de los catalanes mediante los fuegos de artificio y los malabarismos independentistas con que adorna la "no gestión" de todos estos años en que ha dilapidado, no sólo el patrimonio de los catalanes, sino el de la coalición que le había sostenido hasta el pasado septiembre.
La necesidad de huida de Mas le llevó a buscar aliados contra natura. Las prisas por cambiar un escenario en el que él y muchos de los suyos podrían acabar en el banquillo le han llevado a pactos contra natura, han empujado a sus votantes al contradiós de tener que depender, ellos que siempre han buscado el "orden" que la burguesía catalana en apariencia garantizaba, de las veleidades de una coalición radical que se dice anticapitalista y que debe estar quitando el sueño a más de un dirigente de Convergència que se ve ahora como socio de aquellos a los que ha tenido de adversarios en las fábricas y talleres que dirige y en los barrios en que especula.
Convergència es la base podrida de esta estaca, un socio de conveniencia para Esquerra que, hasta ahora, ha manejado como si fuera un títere tirando de los hilos que atan a Mas. Hay, es verdad, en Junts pel sí otras fuerzas, todas de sensibilidad nacionalista, pero, si les faltase el partido de Mas, por más que esté en plena descomposición, no bastarían para mantener la estaca erguida, ni siquiera con los radicales de la CUP, empreñados como están en empujarla a la izquierda, aun a costa de romperla.
Mas se ha precipitado al pisar el acelerador, pero lo ha hecho por necesidad personal, por egoísmo, aun a sabiendas de que no era el momento, de que esa oportunidad histórica de la que lleva años hablando a los catalanes, en lugar de solucionar los problemas, no había llegad todavía. Mucho me temo que ese tren al que ha pretendido subirse y en creer que se ha subido está a punto de descarrilar con todos a bordo.


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viernes, 6 de noviembre de 2015

SILENCIO, SE RUEDA



A veces, demasiadas veces, basta encender el televisor para deprimirse. A veces, me cuesta creer que quienes aparecen en los telediarios, posando, opinando, declarando, se crean el papel que interpretan, Y eso es lo único que tengo claro: que sólo interpretan su papel. Un papel, el suyo, tan previsible y monótono que parece escrito por el peor de los guionistas. Resultan tan aburridos ante las cámaras que sólo puedo atribuir al efecto hipnótico del barrido electrónico de la pantalla la atracción que me lleva a soportar la penitencia de ver desfilar ante mis ojos las mismas caras, los mismos gestos, las mismas frases hechas una y otra vez, con sus correspondientes prólogos y epílogos.
A veces, como ayer, el posado es tan previsible, tan esperado, que los protagonistas lo repiten una y otra vez, dentro y fuera del escenario y colocados en perfecto orden de estaturas, una vez aprendida la lección de aquella foto de las Azores en la que Aznar tuvo que corregirlo para no hacer evidente la cortedad de su corta estatura, entre Blair y Bush, estatura física, claro, que la moral, como han dejado claro después, la tenían pareja.
A veces me pregunto cuál es el papel de la prensa en este circo. Sobre todo últimamente, viendo como estoy viendo en qué manera se trata un asunto tan serio como lo es el de la hipotética secesión de Cataluña. Y me lo pregunto, porque cada vez tengo más claro que unos y otros hacen y dicen lo que dicen y hacen pensando sólo en el telediario más inmediato. Qué fue si no, el pasado miércoles, la excursión al Constitucional de los líderes no independentistas del Parlament de Catalunya. ¿Acaso ignoraban el resultado del viaje? ¿Acaso nadie de su entorno les dijo en que iba a acabar su recurso?
Evidentemente, lo sabían. Sabían que no hay tribunal sobre la tierra capaz de impedir que se reúna un parlamento democrático en un país que se dice democrático. Es cierto que el asalto al parlamento catalán emprendido por los independentista resulta más que sospechoso y que, como los carteristas, rápidamente se pasan el botín de unos a otros, para que el primo sea incapaz de reacciona cuando se da cuenta de que le han "levantado" la cartera. Es cierto que, como los trileros, Forcadell y quienes la controlan van dando pasos hacia adelante, cada vez más deprisa, con la esperanza de dejar atrás a sus adversarios y que lo que a estos les pide el cuerpo es gesticular, fritar "al ladrón" y presentarse como víctimas honradas, pero también lo es que pillan a la gente muy  cansada, harta más bien, de tanto aspaviento como han visto.
Cada día, unos y otros anuncian el final, lo irremediable y, al mismo tiempo, nos hacen creer que tienen la solución, que nada puede pasar, aunque, para decírnoslo, compongan su cara y su tono más apocalípticos. Pero lo único que consiguen, en el mejor de los casos, es aburrirnos, hacernos sentir a los de aquí y los de allá el hastío y el resquemor que hasta ahora, al menos to, no sentíamos. Estoy ya cansado de víctimas y verdugos, estoy cansado de ceremonias estériles, de gestos y reuniones que no conducen a nada o, al menos, a nada bueno.
¿Para qué ese desfile por La Moncloa de los líderes políticos de este país? ¿Para qué, si quienes más tienen que decir, los nacionalistas catalanes y vascos, no han pasado por el sillón de la cordialidad?
Nada se ha hecho o dicho, salvo dejar abierta la amenaza de un frente sin pies ni cabeza, que es lo último y lo peor que le puede pasar a este país.
Menos mal que aún queda algo de sentido común y olfato político, aunque, desgraciadamente, no entre los políticos que más debieran tenerlo, sino en los tribunales. Ayer, el Constitucional lo dejó claro, privando a Junts pel sí y la CUP de una nueva oportunidad de lucir sus heridas bajo los focos.
Mientras tanto, silencio, se rueda.


