martes, 27 de diciembre de 2016

ASÍ MENOS, PABLO


Estoy desando ver los resultados de la primera encuesta que se realice después de la muy vergonzante purga que, con nocturnidad, alevosía a unas horas de la Nochebuena ha llevado a cabo contra José Manuel López y, por extensión, contra Íñigo Errejón, Ramón Espinar, el particular Beria al que Pablo Iglesias ha encargado marcar territorio en Madrid.
Tengo ganas de verlos porque, como votante de Podemos en las pasadas elecciones autonómicas, me siento traicionado y ofendido. Traicionado, porque, como muchos, más que a Pablo Iglesias y sus compañeros, yo voté a la gente que les votaba. Y les votaban todos aquellos que creíamos que había que cambiar la manera de hacer política, para romper el injusto equilibrio que, durante décadas, ha mantenido alternativamente en el poder a PP y PSOE, con el consiguiente deterioro democrático, del que el alejamiento de los ciudadanos, la ignorancia y el desprecio de sus necesidades han sido caldo de cultivo para tanto enfangamiento, tanto clientelismo y tanta corruptela.
La verdad es que, pese a una incompatibilidad casi instintiva con la sobreactuación de palabra y de gesto de Pablo Iglesias, llegue a ilusionarme. Más, cuando frente al discurso efectista de éste, se iba construyendo otro mucho más maduro, sensato y, sobre todo, práctico de Íñigo Errejón. Me ilusioné, pero no tardé en comprobar las proporciones bíblicas del ego del "amado líder", su intolerancia para con cualquier discrepancia, por pequeña y sensata que sea y, lo que es peor, su presteza para poner en marcha el aparato del partido contra quienes tuviesen el atrevimiento de discrepar.
También está claro que Iglesias no quiere un partido fuerte en las urnas, con herramientas y discurso capaz de crecer en la sociedad. Por el contrario, parece estar más cómodo en un partido monolítico, aunque el discurso único le cierre las posibilidades de crecer en la medida que sociedad necesita que crezca. Lo suyo es la dominación más que el convencimiento y, para ello, no duda en amenazar, castigar y, si es preciso, purgar al discrepante. Pero, siempre, de forma vicaria, interponiendo entre sus deseos, que para ellos son órdenes, a vicarios como Juan Carlos Monedero, capaz de amenazar a todo un diputado, o el corto Ramón Espinar, por el que alguno dimos la cara en su crisis inmobiliaria y que, ahora, ha emprendido la poda del partido en Madrid para que no crezcan ramas torcidas ni malas hierbas junto al árbol del taimado Iglesias, que manda a sus chicos y sus chicas a laminar a Íñigo Errejón y José Manuel López en las redes y en los medios convencionales cuyo uso les afean.
Me deprime y me ofende que un personaje como Espinar esgrima presuntas razones y procedimientos democráticos para, desde su secretaría en Podemos Madrid, ganada por los pelos y con la alianza con Izquierda Anticapitalista, cesar como portavoz en la Asamblea a José Manuel López, cabeza de lista a la Asamblea de Madrid, elegido en unas primarias y con un prestigio social y profesional que movió a gente como yo, ajeno a la organización, a darle su voto en aquellas elecciones.
Pero a Iglesias no le gustaba y no le gustaba, entre otras cosas, por ser un hombre de Errejón. Por eso, inventándose una ineficacia que no es tal de López, le ha cesado entre villancico y villancico, entre turrón y turrón, para colocar en su puesto a Lorena Ruiz, de Izquierda Anticapitalista, quizá como pago por su apoyo en la desactivación de Errejón de cara al Vistalegre 2.
Iglesias no sólo clava sus dagas de noche y por la espalda, sino que niega a los demás el derecho a quejarse o defenderse de las puñaladas. Por eso, ante las quejas de Errejón ante el cese de López, Iglesias lanzó a sus tuiteros contra Errejón con ese "Así no, Íñigo". Un "hashtag" que me permito parafrasearle en "Así menos, Pablo", porque no todo es cantar a coro con las manos cogidas, ni presentarse en público con una multitud detrás. La unidad no hay que representarla ni fingirla. La unidad hay que construirla y la purga es una mala herramienta para ello.

martes, 20 de diciembre de 2016

BAMBI Y LOS CAZADORES


Desde que se produjo el "cuartelazo" de la calle Ferraz, aquella insurrección orquestada desde el viejo y contumaz aparato del PSOE por la que se privó a la militancia del partido de su secretario general y de la defensa de lo que habían votado, me he preguntado qué hubiese sido del partido socialista y de la misma España, si Pedro Sánchez hubiese permanecido en el cargo para el que fue elegido. No lo sé ni lo sabré nunca. Lo que sí sé es que, con aquella maniobra tan zafia, el prestigio y la moral, del PSOE, en cualquiera de las acepciones de la palabra moral, está por los suelos
Quizá por ello y por la pérdida de imagen sufrida por el ya de por sí desprestigiado Felipe González, los nuevos gestores del PSOE andan empeñados en buscar en otra figura la autoridad moral de la que hoy por hoy carece el partido, Y, como tienen difícil encontrarla, no les ha quedado más remedio que buscarla en su trastero, de donde han sacado a un casi olvidado José Luis Rodríguez Zapatero, recién regresado de su discreta mediación en Venezuela, para pasearlo por España con el motivo que sea. Y el motivo no ha sido otro que una fecha, la de los diez años de la frustrada Ley de Dependencia, una ley que trajo muchas esperanzas y que incluso llevó a mucha gente con familiares dependientes a su cargo a tomar decisiones vitales que, con una escasa dotación presupuestaria, primero, y víctima de lo peor de los recortes, después se quedó en poco más que una voluntariosa buena intención que no llegó a pasar del papel. a la realidad.
Hace bien el PSOE en presentar, a pesar de la frustración que siguió a la ley, en recordar aquella primera legislatura de Zapatero, la del matrimonio entre ciudadanos del mismo sexo, la de la retirada de Irak de las tropas enviadas por el siniestro Aznar la del reforzamiento de la cooperación exterior o la de la también frustrada "Alianza de Civilizaciones", una legislatura de orientación claramente social, en cuya orientación, no me cabe duda, tuvo mucho que ver la vicepresidenta Fernández de la Vega.
Hace bien el PSOE en recordarla, porque aquel al que Guerra bautizó como Bambi y que llegó a la secretaría general del PSOE por una carambola del destino, en la que tuvo mucho que ver la inestimable colaboración del sector "inmobiliario" del partido, con José Luis Balbás a la cabeza, desde su despacho en el Palacio de La Moncloa, al que llegó también inesperadamente y gracias a las torpes mentiras de Aznar sobre el 11-M, se comportó con la inocencia de aquel tierno cervatillo al que los malvados cazadores dejaron sin madre. Y, pensando en las analogías entre Zapatero y el dulce protagonista de la cruel película de Disney, no dejar de pensar que esa inocencia del primer Zapatero corrió el mismo trágico fin que la madre del tierno Bambi.
De hecho, la segunda legislatura del segundo presidente socialista de España en estas cuatro décadas de recuperada democracia nada tuvo que ver con la primera. En ella hubo escándalos, corruptelas a todos los niveles, malos modos, desprecio a la ciudadanía. Por si fuera poco, cambió a aquella eficaz e independiente María Teresa Fernández de la Vega, por un siniestro José Blanco y sentó a la mesa del consejo de ministros u toda una serie de incompetentes de los que la estrella fue sin duda la inefable Leire Pajín. Pero, sobre todo, su gente llevó a cabo una política informativa empeñada en ocultar a la ciudadanía que estábamos ya de hoz y coz en la peor crisis económica que ninguno de nosotros pueda recordar, una crisis que se empeñó en no nombar, como Rajoy nunca nombra a Bárcenas, pero que sólo fue posible con la nada democrática modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, convirtiendo en prioritario, por delante de la justicia social y por encima del bienestar de los ciudadanos, el pago de la deuda.
Ahora, a los diez años de su prometedora y frustrante ley, Zapatero se está dejando ver con lo peor del siniestro aparato de su partido y se entrega en cuerpo y alma a la dudosa causa de Susana Díaz, responsable de la fratricida y nada democrática defenestración de Pedro Sánchez, en aras de la salud de esa "gran coalición" formal o solapada que amenaza con prolongar unos años el sufrimiento de los españoles. 
En resumen, mataron a la mamá de Bambi y el cervatillo se pasó al bando de los cazadores que acabaron con ella. 

