miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA ESTACA



Hace más de cuarenta años ¡qué barbaridad, como pasan los años! fui de los que aprendieron y cantaban "Al vent", pero, sobre todo, "La estaca" de aquel rebelde tan poeta o poeta tan rebelde, como queráis, que era Lluis Llach. También, como muchos, me esforcé en entender aquellas palabras que tan torpemente cantaba  y aquel estribillo que pasó a ser, aún hoy lo es,  un himno de rebeldía contra el poder que oprime y un himno a la lucha en común contra él.
Hoy las estacas no son las mismas, algunas, como las peores cuñas, son de nuestra misma madera y no es fácil reconocerlas, pero su final es, debe ser el mismo: caer para que nadie nos ate a ellas, para que nadie las use para imponerse e imponer sus intereses, que no siempre son los de la mayoría, a los demás. Hoy las estacas no son las mismas, pero sigue habiendo estacas, sigue habiendo gente atada a ellas y sigue habiendo, también, quienes a ellas les atan.
Por eso me acuerdo tanto estos días  de los versos del estribillo de la canción de Llach. Esos que dicen "Si tiramos fuerte, la haremos caer. Mucho tiempo ya no puede durar. Seguro que cae, cae, cae, bien
podrida debe estar ya" Y es que las estacas se pudren, pero también las ha que se clavan ya podridas en la tierra, estacas que acaban cayendo, a veces, sobre los mismos que las levantan, porque tienen la base carcomida y podrida.
Ese es, en mi opinión, el caso de esta independencia que una minoría muy mayoritaria  o una mayoría minoritaria de catalanes, como queráis, quiere imponer al resto, una independencia precipitada y sin una basé firme sobre la que  asentarse que, antes o después, caerá, una estaca podrida en su base aparente, Convergència, podrida por su pasado de corrupción y de políticas antisociales que Artur Mas quiere borrar de la mente de los catalanes mediante los fuegos de artificio y los malabarismos independentistas con que adorna la "no gestión" de todos estos años en que ha dilapidado, no sólo el patrimonio de los catalanes, sino el de la coalición que le había sostenido hasta el pasado septiembre.
La necesidad de huida de Mas le llevó a buscar aliados contra natura. Las prisas por cambiar un escenario en el que él y muchos de los suyos podrían acabar en el banquillo le han llevado a pactos contra natura, han empujado a sus votantes al contradiós de tener que depender, ellos que siempre han buscado el "orden" que la burguesía catalana en apariencia garantizaba, de las veleidades de una coalición radical que se dice anticapitalista y que debe estar quitando el sueño a más de un dirigente de Convergència que se ve ahora como socio de aquellos a los que ha tenido de adversarios en las fábricas y talleres que dirige y en los barrios en que especula.
Convergència es la base podrida de esta estaca, un socio de conveniencia para Esquerra que, hasta ahora, ha manejado como si fuera un títere tirando de los hilos que atan a Mas. Hay, es verdad, en Junts pel sí otras fuerzas, todas de sensibilidad nacionalista, pero, si les faltase el partido de Mas, por más que esté en plena descomposición, no bastarían para mantener la estaca erguida, ni siquiera con los radicales de la CUP, empreñados como están en empujarla a la izquierda, aun a costa de romperla.
Mas se ha precipitado al pisar el acelerador, pero lo ha hecho por necesidad personal, por egoísmo, aun a sabiendas de que no era el momento, de que esa oportunidad histórica de la que lleva años hablando a los catalanes, en lugar de solucionar los problemas, no había llegad todavía. Mucho me temo que ese tren al que ha pretendido subirse y en creer que se ha subido está a punto de descarrilar con todos a bordo.


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