lunes, 16 de noviembre de 2015

LOS ESCOMBROS DE LAS GUERRAS LIMPIAS



¿Qué tenían que ver las decenas de víctimas de la noche del viernes al sábado en París, la mayoría jóvenes, apenas unos niños cuando Bush Blair y Aznar se hicieron la foto en las Azores, con la invasión de Irak? Nada o casi nada. Si me apuráis, sólo haber estado en el sitio equivocado en el momento equivocado, Simplemente, haberse sentido libres y a salvo esa noche de viernes, cuando alguien, el estado islámico en esta ocasión, necesitaba llamar la atención hacerse notar, para dar un poco de moral a sus "ciudadanos", duramente castigados por las bombas occidentales.
Una semana antes, ya casi ni nos acordamos, hicieron caer un avión ruso cargado de turistas sobre el desierto del Sinaí. Fue fácil vengarse de los bombardeos rusos que, desde ese mismo cielo, castigan sus posiciones en Siria. Bastó con encontrar a quien introdujese la bomba en el avión, hacerle llegar el explosivo y esperar.
Las víctimas de París, como los turistas rusos destrozados sobre el Sinaí o los viajeros de los trenes del 11-M en Madrid nada tenían que temer, nada, porque nada tuvieron que ver con quienes habían ordenado invadir, arrasar y dejar sin estado a Irak y nada tuvieron que ver con quienes "consumen" el carísimo armamento "inteligente" que sus amigos les venden, poniendo mucho cuidado en no colocar "sobre el terreno" a los hijos, padres, hermanos o esposos de los votantes que podrían mandarles a casa en las siguientes elecciones.
Es la nueva guerra, la guerra en la que se mata al enemigo sin verle, sin mirarle a los ojos. La guerra en la que "el otro" apenas es una figura geométrica en un monitor, la guerra limpia que no mancha, la guerra como un videojuego, la guerra que consiste en esparcir terror y muerte y marcharse, dejando lo difícil, la reconstrucción, el restañar las heridas, el restablecimiento de la normalidad en manos de empresas mercenarias, si hay algún beneficio que obtener, o de bandas irregulares y sectarias que se encargan de sembrar más terror entre la población civil, si es que cabe más terror que perderlo todo de la noche a la mañana.
De los polvos de aquella guerra que dejó bien repletos los bolsillos de Bush, de Blair, de Aznar y de todos sus amigos, vinieron los lodos de Al Qaeda y su terror. Y del error repetido más tarde en las frustradas primaveras árabes, en las que apenas se dejó brotar la democracia, después de derribar a los tiranos amigos de occidente, del inmenso error repetido de anular cualquier autoridad y dejarlo todo en manos de las diferentes guerrillas que brotaron, nació impulsada y consentida por quienes, como Israel, no quieren democracias, mucho menos democracias fuertes, en la zona, nació el cada vez más fuerte Estado Islámico, que, después de fagocitar los restos de Al Qaeda se hizo fuerte en Libia, primero, y después en Siria, haciéndose con petróleo, recursos y territorio, en el que formar, entrenar y fanatizar a todos los desencantados del paraíso occidental.
Porque esa es, pese a que resulte más tranquilizador pensar en cualquier otra, la fuerza de esta nueva forma de poder que es el Estado Islámico. Su fuerza está en todos esos hijos y nietos de inmigrantes, en todos esos franceses, españoles o alemanes de segunda, condenados a no librarse nunca de esos barrios de bloques y plazas de cemento, en donde dar patadas a una pelota, boxear o practicar artes marciales, es una forma de matar la rabia, aparte de fumar canutos e integrarse en bandas, para tomar por la fuerza lo que la sociedad les niega, porque ser Zidane o Benzema es sólo la excepción.
Hasta que, antes o después, llega quien les habla de un islam inventado, acomodado a sus intereses, les promete el paraíso y les empuja a vengara a sus hermanos de Iraq o Siria, martirizados por esos mismos países que no les dejan integrarse. Y es entonces cuando llega el terror loco, ese en el que no importa la muerte propia, porque la muerte es el fin del sufrimiento, de la exclusión y el comienzo de una vida nueva y más justa.
Pero las víctimas de ese terror no son ni serán nunca los Bush, los Blair o los Aznar, Las víctimas son los pasajeros de los trenes de Madrid,  quienes disfrutaban de una apacible noche en las calles de París o quienes asistían al concierto en la sala Bataclan. Son los escombros, la basura, de las guerras limpias, que enriquecen a los de siempre.


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