viernes, 16 de diciembre de 2016

MIEDO A VOLAR


Es triste para alguien que, como yo, ha puesto tantas esperanzas, más que en el mismo Podemos, en la gente que, también como yo, les ha votado, comprobar el miedo, incluso pánico, que algunos de sus dirigentes tienen a la libertad y, sobre todo, a la igualdad. Miedo a que se escuche una voz que no sea la del "amado líder" Pablo Iglesias, pánico a que un revés, un mal día, de esos que hasta el mismo Lionel Messi tiene, abra una brecha en el poder cuasi absoluto que Iglesias tiene sobre los órganos decisorios del partido.
Vaya en este pinto por delante mi reconocimiento de que, formalmente, el funcionamiento interno del partido que fue la gran esperanza de quienes creímos y aún creemos en que un cambio progresista es posible es democrático. Sin embargo, todos sabemos que "hecha la ley, hecha la trampa" o, aún mejor dicho, interpretada, la ley conseguida la trampa y que Podemos desde que decidió transformarse en partido, se dotó de una estructura y unas normas diseñadas a mayor gloria y para tranquilidad del tan locuaz y cantarín profesor de Políticas.
Después de darle vueltas a todo lo que está pasando dentro de Podemos, mi impresión es la de que los líderes de primera hora del partido tienen miedo a la libertad, tienen miedo a volar, sobre todo porque algunos tienen las alas de plomo. Creo que, en un partido tan endogámico, en el que la mayor parte de sus cuadros proceden de un entorno tan pequeño y tan preciso como lo es una facultad universitaria, los dirigentes de primera hora, los "pata negra" de Políticas desconfían, porque le temen. de quienes se han incorporado a la formación tras el lógico proceso de crecimiento de un partido, que pasada la primara sorpresa por sus primeros resultados electorales, sorprendentes incluso para ellos mismos, se vio obligado a incorporar a nuevas figuras en sus listas, porque, estaba claro, en una facultad no hay banquillo suficiente para completar listas y hacerlo con cierta garantía de éxito.
Salvando las distancias, lo que ha ocurrido con Podemos se parece demasiado a aquella frustrada revolución de los claveles que, una vez derrocados Marcelo Caetano y el salazarismo, se enredó en luchas internas, apagando la ilusión primera y dejando los fritos de aquella ilusión a quienes quizá no los merecían. Tengo la impresión de que los “capitanes" de Podemos, con Pablo Iglesias a la cabeza, están más pendientes de controlar el territorio que de atender a los deseos de la población, con lo que, una vez más, se estaría perdiendo una gran oportunidad de llevar a cabo una transformación de la sociedad en la que todos son necesarios.
De todos es sabido, entre otras cosas porque la prensa "de toda la vida" se encarga de airearlas en cuanto se producen, que, desde hace meses, existen desavenencias entre las dos cabezas más visibles que, de momento, tiene Podemos, las de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, enfrentados en el dilema de cuál debe ser el escenario de la batalla para transformar el sistema: la calle o las instituciones, dilema que, no lo olvidemos esconde también el del control del aparato del partido. De todos es sabido y, a fuer de ser sinceros, todos estamos un poco cansados, pese a que cada cual tenga su preferido y es del todo evidente que yo lo tengo, de esos cruces epistolares hipócritas y ridículos y de los "zascas" que, de vez en cuando, se cruzan entre ellos, más sonoros y descarados los de Pablo Iglesias cuando se ve sorprendido por las iniciativas de su compañero y, según ambos, todavía amigo.
Lo que hasta ahora no habíamos visto y a lo que nunca deberíamos acostumbraremos es a que entre en escena un "comisario político" como Juan Carlos monedero para advertir, en el comedor del Congreso y ante testigos, al ex juez Juan Pedro Yllanes, diputado de su partido, de que se atenga a las consecuencias después de febrero -fecha prevista para la celebración del Vistalegre 2, si no dejaba de pronunciarse en apoyo de Errejón. Todo un ejemplo de "matonismo" del peor, por parte de quien, como viejos líderes mundiales afortunadamente desaparecidos, tiene miedo a volar, porque en esto de la democracia y la libertad de pensamiento, tiene las alas de plomo. Tienen miedo a volar o, lo que es peor, a que vuelen otros.

jueves, 15 de diciembre de 2016

RADIALES Y DESAHUCIOS


Llevo días dándole vueltas al anuncio o, si no anuncio, al reconocimiento del evidente conformismo de este gobierno ante la posibilidad de que el Estado tenga que "rescatar", haciéndose cargo de su ruina, las autopistas radiales que tanto entusiasmo generaron en Aznar y sus amigos y que yo, como la mayor parte de ciudadanos que nunca las usamos, tendremos que pagar. Llevo días dándole vueltas al asunto y, como cantaba mi llorado Leonard Cohen, me entran ganas de echarme a la calle y liarme a romper cristales ante tamaña injusticia.
Nadie había pedido aquellas autopistas de peaje, nadie las quería. Nadie, salvo José María Aznar, ese "hombre pequeñito" que diría Alfonsina Storni, empeñado en pasar a la Historia, en dejar su huella en como fuese, capaz de subirse a una guerra, como en su día dijo Iñaki Gabilondo, para parecer más alto. Nadie salvo quien pretendía ponerse al nivel de su antecesor, Felipe González, que se llevó la gloria de aquel plan de cercanías diseñado bajo el mandato de Mercé Sala en RENFE, del que aún, con sus luces y sus sombras, estamos disfrutando.
Nadie, salvo Aznar y los suyos. Nadie, salvo Aznar, los suyos y sus amiguetes, tenía interés en unas carreteras, casi paralelas a las ya existentes que, allá donde conectan con las autovías preexistentes convierten el territorio en una maraña de cemento y asfalto casi imposible de superar. Nadie, salvo quien tuviese interés, las constructoras de siempre, en sembrar el paisaje de rampas, puentes, asfalto y cemento, Nadie, salvo quien quisiese hacer el gran negocio financiando todo lo anterior, la banca de siempre. Nadie, salvo los propietarios de los terrenos que hubo que expropiar, las familias de siempre, entre las que figuraban en lugar destacado los Franco y los Serrano Suñer. Desde luego, yo no.
Viendo la foto publicada ayer por eldiario.es con que ilustro esta entrada no puedo dejar de pensar en una fiesta de cumpleaños en la que el protagonista, José María Aznar, recibe, tras soplar las velas el aplauso y los regalos de sus amigos, un regalo que, veinte años después, vamos a pagar todos los españoles, hayamos sido o no invitados a la fiesta.
Es una historia, ésta de las radiales, en la que los protagonistas: banqueros, políticos inauguradores, constructores, especuladores del suelo y paganos se repiten milimétricamente en otras historias, más terribles, si cabe, como lo son las de aquellos que se quedan sin hogar por no haber podido hacer frente al alquiler o la hipoteca a que, con el beneplácito de los propietarios, las historias de tantos desahuciados, jóvenes o ancianos, con o sin niños, ante los que el Estado, con el PP o el PSOE en el gobierno, fue implacable.
En esta historia de las radiales, no sé muy bien por qué, los papeles están cambiados, porque, si las concesionarias no calcularon bien el negocio y creyeron a pies juntillas las previsiones del gobierno, tampoco los desahuciados podían imaginar la que se les venía encima y, ni en sus peores sueños, se veían sin trabajo y sin ayuda. Pero también el Estado ha cambiado su papel en las tramas, porque, de la severidad casi cruel con que emplea a sus jueces y policías contra los morosos que lo son bien a su pesar, ha pasado al paternalismo comprensivo para quienes, simplemente, no han hecho el negocio que esperaban. 
Pero en este cuento, el de las radiales, nadie paga sus culpas, nadie devuelve el dinero ya embolsado gracias a cálculos que debemos creer bien intencionados, aunque, al menos a mí, me asalten las dudas, nadie asume responsabilidades políticas, porque en el mundo de la política, al contrario que en el real, hay barra libre para amigos y amiguetes, una barra libre que acabaremos pagando todos.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL FANTASMA DE AZNAR



Feo, pagado de sí mismo, patoso, con ese sentido del humor -por llamarlo de algún modo- de quienes está acostumbrado a que les rían las gracias, porque tiene una corte de pelotas que lo hacen, siempre malencarado y provocador, José María Aznar -la mayor anomalía de la democracia española- se aparece de vez en cuando a sus compañeros de partido para sobresaltarles y, de paso, sobresaltarnos a todos los españoles. No digo que lo consiga, pero, intentarlo, lo intenta.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esos ojos sin vida, perdidos en los más negros pensamientos, ya no asustan a casi nadie. Y no asustan, porque el poder que le queda a José María Aznar, artífice de la España de la burbuja inmobiliaria, mentor de Rato y de Blesa, inventor de la trama Gürtel y sus mordidas, "reconquistador" del islote de Perejil, figurante de relleno en la foto de las Azores, socio en un primer momento y martillo, después, de nacionalismos, desalmado y mentiroso en aquel terrible once de marzo, el poder que conserva es apenas una sombra del que tuvo, porque aquella influencia de antes ya no se sostiene hoy sobre nada operativo y apenas es un recuerdo, un mal recuerdo de lo que un día fue, un mal recuerdo incluso para los militantes de su partido, porque sus más fieles ya no pisan las alfombras del poder real.
Le ocurre lo mismo que a Esperanza Aguirre, el personaje más histriónico de la política española de los últimos tiempos, condenada hoy a las performances a que nos ha acostumbrado a los madrileños, cada vez que a la alcaldesa Carmena y sus concejales se les ocurre tocarles los coches, la reina del carril bus, a la que acaba de salirle competencia con la vicepresidenta "busca chollos" que dejó coche y escoltas a las puertas de Primark, unos metros más adelante de su hoy desaparecido cajero.
Aznar ya no tiene quien le quiera, mucho menos quien le tema, pero conserva un instrumento, la FAES, con el que de vez en cuando desafina en esta España tan lejana del mundo neocon en que, desde que dejó la política, se mueve. Un instrumento carísimo, con el que se cobran y pagan favores, que pretende ser faro y guía espiritual para el Partido Popular, encendiendo las alarmas y haciendo sonar las sirenas, cada vez que alguna decisión de quien hoy ocupa Génova y, sobre todo, la Moncloa no le satisface.
Y en esas estamos, porque apenas ha tardado en criticar con suma dureza la política de acercamiento que, por fin, ha emprendido el Gobierno hacia Cataluña y lo ha hecho con toda su ira, especialmente contra esas palabras de la "vice" del Primark, calificando de error el recurso ante el Constitucional contra el Estatut de Catalunya refrendado por el Congreso en tiempos de Zapatero. Se ve que Aznar no es capaz de ver desde su enorme soberbia que, si Cataluña está hoy como está, dividida y al borde de la ruptura es gracias a sus buenos oficios y a su nacionalismo rancio de brazo en alto y aguilucho.
Afortunadamente, como digo, las consignas y las críticas de Aznar, por más que se recojan en los telediarios, apenas son un regüeldo, un mal recuerdo, de una mala digestión.
Aznar escogió dar miedo en vez de infundir respeto. Por eso, de vez en cuando, de vez en cuando saca su esqueleto, su fantasma, a pasear, sin caer en la cuenta de que ya no asusta a nadie.