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jueves, 5 de noviembre de 2015

EL GENERAL DE PODEMOS


Vengo de un tiempo distinto, muy distinto, al actual. Vengo de un tiempo de miedos sin libertades, especialmente la de expresión, sin justicia, sin garantías de nada. De un tiempo en el que, cuando, de mañana, cuando salías de casa hacia tus clases, o tus asambleas, en la universidad, tus padres, que te despedían con un "no te metas en líos", no estaban seguros nosotros tampoco, de que fueses a volver por la tarde. Vengo de un tiempo en el que los españoles no éramos iguales. Tampoco ahora, me diréis, pero entonces más, mucho más.
Vengo de un tiempo en el que había que dar explicaciones por llevar el pelo largo o por la ropa que vestíamos. Un tiempo en el que, delante de un uniforme, temblábamos. Un tiempo, aquel, en el que evitábamos las comisarías y los cuarteles. Un tiempo de rebeldía contenida, en el que, llevados por el cine, nuestros ídolos del rock y los ecos de las revueltas de París, Berlín  o California, vestíamos y llevábamos las guerreras, las camisas, los macutos y las prendas de esos militares que tanto temíamos y odiábamos tanto, quizá para, sin saberlo, exorcizarlas.
Vengo de un tiempo en el que ser joven, como siempre, era cuestión difícil. De un tiempo en el que, si, además de ser joven, estabas en edad militar, tenías recortados tus derechos, pero aún más si cabe, un tiempo en el que, para salir de España necesitabas SIEMPRE el pasaporte y, si estabas apunto de hacer el servicio militar, lo estabas cumpliendo o hacía poco tiempo que lo habías terminado, podías despedirte de ese viaja, salvo que estuvieses dispuesto a enfrentarte a la penosa burocracia militar, mucho más penosa que otra cualquiera.
Vengo de un tiempo de cine fórum, teatro independiente, libros prohibidos, revistas secuestradas y algún que otro canuto, fumado con más miedo que vergüenza por aquello de la desinhibición y la pérdida del control, tan necesario en esos tiempos. De un tiempo en el que quien vestía  un uniforme militar inspiraba miedo, si llevaba galones o estrellas o lástima, si quien lo llevaba era un pobre "turuta".
Porque vengo de ese tiempo, me satisface grandemente el gesto del general rodríguez. Un gesto que, a él  le honra más que beneficia a Podemos, por más que, en cierto modo, desactive el fichaje que el PSOE hizo de la comandante Zaida Cantero. Y le honra, porque, si  en el ejército al soldado, el valor se le supone, a los mandos, los prejuicios nos llevan a presuponer un cierto escoramiento a la derecha aunque no llegue al del facha general Monzón, animal de conspiraciones y tertulias, que se permitió retar a Pablo Iglesias a un duelo a muerte, en una tertulia marginal y tabernaria, jaleado, caro, por los personajillos que con él compartían micrófono.
El general Rodríguez, pese a lo que piensen sus todavía compañeros de armas, con su gesto de fichar por Podemos, un partido al margen, en principio, do lo establecido, ha hecho más por la imagen de las fuerzas armadas  que tosas las campañas, folletos, desfiles, himnos y arengas que seamos capaces de imaginar, porque José Julio Rodríguez, que llegó a lo más alto a que puede aspirar un militar, ha conseguido, al convertirse en "el general de Podemos", dejarnos creer que los ejércitos son de todos y para todos.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