martes, 13 de diciembre de 2016

RABIA Y VERGÜENZA


Cuando, la noche del domingo, vi y escuché, que son cosas distintas, la entrevista que hizo Jordi Évole a Juan Luis Cebrián, sentí rabia y vergüenza. Rabia, al comprobar el descaro y la soberbia de quien fuera mítico, también para mí, director de un no menos mítico diario EL PAÍS, mitos de los que, en uno y otro caso, apenas queda ya nada. La vergüenza la sentí al tener que reconocer que ese personaje torpe, escurridizo y en todo momento a la defensiva es el mismo por el que yo, un día no tan lejano, sentí admiración y respeto.
A estas horas, sigo preguntándome qué delirio le llevó a conceder entrevistas a medios tan lejanos a sus intereses y, previsiblemente, nada amables ni sumisos para con quien se había comportado con ellos como la reina de corazones del cuento de Lewis Carroll, pidiendo a troche y moche las cabezas de quienes osaron poner en duda su buen nombre.
Estoy hablando de que, aunque una y otra vez negó haber dado él mismo la orden de despedir de los medios del grupo PRISA a los colaboradores procedentes de la Sexta o El Confidencial, lo cierto es que, salvo raras excepciones, todos, uno tras otro, dejaron de participar en ellos como columnistas o contertulios. Una circunstancia que convierte en inexplicable su osadía al comparecer en Onda Cero y La Sexta, con Évole o Alsina, para, como diría Umbral, "hablar de su libro".
No sé si lo suyo fue osadía, imprudencia, soberbia o aplicación de la vieja consigna de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero lo cierto es que no debió pasarlo muy bien ni salir muy contento de un par de entrevistas en las que sus interlocutores no se dejaron preguntas en el tintero ni dejaron de exigir las explicaciones pertinentes a sus respuestas evasivas.
Nada que ver con otra entrevista, la que concedió a Javier del Pino y José Martí Gómez, horas antes en la Cadena SER, de la que, sin duda, salió más satisfecho y relajado, porque a pesar de que así lo anunció Javier, viejo amigo y compañero, al comienzo de la misma, en casi una hora de conversación no se habló de Panamá ni ningún otro papel. Lo digo, porque me tomé la molestia de escuchar ayer el podcast de la conversación que coincidía con mi obligatorio deambular dominical por El Rastro y, salvo un momento, casi al final de la entrevista, por el que parecen haber pasado las tijeras, y no sería la primera vez que eso ocurre en un podcast de la SER, los malditos papeles no aparecieron.
Aun así y confiando en que se le pregunto por ello, no soy capaz de imaginar a un señor que utilizaba un ascensor privado y se hacía acompañar de guardaespaldas para acudir a las entrevistas en su casa, dos plantas más arriba de su despacho, se dejase preguntar en ella por algo tan incómodo.
Sí le preguntaron en Onda Cero y en la Sexta, donde también salieron a relucir las acciones de Star Petroleum que, aclaró, ya no valen nada y le fueron regaladas por un amigo, amigo también de Felipe González, a cambio de un favor. Le preguntaron y fue uno de los momentos más tensos de la noche. Tanto, que salió del paso negándose a explicar sus contradicciones, que, dijo, sólo comparte con su psiquiatra, su psicólogo y, antes, con su confesor, supongo que recordando su pasado pilarista, del que no parece haber renegado. Sentí vergüenza, mucha vergüenza, al comprobar como este señor, al que durante muchos años tuve como referencia, se escabullía como un Roldán cualquiera, como un Granados o un Bárcenas del barrio de Salamanca, de un asunto que raya claramente en la corrupción, algo para lo que, al otro lado de la mesa, él hubiese sido implacable.
La rabia, bastante como para decirle cuatro cosas a la cara, de no haber una corte de guardaespaldas, asesores y secretarias de por medio asesores, me vino cuando le escuche hablar con tanto desapego del ERE de EL PAÍS o de la precarización del empleo en el periodismo o cuando no movió una pestaña, ni dio una explicación convincente a la circunstancia de que, mientras EL PAÍS despedía a la mitad de su plantilla, condenando a sus redactores, algunos ya cincuentones, a convertirse en parados de larga duración de una profesión en crisis. Rabia y vergüenza, sí y cada vez menos fe en la SER, en la que el mismo personaje entrevistado por Évole, Cebrián, salió más que favorecido. Y eso, a pesar de que se nos prometió una imparcialidad que brilló por su ausencia, porque amabilidad la hubo tanto por parte de Évole como de Pino.

lunes, 12 de diciembre de 2016

LOS MEDIOS, CULPABLES


Quién no ha escuchado estos días la terrible historia, no ya de Nadia, la niña enferma que sus padres paseaban de plató en plató de televisión, reclamando la solidaridad de los conmovidos ciudadanos, mientras crecían las cuentas corrientes y los caballos del coche de la familia. Una historia patética, digna por su regusto amargo de las páginas que dejó escritas Charles Dickens o de las de cualquiera de nuestras novelas picarescas, por ese descaro, esa falta de escrúpulos y ese uso y abuso que, del sentimentalismo y la lágrima fácil de los demás, ha hecho gala con maestría digna de mejor empeño el cabeza de tan conmovedora familia.
La historia parece, como os digo, de otro tiempo y ha sido posible, entre otras cosas, porque ninguno de nosotros o, en todo caso, muy pocos somos capaces de imaginarnos utilizando a un niño, más aun, a un hijo, sangre de nuestra sangre, para vivir "del cuento". Pero esta historia no es de otro tiempo, no. Esta historia es de ahora mismo. Es una historia del tiempo en que las redes sociales difunden al instante y en igualdad de condiciones, o así lo parece, cualquier opinión. Es una historia que sólo ha sido posible en el tiempo de las televisiones en continuo tal show, de los tiempos de la información inmediata, del despliegue por el despliegue, una televisión en la que todo parece estar "a la última", todo, menos el periodismo y sus reglas.
Porque el periodismo, aunque últimamente no lo parezca, tiene reglas. Reglas que están más cerca del modo de hacer de la redacción de la oscarizada "Spotlight" que del inmoral director de periódico que encarna Walter Matthau en "Primera plana". Y una de las principales premisas que contemplan esas reglas es que cualquier información, para ponerla a disposición de los lectores, los telespectadores o los oyentes, ha de estar perfectamente comprobada y confirmada. Lo malo es que, al menos es esa la impresión que yo tengo, es que, últimamente, la regla que se impone es aquella que dice que nunca debes dejar que la verdad te arruine una buena historia. Y eso es lo peor que nos llenan la pantalla de “buenas historias" llenas de verdades a medias o, incluso, de mentiras descabelladas.
Ese ha sido, tristemente, el caso de la historia de la niña Nadia y su familia. Una historia increíble que, sin embargo, fue creída, no ya por los telespectadores que, últimamente, bombardeados a cada instante con mentiras disfrazadas de verdad y verdades que perecen mentiras, no acaban de distinguir claramente unas de otras, sino por esas decenas de redactores y editores de programas con millones de seguidores que "tragaron" con esa imagen de un padre buscando bajo las bombas en una cueva de Afganistán al científico capaz de salvar a su hija.
Menos mal que siempre hay alguien, en este caso dos redactoras del diario EL PAÍS, que siguieron todos los pasos que sus colegas de otros medios, especialmente las televisiones, obviaron. Gracias a ellas y gracias a su tesón para comprobar cada uno de los detalles de la disparatada historia del padre de la niña Nadia, supimos de la cara dura y la falta de sentimientos de un hombre dispuesto a pasear a su hija vía televisor por los hogares de medio país, mientras pasa el plato de sus cuentas corrientes que le asegura su tren de vida,
No parece que fuera tan difícil desmontar esta historia que ahora está en los tribunales con el padre detenido, la madre sin pasaporte y la niña con una tía, una vez retirada su custodia a tan tramposos padres. No lo era y, quizá porque arruinaba un bonito cuento, nadie se tomó la molestia de buscar a los misteriosos sabios que la atendían, ni exigir una certificación del diagnóstico a los "atribulados" padres, todo lo que ha hecho ahora el juez que, ante la falta de respuesta, les acusa de utilizar a Nadia para ejercer la mendicidad.
Todo muy triste y muy chusco. Sin embargo, lo más triste, lo más chusco del enternecedor "cuento" de Nadia es que los mismos medios que fueron colaboradores necesarios e irresponsables para que el padre de Nadia pudiera montar su "negocio", una vez desvelada la trampa, no han entonado el "mea culpa" que nos deben, no ha habido dimisiones ni tan siquiera una nota de disculpa ¿para qué, si la segunda parte de la historia, la de los padres pícaros y estafadores es tan buena como lo fue la que se "tragaron" como colegiales. Lo más triste es que los medios son tan culpables como esos padres, porque, sin ellos la mentira y la estafa no hubiesen sido posibles. Pero ya, se sabe, la vida sigue y el espectáculo debe continuar.

viernes, 2 de diciembre de 2016

MAMPORREROS


Nada como tener a la prensa a favor para que un partido pueda permitirse determinados juegos de manos, con la tranquilidad de saber que siempre habrá quien los explique y justifique. Y si, además, como le sucede al PP, tiene las encuestas a favor, siempre podrá romper la baraja, adelantando unas elecciones que, de momento, podría ganar, porque los sondeos parecen serle favorables. 
Yo, para mi desgracia, para nuestra desgracia, estoy seguro de que Rajoy ya ha decidido adelantarlas y que, si no lo hizo y optó por una investidura "justita" fue para no cargar con el sambenito de haber provocado con su rechazo las tan temidas terceras elecciones que rechazaba la práctica totalidad del electorado. Sin embargo, insisto en ello, me temo que es cuestión de meses que Rajoy disuelva las cámaras y nos llame de nuevo a las urnas.
Y es que debería habernos quedado claro que a los populares no les gusta el panorama, no están en absoluto acostumbrados a reinventar cada día la estabilidad parlamentaria, no les gusta negociar ni, mucho menos, fracasar en esas negociaciones y tener que presentarse ante su electorado como un partido vapuleado que ya no tiene en sus manos el timón. Por eso considero que, con la decisión ya tomada, a lo que se está dedicando el PP es a enredar con unos y con otros para ensuciar al resto de partidos con su contacto, reduciendo así sus expectativas electorales.
Lo estamos viendo ahora que la asunción forzada, "golpe de estado" mediante, de la abstención frente a la candidatura de Rajoy, ha dejado al PSOE hecho unos zorros, sin el líder que se había dado y con la ambiciosa Susana Díaz por los suelos, buscando entre los socialistas europeos los apoyos que ya le niegan los españoles. Y no sólo los militantes, porque tampoco los votantes parecen haber entendido la maniobra.
Ahora, lo pudimos comprobar ayer, le ha llegado el turno a Ciudadanos que, después de haber sido el mamporrero del PP -según el diccionario de la RAE, la persona que dirige el "miembro" del caballo en la cópula- se ve ahora ignorado y despreciado, después de haber quedado en segundo plano en las negociaciones sobre el techo de gasto y otros asuntos económicos que PP y PSOE han mantenido a sus espaldas.
Tengo para mí que lo que ha pretendido el PP, como ha hecho en otras ocasiones, es poner a Albert Rivera en su sitio y, con él a Ciudadanos como fuerza alternativa de la derecha, ponerle en evidencia, negándole eso de que tanto presume ser el azote del gobierno, el que le lleva las riendas y le conduce hacia esos postulados de honestidad y eficacia desde la derecha que parece querer imponerle. Rajoy que, nadie puede negárselo, es muy listo y, realmente, nunca ha querido a su lado a un socio que le pueda restar votos, alguien que pueda acabar gustándole a sus propios votantes, entre otras cosas, porque sabe que la mayoría de los votos de Ciudadanos en otro tiempo fueron suyos y, por eso, está empeñado en recuperarlos, dejando a Rivera tan desnudo como lo estaba en aquellos carteles con que se dio a conocer en Cataluña, hace más de una década.
Ahora, puestos en evidencia PSOE y Ciudadanos, les llega el turno a los nacionalistas vascos, que tan necesarios le son en la aprobación de unos presupuestos para los que no va a poder contar con los socialistas. Pero el PNV es zorro viejo y sabe que si el PP quiere su apoyo en este asunto tendrá que poner sobra la mesa las concesiones de siempre, esas que, luego, el PNV vende como triunfos en Euskadi.
Lo único claro es que, salvo en el caso del PNV, que es harina de otro costal, la proximidad del PP perjudica seriamente la salud de los partidos y más, si como el PSOE o Ciudadanos, han sido vistos el miembro del caballo en sus manos, dirigiéndolo hacia la vagina de la yegua.

jueves, 1 de diciembre de 2016

NO ES UN JUEGO


A veces cabría pensar, a causa de la actitud de algunos de nuestros parlamentarios, que la política es un juego, un juego que se juega en escenarios muy determinados y de cuyos resultados se da cuenta, en los telediarios, no al final de los mimos, como en el caso del fútbol, sino en la portada y en los titulares, siempre que la cadena de mando no de órdenes en contrario para que algunas meteduras de pata, que las hay, pasen inadvertidas para los ciudadanos.
Lo malo es que, como en el fútbol, más allá de los resultados, lo que nos muestran en los telediarios son apenas los goles o las imágenes más vistosas, sólo la anécdota, la frase ingeniosa o, si la hay, la bronca pura y dura. Pocas veces la trascendencia de lo que se dice o se vota, las consecuencias que, para nosotros, los ciudadanos de a pie, tienen el debate y los resultados. Ayer, por ejemplo, víspera del Día Internacional de la lucha contra el SIDA, esa enfermedad cruel de la que tanto sabemos ya y que, sin embargo, parecemos empeñados en olvidar, y, a propósito de la lucha contra el SIDA, en el Congreso nos dieron un ejemplo claro de lo que os digo.
El diputado de Esquerra Gabriel Rufián quería saber qué planes tenía el gobierno para promover el uso del preservativo, el medio probablemente más asequible y eficaz para prevenir el SIDA y el resto de enfermedades de transmisión sexual y enseguida corrió como la pólvora la especie de que lo que pretendía Rufián era obligar a Rajoy a decir una palabra, condón, tan tabú entre determinadas gentes como lo fue durante décadas, para desgracia nuestra, su uso y su venta normalizada para el resto de los españoles, Y ya sabemos cómo se las gasta Rajoy, que se tiene por mago de la oratoria, cuando cree que le quieren hacer pasar por el aro, por cualquier aro: se defiende como gato panza arriba y se empeña en dar rodeos, hacer circunloquios, ahogar a su interlocutor en cifras y estadísticas tan frías como vacías para no ceder ante su interlocutor, olvidando que, en ocasiones, la voz de quién le está interpelando es la de la una gran parte de la sociedad, por no decir toda la sociedad.
Pero, ya sabemos que Rajoy es tan tozudo como el más tozudo de los campesinos gallegos y se cree tan brillante como el más brillante y mordaz de los contertulios del casino de cualquier capital de provincia. Y si no lo cree, siempre tiene alrededor voces serviles que se encargan de decírselo y de decírnoslo. Por eso, Rajoy se empeñó en un esfuerzo dialectico innecesario, digno de mejor causa para no ensuciar su boca ni su pensamiento con la evocación del látex con que se fabrica tan sabio complemento para unas relaciones sexuales mucho más libres y seguras.
No dijo preservativo ni dijo condón y nos quedamos en eso., no con esa cifra del setenta por ciento recortado en los fondos destinados a su promoción y distribución en los últimos años. Tampoco nos hablaron de cómo los pocos preservativos que llegan a los centros de salud caducan olvidados en el fondo de un armario o un cajón porque desde las puritanas consejerías de aquí y allá no se elaboran planes con instrucciones claras para su distribución entre las poblaciones de riesgo entre las que, por desgracia, también están nuestros jóvenes que, carentes de información o de estímulos, prefieren emplear el poco dinero de que disponen en alcohol y otros modos para aturdirse y olvidar lo oscuro de su futuro.

Ayer se perdió una gran oportunidad de hablar con seriedad y a las claras de lo importante que es la prevención, a todos los niveles, en la lucha contra el monstruo arrinconado, pero no vencido, que es el SIDA. Se perdió la gran oportunidad de que nos sintiésemos protegidos por un gobierno y un parlamento que se preocupa por nosotros y por nuestro futuro. Pero se optó por el divertido juego de esconder la palabra maldita, mientras los pocos preservativos que llegan a quienes deberían ponerlos a disposición de quien los necesita y, por las razones que sean, no los pueden conseguir, se pudren sin cumplir con su función de defender la salud y salvar la vida a tanta gente. Mezclar la moral, más si es rancia, y la salud no es ni será nunca un sueño.
Pero no. Por desgracia no es un juego.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

POLÉMICA ARTIFICIAL


Nadie habrá más satisfecho a estas horas con los creadores de falsas polémicas, algunos verdaderos profesionales, que Albert Rivera que, haga lo que haga o diga lo que diga, como las cucarachas, siempre sale impoluto y brillante   de entre la basura. Y es que nadie estará a estas horas más agradecido con la crucifixión mediática de Pablo Iglesias a cargo del grupo PRISA, a propósito de sus opiniones sobre la necesaria feminización de la política.
Escribo esto, porque, gracias al "chorreo" a que ha sido y está siendo sometido Iglesias, han pasado prácticamente inadvertidas las informaciones sobre el despido improcedente y el acoso laboral que padeció la ex jefa de prensa de Albert Rivera, Inma Lucas, desde que, en julio del pasado año, obtuvo una baja laboral médica por riesgo en su embarazo de gemelos y que se evidencio, cuando, en mayo de este año, trató de reincorporarse sin éxito a su puesto de trabajo a lado de Rivera y fue relegada al servicio de prensa del grupo municipal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Barcelona.
La noticia que coincidió en el tiempo, pero no en el tiempo y la tinta dedicados a ella con las palabras de Iglesias es que, ayer, el partido de Rivera accedió a indemnizar con 150.000 euros a Inma Lucas, para no verse en el banquillo en un juicio por acosos que podría perder o que, cuando menos, podría dañar seriamente su imagen pública, desvelando su rostro de patrón intransigente y machista.
El asunto se las trae, porque, del retorcimiento de las palabras de Iglesias al hecho evidente del acoso a la ex jefa de prensa del líder de Ciudadanos, media un océano y, sin embargo, todavía esta mañana, en la Cadena SER insistían en la crucifixión del de Podemos, prejuzgando lo que había detrás de lo dicho por Iglesias y sometiéndose con evidente retintín a su exigencia de aclaración. Y es que, no hay que olvidarlo, la SER tituló la información sobre lo dicho por Iglesias a propósito de la feminización de la con una frase mutilada de su exposición, tergiversando el sentido de lo que en realidad había dicho.
Son cosas que pasan cuando, desde arriba, se pretende, no sólo informar, como sería deseable, sino sacar punta a las informaciones, para utilizarlas a favor o en contra de unos u otros. Lo ocurrido es la consecuencia de filias y fobias que llevan a cerrar los ojos y los oídos a la realidad para no modificar lo que se presume de antemano. A mí me ha ocurrido en esa misma redacción, A mí y a todo el que lleve unos años en el periodismo y crea en los tan cacareados valores de "la profesión". Siempre he pensado, y así lo aprendí y lo enseñaba en la universidad, que el periodismo consiste en hacerse y tratar de responder las preguntas adecuadas. Por eso, me extraña que nadie se preguntase hace dos días en la SER, si, realmente, Pablo Iglesias había dicho lo que pusieron en su boca. De hecho, si el responsable de la edición del informativo no lo puso en duda o, una vez escuchado, optó por emitir la frase mutilada demostró muy poca profesionalidad, cuando no una tendenciosa malicia.
Ahora, visto que Iglesias tenía razón en su reclamación, se buscan los argumentos en el resto de la intervención y se le rebate incluso, por machista, su concepto de feminizacción de la vida pública, defendido por ilustres feministas, reprochándole haber dicho que los políticos, hombres y mujeres, deberían "cuidar", como hacen las madres, algo que en absoluto condena a la mujer a esa tarea que, parece, se menoscaba. Más bien, algo que, quizá heredado de nuestra parte animal, está en nuestra naturaleza.
Yo, siempre o he dicho, en caso de naufragar y si los supervivientes se dividen en dos grupos y uno de los dos lo lidera una mujer, trataré de estar en ese grupo. Supongo que, como yo, cualquiera haría lo mismo. Sin embargo, ayer no se trataba de eso. Lo de ayer fue una verdadera persecución llena de prejuicios e intereses contra alguien que no le es muy simpático al Grupo PRISA. De paso, Albert Rivera, permaneció agazapado en medio de la polvareda de tan artificial polémica, para no mostrar sus vergüenzas. Y, por seguir hablando de vergüenzas, a qué vuene el desmedido interés de Antena en meter al líder de Podemos en el mismo saco que a machistas como el rancio alcalde de Alcorcón u otros peores si es que los hubiese.