CUERVOS EN EL VATICANO

Tienen los hombres de iglesia un arte especial para el lenguaje poético. Así, por ejemplo, llaman cuervo a lo que los mortales llamamos topo, especialmente los que hemos leído o visto en el cine historias de espionaje. Y quizá tengan razón porque el cuervo se eleva en pos de sus presas, mientras que el topo, cegato, las busca entre la tierra húmeda de huertos y jardines. Al hacerlo, demuestran una cierta soberbia, porque, incluso a  sus enemigos, los colocan por encima de muestras cabezas.
Qué sobresalto, enterarse de que la policía vaticana, yo desconocía que la hubiese, había detenido a in sacerdote español por filtrar documentos secretos. Hasta ese momento, pensaba que el papa sólo contaba con una guardia de "buenos mozos", antiguamente de origen suizo, de vistosos uniformes, más para "numeritos" folclóricos y para "hacer bonito" en las ceremonias que para tareas policiales.
Ahora sé que no. Y que, en el Vaticano, como en los viejos tiempos, sigue habiendo calabozo, no mazmorras, como antes, pero sí celdas, ocupadas hasta ahora por religiosos implicados en delitos de carácter sexual.
En este caso no. En este caso, el detenido, tildado de cuervo en la nota del Vaticano que daba cuenta de su detención es un sacerdote español, del Opus Dei, recomendado por Rouco Varela, que llegó a ecónomo de Astorga, diócesis a la que "pringó" en la estafa de AFINSA y que, pese a todo, fue elegido para formar parte de la comisión nombrada por el papa Francisco para sentar las bases de la reforma de la curia y después de haber colaborado en la auditoría de las cuentas de la curia, avalado, curiosamente, por el cardenal Rouco, rival del papa, con el que colaboró en la organización de las Jornadas de la Juventud Católica que se celebraron, a mayor gloria de Benedicto XVI, en medio del boato y todo tipo de dispendios para los participantes, en un Madrid acuciado ya por el fantasma de la crisis.
Al margen de antecedentes y filias, lo cierto es que, de confirmarse, la deslealtad de Lucio Ángel Vallejo, que así se llama el cura, consistiría en haber puesto en manos de dos periodistas, autores de sendos libros a punto de ver la luz, documentación secreta sobre las finanzas vaticanas y algunas grabaciones del papa Francisco a propósito de ellas, algo tan habitual en el mundo real que produce sonrojo conocer sus consecuencias en la monarquía más absoluta y antigua de Occidente.
Dicen que, gracias a esas filtraciones, en los libros a punto de aparecer, se cuenta como el dinero obtenido de la caridad de los fieles, las limosnas, acaba en cuentas fuera del Vaticano o invertido en empresas ajenas a la iglesia y que  sólo una ínfima parte del producto de la caridad de los fieles va  aparar a su verdadero fin, ya que la mayor parte se destina al uso y disfrute de la curia, por ejemplo a la compra de lujosos apartamentos en Roma. 
Eso es algo que todos sospechábamos, pero que no habíamos podremos  ver negro sobre blanco, como ahora, pese a que hace ya tiempo que sabíamos de lo oscuro de las finanzas vaticanas, especialmente desde que, en 1982, Roberto Calvi, el banquero de dios, apareciese colgado de un puente de Roma, en lo que todo el mundo consideró un asesinato maquillado. Lo que no acabo de entender es a quién beneficia este segundo "Vaticano leaks" El primero, recordemos, que revelaba la existencia, de una "mafia rosa" en la curia, le estalló a Benedicto XVI en las manos y hay quien ve en él el origen de su renuncia al papado.
No sé a quién beneficia, porque lo que se revelaría en los documentos filtrados, es, precisamente, todo aquello contra lo que estaría luchando Francisco. Sin embargo, Vallejo sería un hombre de su rival Rouco, infiltrado entre sus colaboradores y salvo que muestren en las grabaciones una imagen del todo distinta a la que tenemos del papa, las revelaciones actuarían a su favor.
Pero ya se sabe la costumbre que tiene dios de escribir en renglones torcidos. Quizá el escándalo creado sólo pretenda crear expectación sobre el contenido de las filtraciones y ayudar al actual papa en su lucha contra la corrupción y el lujo desmedido que, al parecer, aquejan al Vaticano. Lo cierto es que el cuervo, como le llaman las autoridades vaticanas en su nota, llevaba en su pico el barro y la basura que se esconde entre los tesoros de la iglesia.