martes, 29 de noviembre de 2016

ES POR EGOÍSMO


Me despierto con el resultado de una encuesta, el Observatorio de la Cadena SER, una encuesta cuyos resultados dicen que, de celebrarse hoy elecciones, el PP sigue ganando votos, un tres por ciento más, y ganaría las elecciones con una mayoría aún más cómoda. Lo que toca de inmediato es echarse a temblar, porque, con esa tendencia, a nadie se le escapa, a nadie se le debería escapar, el hecho de que al PP sólo le queda esperar que se cumpla el plazo de tres meses que ha de transcurrir para poder convocar unas nuevas elecciones.
Mientras voy dándole vueltas a ese temor, comienzo a preguntarme, por ejemplo, qué puede llevar a una mujer a votar a un partido que ampara y promociona a personajes como el alcalde de Alcorcón, David Pérez, capaz de insultar de una tacada a todas las mujeres, llamando rancias y amargadas a las feministas que llevan décadas luchando por algo tan incontestable como la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos que comparten o deberían compartir con los hombres, a esas mujeres que, como le escuche decir hace una semana a Nativel Preciado, fueron perseguidas y ridiculizadas desde hace más de un siglo, para que otras mujeres como ella puedan expresarse hoy en libertad, aunque no coincidan con ellas al cien por cien.
Me lo pregunto y sólo encuentro una respuesta: el egoísmo, porque sólo el egoísmo lleva a votar a un partido en el que hay diputados que, como Vicente Martínez Pujalte, ocupan un escaño en el Congreso a tiempo completo y, sin embargo, ingresan simultáneamente tres millones y medio de euros en un año, en actividades que, como él mismo aclaró, so poco o nada éticas, pero son legales. El mismo egoísmo que lleva, bajo promesas falsas de bajadas de impuestos que nunca llegan o puestos de trabajo que, si llegan a crearse, están más cerca de la esclavitud de hace siglos que de la Europa a la que dicen habernos llevado, a una camarera de hotel a votar a un partido que tiene como portavoz a un personaje como Pablo casado que se permite comparar su jornada, en la que ha de limpiar al menos veinte habitaciones, con la de su hermano médico que pasa quince consultas al día.
Le doy vueltas una y otra vez y sólo soy capaz de llegar a la conclusión de que su fuerza, la del PP, es nuestro egoísmo, el de quienes le votan y el de quienes se suman a sus políticas, como, por ejemplo, el PSOE, dispuesto a sumarse a los planes de Rajoy para rebajar el techo de gasto en un país que, desde hace casi una década, hace agua en lo social. Egoísmo disfrazado de miedo, prudencia lo llaman, a que el Partido Popular, atado de pies y manos en el Congreso, disuelva las cámaras para recuperar en las urnas la tranquilidad perdida.
Pero egoísmo es también lo que mueve a quien se cree dueño de la calle y no quiere dar ni que nadie el paso de convertir su capacidad de movilización en la fuerza transformadora que este país necesita en su parlamento. Ese egoísmo y ese miedo que vienen a ser lo mismo y que pueden llevar a este país a alejarse para siempre de la oportunidad de cambio que tuvo va ya para casi un año. Así nos va y así seguirá yéndonos si no conseguimos sacudirnos de una vez por todas este egoísmo.

lunes, 28 de noviembre de 2016

EL ASUNTO SE LAS TRAE


Confieso que el título de la entrada, aunque podría haber sido mío, me lo he apropiado del arranque de la respuesta que Antón Losada daba esta mañana, cuando expresaba su punto de vista sobre lo que fue Fidel Castro para Cuba y los que será de cuba sin él. La verdad es que es más que difícil tratar de ser objetivo ante un personaje como lo fue el mayor de los Castro y ante un país como Cuba, ya que ambos son fundamentales en el devenir del mundo, especialmente el de América Latina desde aquel primero de enero de 1959 en que Fidel y sus barbudos entraron en La Habana.
Lo cierto es que uno construye sus opiniones, al menos es mi caso, sobre cimientos de sensaciones y no me duele reconocer que las mías sobre Cuba y Fidel son contradictorias y, en ocasiones, más que contradictorias, paradójicas. Así, por ejemplo, yo que, por edad, tuve durante un tiempo a Castro y su revolución como un modelo necesario, al menos en el Tercer Mundo, vi mi pensamiento saltar por los aires después de ver una película "Fresa y chocolate", de Tomás Gutiérrez Alea, un hombre del régimen que, sin pretenderlo, o al menos eso deduje de algunas declaraciones que le escuché, señaló con lucidez y ternura la carencia más cruel de esa patria que todo lo justificaba, hasta la muerte, y que, sin embargo, fue incapaz de dar a su gente aquello por lo que decían pelear los barbudos que bajaron de la Sierra: la libertad.
He de decir que, si de algo soy absolutamente celos es de mi libertad. Creo que podría sobrevivir con más o menos comodidad sin bienes materiales, pero que difícilmente podría hacerlo con en medio de la falta de libertad que asfixiaba al personaje creado por Roger Salas, inspirado en sí mismo, y que interpretó magistralmente por Jorge Perugorría. Desde entonces ya no fui capaz de mirar a Castro y su revolución con los mismos ojos. Con esa sensación de desesperada angustia que saqué de la película y alguna información añadida, ya no supe ver en Ernesto Che Guevara el héroe que me miraba desde las paredes de tantas y tantas habitaciones de amigos. Le veía altivo, severo e inflexible, presidiendo los tribunales populares que, en los primeros años de la revolución, condenaban, demasiadas veces a muerte, a quienes colaboraron con el régimen de Batista.
Sin embargo, esos años terribles no deben cegarme ni me ciegan para no ver los enormes logros del castrismo en el terreno de lo social, la igualdad alcanzada en muchos terrenos, en un país que venía de la más cruel de las desigualdades, un país de oligarcas obscenamente ricos, frente a los guajiros condenados a vivir en la miseria moral y física más absoluta. Con Fidel Castro todos los cubanos aprendieron a leer y comieron, no todo lo que querrían haber leído ni todo lo que hubiesen querido comer, pero, es innegable, hoy por hoy, leen y comen todos.
Desde que, en la madrugada del sábado, sesenta años después del inicio de su gran odisea, supimos de la muerte Fidel Castro, todo han sido loas, críticas y, sobre todo, preguntas y comparaciones. Nunca sabremos qué habría sido de Cuba si aquel primer día de 1959 Fulgencio Batista no se hubiese subido a un avión, con el rabo entre las piernas y las maletas repletas de joyas y dinero, resultado de años de saqueo de su país, al servicio de la Mafia y las empresas del vecino del Norte.
Después de unos primeros momentos en los que Castro fue un héroe, incluso para la prensa y para los ciudadanos norteamericanos, el joven abogado hijo bastardo de un terrateniente que expulsó de Cuba a Batista, el sanguinario tirano hijo de un campesino, las nacionalizaciones y el exilio forzado de los privilegiados por Batista. las cañas se tornaron lanzas y Castro pasó a ser el enemigo número uno del Tío Sam, del mismo modo que el vecino del Norte pasó a ser el enemigo imperialista. Desde entonces ya nada fue igual. Castro, cuya ideología siempre fue u enigma se vio forzado a echarse en los brazos de una Unión Soviética encantada de haber encontrado un aliado en el Caribe. De ahí a la crisis de los misiles y al bloqueo, mediaron semanas que se han convertido en décadas de privaciones y miseria para los cubanos de a pie. Quizá porque los norteamericanos esperaban que, con hambre y escasez, los cubanos volverían la espalda a Fidel y los suyos. Pero se equivocaron.
Ahora, sin un Castro que llevaba años muerto en vida y sin un relevo claro para su hermano Raúl, impuesto por la enfermedad del dictador. se abren todas las incógnitas, más con Trump, marioneta de los ultra conservadores que siempre odiaron a Castro y su Cuba, al frente de la maquinaria militar y económica del vecino del norte, probablemente más enemigo que nunca, sin la figura mítica del comandante es difícil imaginar el futuro. Más, para quienes no queremos verlo todo blanco o todo, negro, para quienes, por no casarnos con unos ni otros, nos llevaremos todas las bofetadas. Por eso me apunto a ese "el asunto se las trae" de Antón Losada y pongo mis esperanzas en que el sentido común se imponga a las estridencias de uno y otro lado del mar.

viernes, 25 de noviembre de 2016

LOS JUEVES, MILAGRO


¿Quién no recuerda al impagable Pepe Isbert interpretando al contertulio de casino rural encargado a su pesar de interpretar a un falso San Dimas, para atraer turistas al decrépito balneario de su pueblo, en esa obra maestra que Berlanga tituló “Los jueves milagro”? Pues bien, sesenta años después, otro jueves se ha vuelto a producir el milagro.
Cuentan los evangelios que Jesús, nada partidario de los opulentos, decía a sus discípulos que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que que un rico entrase en el reino de los cielos y debe ser cierto, porque son muchos los ricos se gastan su fortuna en pagar misas e indulgencias para desmentir al "maestro" y alcanzar a atravesar las puertas del hipotético cielo. Sin embargo, en algunas ocasiones, pocas, pero algunas, nos encontramos con algunos ricos, algunos empresarios, que optan por hacer más fácil la vida de sus empleados, en lugar de lavar sus culpas con misas y fundaciones. Son pocos, pero, ellos sí, atravesarían, de quererlo así, el umbral de la gloria prometida.
Ayer, como jueves que era, se produjo el milagro y no en la Fontecilla berlanguiana, sino en Málaga, donde el empresario hotelero Antonio Catalán sorprendió a propios y extraños poniéndose frente a sus colegas, a los que acuso de explotar a sus empleados y de hacerlo con la reforma laboral de 2011, con la que. dijo, él mismo podría despedir a toda su plantilla, indemnizándola con veinte días por año trabajado, para subcontratar sus funciones con los salarios y destajos que todos conocemos, a precios casi, o sin casi, de esclavismo, precios que llegan a 20 céntimos por "hacer" una cama o dos euros por toda la habitación.
No creo que la Administración contrate mucho con los hoteles de Antonio Catalán. AC y NHC. Y no lo creo, porque conociendo el espíritu de venganza que a veces mueve a ministros como Montoro o al propio presidente, a estas horas estaría anulando todas las reservas que hubiese contratado, porque la radiografía que hizo ayer el hotelero, extensible a todos los sectores, deja en mal lugar su política de empleo y a quienes la defienden o no la combaten como deberían. Catalán, paradójicamente conocido por tratar como es debido a sus empleados, extremó su dureza con los empresarios de su sector a los que acusó de buscar sólo el beneficio. Y lo hizo subrayando que, en un sector en alza, como el suyo, en el que desde 2011 han crecido los beneficios y el empleo, los salarios han caído escandalosamente.
Lo malo es que la denuncia de Catalán valdría para muchos otros sectores, incluso para los medios que tanto eco se han hecho de sus palabras, adornando sus informativos con una noticia como esta, pese a que, en ellos y por decisión de sus directivos, tan miserables a veces  como los que Catalán pinta en su sector, se ha despedido a plantillas enteras, para cubrir su "hueco" con becarios que, en precario, por salarios de risa y con jornadas ilegales e inhumanas que nunca llegan a cobrarse en su totalidad.
Yo mismo fui víctima en la SER de esa estrategia de sustituir trabajadores caros por otros más baratos y, aunque más inexpertos, mucho más maleables. Por eso, lo reconozco, me enciendo cada vez que, como hoy escucho panegíricos a quien critica las prácticas empresariales que son el pan de cada día en esa cadena de emisoras. Me enciendo, porque, si algo odio en este mundo, es la hipocresía y allí hay mucha.
Al margen de esto último y, en cualquier caso, celebro que algunos jueves siga tocando milagro. El de ayer, la denuncia, la radiografía descarnada, del panorama laboral con que nos premia el partido más votado por los españoles, me pareció, pese a la demagogia de algunos, eso: un verdadero milagro. La vuelta de San Dimas, el buen ladrón, a este mundo.

jueves, 24 de noviembre de 2016

RITA Y EL RUIDO



Cuando ayer supe de la muerte de Rita Barberá, me llevé la sorpresa de que sólo tenía sesenta y ocho años. La verdad, nadie que no tuviese la información podía pensar que esa mujer apagada y triste que accedía el lunes al Tribunal Supremo para darse por fin de bruces con la Justicia era aún tan joven. Y sin embargo lo era, pese a que los últimos meses de su vida, a causa quizá del abandono de los suyos, habían pasado por su cuerpo y por su rostro como años.
Rita Barberá fue una mujer excesiva y no siempre supo ocultar sus excesos. Y todos, a estas alturas de la vida, deberíamos saber que los excesos, antes o después, se pagan. Quizá por eso, a la que fuera alcaldesa de Valencia durante un cuarto de siglo, con toda su soberbia y su dureza, que fue mucha, se le hizo muy cuesta arriba sobrellevar el vacío a que fue condenada, también sin juicio, por quienes la citaban como la mejor alcaldesa que ha tenido Valencia -que yo sepa fue la única- llegando, incluso, a concederle sin ningún tipo de consenso el "título" de alcaldesa de España alcaldesa de España.
Era mucho lo que le debían, lo mismo como partido, porque ella, pactando con Unió Valenciana, le arrebato a los socialistas la alcaldía, pese a ser la del PSV la lista más votada, levantando el primer fortín para la conquista para la derecha de un territorio, Valencia, que tradicionalmente había sido, antes y después de la dictadura, de la izquierda. Después vendrían los negocios, la financiación bajo sospecha de su partidos, las faraónicas obras, no siempre necesarias de la ciudad, los calatravas y sus goteras, la Fórmula Uno pagada a precio de oro y revendida de mala manera por un único y tramposo euro, También la escandalosa visita del papa Benedicto XIII, en medio d ella tragedia del metro, de la que muchos de los que hoy lloran a su alcaldesa, sacaron partido a costa de la liquidada televisión pública, Canal Nou, que, una vez cumplida su función de propaganda y saqueo, fue llevada a negro y sus trabajadores puestos en la calle.
La cosa es que, de Valencia, no sólo llegaban las naranjas y el AVE. También llegaron los apoyos que necesitó Rajoy para asaltar Génova, oficiado en un congreso del partido, en el que Rita Barberá no sólo fue anfitriona, sino que se convirtió en muñidora del acuerdo necesario para que su amigo Mariano escalase la cumbre del partido y del gobierno, algo por lo que el hoy presidente conservó, aunque en los últimos tiempos en privado, el afecto por la que fuera su gran apoyo. Y lo conservó hasta el punto de que, ayer, aturdido quizá por la noticia, Rajoy reveló que conversó con la misma militante a la que forzó a macharse del partido poco antes de su penosa declaración voluntaria ante el Supremo.
Está claro que el PP no había sido justo con aquella a quien ayer lloraba desconsolada y, por qué no decirlo, hipócritamente. Del mismo modo, estoy seguro de que con su sobreactuación trataba de mitigar su maña conciencia por haber utilizado su cadáver, entonces sólo metafóricamente político, para levantar la barricada donde protegerse de la que le está cayendo. Un comportamiento hipócrita y desmedido que llevó al ministro de Justicia de todos los españoles a acusar al aparato del Estado, jueces y Policía, a la oposición y a los medios de comunicación de haber organizado una cacería a la que, taimadamente, atribuyó la muerte de la ex alcaldesa. La misma hipocresía del más verborréico que nunca ex ministro Margallo, que contó una y otra vez todo el cariño que sentía por la que fue su amiga y todo lo que le dijo, promesa de cena incluida, en el apenas un segundo que duró el beso forzado que le pidió una Rita desconsolada y sola, en la solemne sesión de apertura de la legislatura.
En fin, una vergonzante y falsa representación de una solidaridad, que se habría vuelto contra los fingidores de no haber mediado el irreflexivo gesto de Unidos Podemos que sigue sin entender que, cuando lo que se hace hay que explicarlo demasiado, es porque lo que se hace está equivocado. Y creo que ni me equivoco ni me invento nada, porque ayer mismo, antes de conocerse el fallecimiento de Rita, Pablo Iglesias explicaba que su renuncia a interrogar a Rajoy en la sesión de control, buscaba no eclipsar su interpelación al ministro de Industria sobre Pobreza Energética.
Creo que Iglesias se equivocaba, como se equivocó al sobreactuar en su rechazo a guardar el minuto de silencio por la senadora. Fue tanto el ruido provocado que lo desenfocó todo y dio pie a que las hienas del PP, donde las dan las toman, señor Hernando clavasen sus dientes en ellos y, de paso, en los medios, ocultando su propia falta de piedad con la fallecida.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

VIEJOS Y POBRES


A nadie se le escapa que, si los primeros zarpazos de la crisis se vieron amortiguados en España, fue porque los ancianos, los que disponían de una pensión o de ahorros, se echaron a la espalda tanto a sus hijos en paro como a los hijos de estos que, si hacían alguna comida decente al día, ésta era la que les servía la abuela, después de que "contables" sin conciencia decidieran que no había por qué darles de comer en la escuela y algún que otro jarrón chino, como Felipe González, les diese la razón.
Pues bien, desde ya os digo que, si alguna vez salimos de esta crisis y sus crueles consecuencias, ya no será posible ese milagro, porque los ancianos del futuro, nosotros y nuestros hijos, no tendremos ahorros ni pensión con la que mitigar la pobreza de nuestra familia, porque, para entonces. los de siempre habrán acabado con ese último bastión del sistema de bienestar.
A nadie se le escapa que el sistema público de pensiones, todo lo público en general, no gusta a los especuladores ni a los expertos que tienen alrededor. Ellos, al igual que en los terrenos de la Sanidad o la Enseñanza, carentes de escrúpulos, ven en esto, como en cualquier otro asunto, sea cual sea, una "oportunidad de negocio" y ya hablan, mientras se encienden todas las alarmas, de la conveniencia de suscribir un plan de pensiones privado, como ya hicieran hace años, cuando los suscribieron tantos y tantos trabajadores que tuvieron que "comérselos" deprisa y corriendo y perdiendo todas las ventajas prometidas cuando la crisis llegó con sus primeros arreones.
No sé si somos conscientes de que, siendo como es éste nuestro mayor problema, como individuos y como país, en los próximos años, nadie, insisto, nadie habló de él en las dos convocatorias electorales por las que hemos pasado en apenas un año. Nadie quiere destapar la caja de los truenos en que se convertiría la evidencia de que otra caja, la que garantiza el pago de las pensiones, se vaciara como parece que va a vaciarse en unos meses.
No me explico ese silencio de los partidos políticos, grandes y pequeños, nuevos y viejos que parecen apuntarse al "dios proveerá" de otros tiempos. No sé si es que no tienen soluciones a la vista o si lo que ocurre es que se sienten culpables del desaguisado. Lo que sí sé es que, si con Zapatero el sistema alcanzó su mejor momento y con Rajoy en La Moncloa la caja comenzó a vaciarse, algo hizo, algo se hizo, para que se rompiese el equilibrio entre pagos y cotizaciones que la mantenía. Y ese algo es, sin ningún género de duda, esa reforma laboral que permite contratar por días y horas, sin garantías y por salarios míseros que apenas cotizan y que no garantizan el ahorro, el consumo o las pensiones que se necesitan para enfrentar el futuro con confianza.
Dirán lo que quieran, pero tal parece que Rajoy y los suyos, en los cinco años que llevan en funciones y disfunciones al frente del país se hayan comportado como los obreros de un desguace, empleándose a fondo en desmontar lo que de bueno tenía el sistema, para "vendérselo" a buen precio, cuando no regalárselo a sus amigos, porque ¿a alguien le entra en la cabeza que nuestros jóvenes, bien formados, muchos de ellos licenciados o doctorados, no sean capaces de encontrar un trabajo que les garantice una pensión?
Claro que no. Tal cosa no sería posible, si este gobierno o el que le antecedió no hubiesen dinamitado el sistema de relaciones laborales, si no hubiesen acabado con la negociación colectiva, dejando a los trabajadores en manos de "negreros" sin escrúpulos dispuestos a cambiar de empleados, como quien cambia las bolsas de basura, antes de que consoliden sus salarios o sus derechos. No hicimos nada y, ahora o, mejor dicho, en adelante, vamos a pagar las consecuencias. Y las vamos a pagar, porque los empresarios no van a querer otra cosa que los beneficios conseguidos con el PP y, por qué negarlo, también con el PSOE,
Durante años funcionó el chantaje de "si me lo ponéis difícil me voy", ese chantaje que acabó con los derechos de los trabajadores, devolviéndoles a la condición de jornaleros, sin presente ni futuro, sin todos esos derechos conquistados tras décadas de sangre y sufrimiento, augurándoles a ellos y a sus hijos una difícil etapa final de sus vidas, en un país mísero, de pobres y viejos.