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martes, 3 de noviembre de 2015

POR COJONES



Cuando hace casi cuatro años los españoles que ya comenzaban a sentir en sus carnes y las de sus familias las dentelladas de la crisis, no dudaron en dar su voto al PP, hasta el punto de entregarle todas las lleves del país para que hiciera y deshiciera a su gusto. Fue entonces cuando se resucitó entre nosotros el "porcojonismo", esa manera de comportarse de los españoles cuando se saben con poder, aunque no con razón, esa manera tan castiza de tomar decisiones, inmortalizada en el cine de gánsteres y tiranos y, por desgracia, más habitual de lo deseable en la vida real.
Quién no ha escuchado alguna vez, no ya a un sargento de esos "de raza" ordenar a los soldaditos que hagan algo, lo que sea, "por sus cojones", sino, más cerca y más reciente, a un superior en su trabajo, ordenar, dando un puñetazo en la mesa, que algo se haga "por cojones". Yo, por ejemplo, sé de alguna de esas órdenes, finalmente incumplida, que supuso importantes pérdidas en la empresa en la que trabajaba.
El "por cojones" que suele acompañarse de una mirada "de esas", con los ojos inyectados en sangre, la carótida a reventar y un portazo. Es el último bastión que defiende quien se sabe con poder, aunque sin razón. Es una demostración de autoritarismo del que comprueba que ha perdido autoridad o que nunca la ha tenido, una especie de rugido, o bufido, depende del tamaño del felino, seguido de uno de esos silencios que llamamos mortales, que parecen respetuosos, pero que encierran los pensamientos y deseos más aviesos de quienes se ven obligados a acatar, pero nunca respetarán las decisiones así tomadas.
La expresión da a entender que las gónadas de quien la dice, generalmente la grita, son mayores que las de aquellos a quienes va dirigida y que se las juega en el envite. Lo malo es que la frase correcta en realidad debería ir seguida, las más de las veces por la aclaración de que, en realidad, los cojones en juego son los del subordinado, el accionista o el contribuyente.
Cuántas cosas se han hecho en este país por eso, por cojones. Cuántos atentados al sentido común y a la estética, cuantas operaciones suicidas, cuántos "atracos a mano armada" a las instituciones públicas, cuántos despidos, cuantas contrataciones, cuántas carreteras por donde no hacían falta o no debían, cuántas urbanizaciones, cuantas compras inútiles, cuánto lujo innecesario, si es que alguna vez el lujo es necesario, cuántas arbitrariedades, en fin, se comenten en nombre de atributos tan poco agraciados.
Por cojones, de los que luego demostró no ir sobrado, el capitán del Costa Concordia arrimó el crucero que se le había encomendado al toro de la escollera, porque, ver cómo a los pasajeros se les subían los suyos al cuello debía ser muy gratificante. Por cojones el abuelo Fabra le hizo a su nieto un aeropuerto sin aviones en Castellón. Por cojones la Comunidad de Madrid retiró a las universidades madrileñas las subvenciones comprometidas que, ahora, con los correspondientes intereses y por orden del Supremo tendremos que pagar todos los madrileños, como, también por cojones, la misma comunidad, en concreto su mentiroso y faltón consejero de Sanidad, Javier Rodríguez, obligó a jubilarse al jefe de pediatría del Hospital Infantil del Niño Jesús, Marciano Sábchez Bayle, que se había destacado en la defensa de la sanidad pública que él no quiso defender. Ahora, por cojones y por una sentencia de la justicia madrileña que anula la jubilación forzada, todos los madrileños tendremos que pagar al doctor Sánchez Bayle la diferencia entre los salarios dejados de percibir por el presidente de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Públicay la jubilación percibida.
Qué bueno sería que toso estos machotes que ponen sus cojones por delante a la hora de tomar decisiones, pusiesen en su lugar su patrimonio. De sobra saben que nadie les va a castrar, pero hacerles pagar el daño causado ya sería otra cosa. Y es que acostumbran a hacer las cosas por cojones, porque saben que esos cojones nunca seránn los suyos.