martes, 22 de noviembre de 2016

EL FÚTBOL, EN EL ARMARIO


Parece mentira que, ahora que nuestro país está a punto de cumplir cuatro décadas de democracia, una democracia más o menos imperfecta, pero democracia al fin, el deporte más popular, por no decir la actividad más popular, del país, la que ocupa horas y horas de radio y televisión y millones de páginas a lo largo de la semana, siga en el armario del más puro franquismo, un armario dentro del que no parecen existir las leyes que rigen para la ciudadanía en cualquier otro ámbito.
Es una situación tan lamentable como parece. A cualquiera le cuesta creer que los insultos y golpes que intercambian en el campo los jugadores, a la vista de millares, si no millones, de espectadores no tengan las mismas consecuencias que tendrían si el intercambio se produjera en la calle. Tal parece que, con el precio del abono o de la entrada, los espectadores tuvieran derecho a asistir y a participar a veces en un espectáculo que parece sacado de otros tiempos y otros lugares.
Y, todo, porque lo que nos "venden" es una realidad falseada, en la que nada es lo que parece. Y más, ahora que hay que llenar con aburridas verdades o atractivas exageraciones y mentiras tantas horas de programación y tantas y tantas páginas que, además y por si fuera poco lo anterior, no sólo se ocupan de esa realidad más o menos alterada, sino que también se hacen eco del estrambote que aportan, con o sin careta, ciudadanos de a pie con un móvil en las manos.
Ese es el mayor problema: en el ámbito del fútbol se habla demasiado, hablan demasiados, forjando una imagen distorsionada, no ya de lo que debiera ser, sino de lo que es ese mundo que mueve tantos y tan variados intereses. También que, ahora, gracias o por culpa de los potentes medios técnicos, es casi imposible, por más que se escondan los labios tras la cortina de las manos, es imposible ocultar lo que se dice sobre los terrenos de juego y la vieja y absurda consigna de que "lo que pasa en el campo se queda en el campo" se está viendo superada un día sí y otro también.
Pero, a lo que íbamos, en esos terrenos no está representada la sociedad que los mantiene. No existe en ellos la tolerancia de la que, afortunadamente, han hecho gala los españoles en estos últimos años. Nadie se atreve a dar los pasos que, en una fábrica, una oficina o cualquier centro de trabajo se van haciendo normales. En España, al menos en el fútbol de élite, ningún jugador, al menos que recuerde, se ha atrevido a dar el paso de salir del armario, haciendo pública su opción sexual si ésta no es la que podría esperarse de ellos. Únicamente, un árbitro de categorías inferiores se atrevió a darlo y, hacerlo, le salió caro, porque, al margen de si cumplía bien con su cometido, se vio sometido a tal persecución que se vio obligado a abandonar.
Y es que parece que, en ese mundo, el que más grita, el más bruto y el que más ruido hace es quien acaba imponiendo la norma y que nadie, salvo que no hacerlo implique grandes pérdidas económicas, persigue a los energúmenos. Tanto es así que, en los estadios, los gritos racistas, el machismo y, en general, cualquier otro tipo de intolerancia está más consentida de lo que lo estaría de puertas afuera del estadio.
El sábado, un jugador del Atlético de Madrid, un jugador nacido en democracia, supongo que, al menos, con estudios primarios, se enfrentó con su rival, Cristiano Ronaldo, al que, se supone que, para ofenderle, llamó maricón en el terreno. Lo más curioso es que el "incidente" se ha conocido porque el propio Cristiano lo comentó con sus compañeros, así como lo que respondió a su rival: "sí, pero soy millonario", lo que no deja de ser una tontería por otra tontería.

Hoy hemos sabido que, Arcópoli, asociación LGTB que fundamentalmente apoya a quienes sufren agresiones por su condición sexual, ha pedido a la Liga de Fútbol que investigue los hechos. Y me parece muy oportuno que lo haga. Basta ya de esconder estos miserables comportamientos. Quizá así los jugadores se atreverían a, en lugar de inventarse matrimonios "postizos" como hacen políticos y cantantes, dar el paso de "salir del armario" para que deportes como este salgan, no ya del armario, sino de la caverna antidemocrática en que hoy, con nuestro consentimiento, se mueve.

lunes, 21 de noviembre de 2016

CULTURA DE PARTIDO


Si hay algo que distingue a los seres humanos del resto de los animales, aunque algunos llegan a sentirla, es la piedad, ese rasgo del comportamiento que, a mí, por ejemplo, me enternece cada vez que lo descubro en una mirada, en un abrazo o en una mano que se tiende a quién lo está pasando mal. Un rasgo que, por más que me esfuerzo, no llego a recordar en Felipe González. ni siquiera en aquel Felipe de las primeras horas que llegó a enamorar a muchos españoles.
Por el contrario, González siempre ha hecho gala de todo lo contrario, mostrándose frío y severo en ocasiones en que otros, yo al menos, nos hubiésemos deshecho. Esa actitud, la del ex presidente, que, en ocasiones, puede llegar a ser una virtud, se vuelve odiosa cuando es innecesaria y desmedida. Se ve que la edad, las nuevas amistades y haber soltado amarras con la gente normal y corriente, la que hace años que no viaja, la que pelea cada mes por pagar sus recibos, la que no tiene amigos en la lista Forbes, ni sale a pesar o a navegar en un yate, la que mata los lunes y el resto de la semana al sol, si es que lo hay, porque, en aras del progreso y del bien del país, cerraron su fábrica, le han endurecido aún más y nos muestran ahora un Felipe muy distinto del que llegamos a admirar.
No sé si acierto al pensarlo, pero tengo la impresión de que apenas queda nada de aquel encantador de serpientes que nos llenó de fuerza e ilusión un día. Hoy, por más que me esfuerzo, sólo soy capaz de ver en el líder que admiré soberbia, vanidad y furia, una furia ciega e innecesaria que no le deja ver la realidad y que acabará de llevarle a la destrucción de un partido que, con él, fue grande y que, ahora y también con él, se ha puesto en la senda de su propia destrucción.
A nadie se le escapa que, para González, la gente de la que se rodea y se ha rodeado es de usar y tirar. No conozco a nadie más pagado de sí mismo ni con más desapego hacia los suyos. No hay más que pararse a contemplar el camino que ha recorrido y verlo sembrado de los cadáveres de los que un día fueron sus colaboradores o incluso sus amigos. Pero, esta vez, Felipe se equivoca. Ha medido mal el golpe y se ha embarcado en una aventura, la de quitar y poner en el partido que un día lideró y para el que fue el gran referente, que, de momento, no ha hecho más que abrir una enorme vía de agua, por la que se escapa la ilusión de los militantes y la confianza de los votantes.
A Felipe González y, por desgracia, a su partido les ha perdido esa mezcla de vanidad y pereza que le lleva a pretender dirigir el debate, sin participar en él más que de cuando en cuando. Por ejemplo, cuando en aquella entrevista para la SER, a punto de tomar un vuelo para quitarse de en medio en Chile dio el pistoletazo de salida para el asalto al Comité Federal que acabaría apeando al secretario general Pedro Sánchez, sin otra alternativa que el nombramiento de una gestora manejada a distancia desde Sevilla por su discípula más adelantada, Susana Díaz, evidenciando que lo único que importaba era que el PSOE abandonase cualquier acercamiento a posiciones de izquierda y hacer presidente al candidato del IBEX 35, dijese lo que dijese González el jueves en Sevilla.
Pero al vanidoso Felipe, al soberbio Felipe, no le bastó con ser pieza fundamental en la operación. A Felipe, el cuerpo le pedía, no sólo tener el cadáver de Pedro Sánchez, sino que, además, necesitaba profanarlo y exhibir sus despojos ante todos. Y lo hizo la semana pasada en Sevilla en un acto que no parece otra cosa que una operación de apoyo a su protegida, seriamente perjudicada en su imagen por la fratricida operación. Y Felipe tomó la palabra en ese acto para insultar -no se me ocurre otra forma de llamar a lo que hizo- al derrotado Pedro Sánchez. Y allí, en su tierra y ante sus fieles, además de llamarle mentiroso, como ya había hecho en la SER, le acusó de incapaz, "hizo lo que sabía, pero no sabía", dijo y de no tener "cultura de partido", sin caer en la cuenta de que hablaba de la misma persona a la que él y sus amigos propusieron como candidato a las generales, el mismo que, por primera vez, fue elegido secretario general por la militancia socialista. 
Nunca he militado en ningún partido ni en dada, ni quiero hacerlo, pero entiendo que una pieza fundamental en esa "cultura de partido" de la que habla González es la de respetar al secretario general y su programa electoral, más si ha sido elegido democráticamente y por todos. Tampoco le vendría mal recordar, a este "abuelo cebolleta" y enredón, aquello de que no se puede pretender tener siempre razón, sólo por haberla tenido.