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lunes, 2 de noviembre de 2015

PARA ACABAR CON LA CORRUPCIÓN

Escucho los resultados de una encuesta, otra más, sobre la intención de voto de los ciudadanos de cara a las próximas elecciones generales y me sorprendo al comprobar que la mayoría de los votantes del PP. hoy en fuga, justifican su "deserción" en la corrupción. Qué curioso, cómo si la peor de las enfermedades democráticas fuese algo de unos pocos años o, incluso, meses. Como si no hubiese habido un Naseiro, un Camps o una Aguirre, con o sin mariachis. Y eso por no mirar a otros partidos.
A qué jugamos, por qué no nos decimos la verdad, por qué no confesamos que hemos votado al PP y al PSOE, con más cosas en común hoy que diferencias, como mal menor y por la misma razón que nos decimos "del Madrid" o "del Barça", por no esforzarnos en seguir a esos otros equipos más pequeños, con menos dinero, que no siempre ganan, pero que, de vez en cuando, nos dan una alegría.
No nos gusta lo que hacen, pero nos ponemos en sus manos y nos esforzamos en creer que jamás amarían una concesión o el presupuesto de una obra, como tampoco queremos creer que, en el fútbol, compran penaltis, fueras de  juego o expulsiones. Nos esforzamos, pero sabemos que es así, que lo hacen y que nos entregamos a sus tiranías y sus trampas.
No nos engañemos. Si  el PP está ya en su sótano electoral no es porque, de repente, una parte de sus votantes haya llegado a la conclusión de que su partido "de toda la vida" se mueve en la corrupción, no. Si todos esos votantes huyen es porque han encontrado un refugio justo al lado, sin alejarse del territorio de la derecha. Si hoy el PP está perdiendo pie es porque existe ciudadanos, del mismo modo que, si el PSOE, que sigue más pendiente de los departamentos de estudios de los bancos que de las verdaderas necesidades de los ciudadanos a quienes pide el voto, está pasando sus horas más bajas, es porque, pese al instinto suicida de la izquierda, muchos de sus votantes hemos descubierto que hay vida más allá de Ferraz.
Esa es la única esperanza de acabar con la corrupción, que Ciudadanos, Podemos y Ahora en común o como quiera que acabe llamándose la deseada coalición de izquierda decente entren con fuerza en el Congreso, que cualquier decisión que haya que tomar en el parlamento o en el más pequeño de los ayuntamientos se discuta entre más de dos partidos y un tránsfuga o un nacionalista, a veces tanto o más corrupto que sus socios de conveniencia.
Creo que lo único que debemos exigir a quienes se presentan a las próximas elecciones es, no ya un compromiso de lucha contra la corrupción, sino un plan firme y un calendario preciso para modificar cuantas leyes hagan falta de modo que corromper y corromperse no sea ya, más que una costumbre, una "casi obligación" para quienes ostentan el poder. Un compromiso explícito, claramente recogido en sus programas o en los indispensables acuerdos de gobierno que tendrán que firmar, no ya para fiar al futuro la puesta en marcha de medidas como las prometidas hasta la saciedad por uno y otro, sino para que funcionen desde ya.
No la creación de oficinas y organismos que se abren para  inaugurarlas y se cierran y se apagan cuando se han ido las cámaras, sino dando recursos y personal a jueces, policías e inspectores, para que los hilos de las tramas corruptas lleven a las cabezas que haya que cortar. No es cuestión de abrir oficinas ni de construir cárceles que solo por casualidad y por el celo de la justicia que, contra viento y marea, consigue que Francisco Granados dé con sus huesos en la misma prisión que años antes inauguró .
La democracia española está a punto de cumplir cuarenta años y ya va siendo hora de que de la espalda la corrupción, con esas medidas que apunto, pero, sobre todo, con el voto responsable de los ciudadanos que, a diferencia de lo hecho hasta ahora, debe ser implacable con los corruptos. De momento esa es nuestra mejor arma para acabar con la corrupción.


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