viernes, 18 de noviembre de 2016

MANTENIDOS


Un día más me veo obligado a repetir aquello que decía Santiago Carrillo a propósito de Alberto Ruiz Gallardón, pero que les encaja como un guante a cualquiera de los muchos dirigentes de la derecha que, con unas cuantas frases, un par de gestos y una vestimenta más o menos informal, pretenden hacerse pasar por progresistas, "no conozco en el PP a nadie que no sea del PP". Pues bien, yo, a la sabia deducción de don Santiago, añadiría esta advertencia: ojo con quienes desde el PP pretenden hacerse pasar por "progres", porque esos son los peores.
Cristina Cifuentes. presidenta de la Comunidad de Madrid, es uno de esos personajes. Escondida tras su fama de rebelde y republicana, su aparente simpatía y si saco de buenas palabras, esta señora fue el recambio elegido por Mariano Rajoy para desalojar a la saga que Esperanza Aguirre había instaurado en el gobierno y el partido en Madrid. Todo muy bonito, muy moderno, todo menos rancio que con la condesa, todo acorde con la necesidad de aparentar que se cerraba una etapa muy negra de la historia madrileña, pero todo falso y provisional, porque no ha tardado en caerse la capa de pintura con que se enlucieron las viejas estructuras, para comprobar que, efectivamente, la señora Cifuenets es la misma que estuvo al frente de la Delegación del Gobierno en Madrid, la que autorizaba y prohibía marchas y concentraciones, la que tenía a sus órdenes a las fuerzas policiales, la que no combatió sus excesos y la que impuso multas disparatadas a personas identificadas las más de las veces al azar, siguiendo una estrategia que perseguía asustar a la gente para desmovilizar a quienes protestaban contra los recortes con que su partido estaba sacando a España del siglo XXI.
Pero, como es sabido, no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y los fuegos artificiales de Cristina Cifuentes se están quedando en el humo que son apenas y raro es el día en que los anuncios de sus presuntos logros no son desmontados por la contumaz realidad que la desmiente, porque ni son proyectos suyos las viviendas sociales que dice haber construido, ni se han creado plazas escolares reales, ni han adelgazado las listas de espera sanitaria ni se crean los puestos de trabajo de que tanto presume, porque esos mal llamados puestos de trabajo no son más que contratos indecentes que niegan el futuro a quienes se ven obligados afirmarlo. En fin, humo maloliente y triste.
Quizá por eso, ayer se vio siguiendo los pasos de su odiada Esperanza Aguirre fabricando un leviatán un enemigo, al que acusar de los males de quienes, para nuestra desgracia, tenemos nuestro destino en sus manos. Y la señora Cifuenets renunció a los desleales y codiciosos catalanes, para, siguiendo la estela del ya casi olvidado Durán Lleida, acusando a los andaluces poco menos que de mantenidos.
Vino a decir la presidenta que, de no ser porque los madrileños ponemos tres mil millones de euros de nuestros impuestos para pagar la sanidad y la educación de los andaluces otro gallo nos cantara, algo tan falso y perverso como el personaje que lo dice.
Parece mentira que quienes tanto hablan de la unidad de España, los que a cada momento se envuelven en la bandera tengan tan poco respeto por los españoles, por TODOS los españoles. A la presidenta se le olvida lo que cuesta y quien paga Barajas, lo que han costado las cercanías o las carreteras y autopistas. También se le olvida que, si Madrid recauda más, es porque la mayoría de las grandes empresas tienen su sede y cotizan en Madrid y que, si hay más puestos de trabajo, es porque aquí están los ministerios y la mayoría de las sedes de los organismos públicos nacionales e internacionales.
Pero no, eso se le olvida. Prefiere caer en el vicio de pensar en los andaluces como en mantenidos, quizá porque la idea que tiene de Andalucía es la que se hace desde una toalla o una hamaca en una playa de Punta Umbría. Una idea equivocada, en absoluto tan real como la que, afortunadamente, los mantenidos andaluces y el resto de españoles se están haciendo de ella. 

jueves, 17 de noviembre de 2016

AJUSTES DE CUENTAS


El de ayer quedará para la historia de la política española como aquella noche de los cuchillos largos, aquellos terribles días con sus respectivas noches, en los que las tropas de asalto de Hitler acabaron con la vida de todo aquel que pudiese hacer sombra o poner en peligro el poder unívoco y absoluto que el delirante dictador necesitaba para cumplir sus planes.
Ayer, por ejemplo, en el grupo socialista del Congreso, se comenzaron a ejecutar los edictos firmados por la Gestora del PSOE, claramente inspirada desde el Palacio de San Telmo, en las cercanías del sevillano Parque de María Luisa, para castigar a aquellos diputados díscolos que, obedeciendo a su conciencia, votaron NO a la investidura de Mariano Rajoy para esta presidencia en la que, a pesar de sus buenas palabras, sigue haciendo de las suyas y amenaza ya con más recortes y dolor para nosotros los españoles que, en esta ocasión, no le premiamos dado la mayoría absoluta.
Es de suponer que el brazo ejecutor de este castigo haya sido el portavoz Antonio Hernando, pero nos tenemos que conformar con suponerlo, porque dejó sola ante el peligro y los micrófonos a su segunda en el grupo, Isabel Rodríguez, a la que también toco lidiar con el "digo Diego" del digo de Hernando que horas antes justificó hasta el absurdo una segunda abstención socialista para, esta vez, "premiar" a Jorge Fernández Díaz, reprobado como ministro por todos los grupos menos el suyo, con la lujosa presidencia de la Comisión de Exteriores.
No me extraña la ausencia de Antonio Hernando, porque en menos de un mes se ha convertido en el más torpe y felón de los diputados, una especie de robot sin moral ni pensamiento que únicamente actúa con el correspondiente software, intercambiable y reprogramable.
Ajuste de cuentas, aún incompleto, dentro del grupo socialista y ajuste  de cuentas con el ex ministro de la porra, los enredos, las conspiraciones y la ley mordaza, que recibía con "santa" indignación el veto con freno y marcha atrás de PSOE y Ciudadanos, casi al mismo tiempo que la justicia absolvía, muchos meses después, al concejal madrileño Guillermo Zapata que, pese al empeño de Fernández Díaz, nunca debió ser juzgado y al que, juzgarlo, nos ha costado cien mil euros s todos los españoles.
Zapata, "podemita" señalado, había sido objeto de una terrible persecución y acoso mediático, no por aquellos torpes tuits irrespetuoso con el dolor de las víctimas del terrorismo, sino porque constituía un flanco débil en el que golpear al ayuntamiento de Carmena.
Y se emplearon a fondo, porque, si algo tiene el PP y aquellos a los que sirve es que con Podemos no caben las componendas, los pasteleos que, como el acuerdo firmado con el PSOE de Hernando y con Ciudadanos, sólo fueron denunciados por los recién llegados al Congreso, con tanto éxito, que, al final, forzaron la rectificación de tan vergonzante postura de los socialistas y los de Rivera.
Sin embargo, ojo, porque Podemos no es un oasis de Paz ni, mucho menos, de buenas maneras, porque Ramón Espinar, flamante vencedor de las recientes elecciones internas en Podemos Madrid, ya se ha encargado denunciar a los cuatro vientos que, haciendo valer su poder, que no su derecho, va a "liquidar" a quienes fueron sus rivales en esas elecciones. Triste, muy triste, porque yo pensé que Stalin había muerto dos años antes de venir yo al mundo y bastantes décadas antes de que lo hiciesen Pablo Iglesias y la mayoría de sus compañeros.
Tristes, muy tristes, todas estas cazas de brujas, todos estos cuchillos largos, todos estos ajustes de cuentas, salvo el merecido de Fernández Díaz, pero especialmente el que el intrépido Ramón Espinar está llevando a cabo en Podemos Madrid. La verdad, no lo esperaba.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

POCAS LUCES


Rosa tenía 81 años y una pensión de mierda, una pensión que no le daba para pagar el recibo "de la luz" que le hubiese permitido iluminar su casa o mantenerla caliente. A Rosa, por eso, por no tener una pensión suficiente, por no tener otros recursos, la habían condenado a muerte, a una muerte civil, en la que, poco a poco, la fueron sacando de ese paraíso en el que inconscientemente vivimos, hasta que un revés de la suerte o la codicia de unos pocos nos expulsa de él.
Rosa, quién lo sabe, quizá votó alguna vez por alguno de esos partidos que sientan en los consejos de administración de ñas empresas que nos suministran el agua la luz o el gas, imprescindibles hoy, no ya para vivir dignamente, sino, simplemente, para vivir.
A quienes vivimos con una cierta comodidad, la que nos da poder abrir un grifo y que por él salga el agua para cocinar, fregar los platos o lavar nuestra ropa y asearnos los que, pulsando un interruptor, hacemos la luz en nuestras habitaciones y tenemos enchufes para conectar neveras, cocinas, estufas o braseros, teles y radios i, en el mejor de los casos, ordenadores, nos cuesta creer que hay hogares en los que nunca pasa eso, hogares en los que no suena el timbre de la puerta tras la que se esconde la más terrible de las desolaciones, la oscuridad.
El hogar de Rosa era el de una anciana que, muy probablemente, vivió tiempos mejores. En él había fotos o grabados colgados de las paredes y cortinas en las ventanas y balcones. Los muebles, aunque no parecían especialmente lujosos, si eran los suficientes para una vida relativamente cómoda. Pero faltaba la luz, esa luz de la habitación o el pasillo que nos permite levantarnos en las noches tristes de insomnio, esas noches en las que recordamos lo que fuimos o pensamos en lo que podríamos haber sido, faltaba la luz que nos ayuda a buscar las zapatillas y nos permite hacer una infusión para calmar nuestra ansiedad y, por eso, Rosa tuvo que recurrir a las peligrosas velas con que nos iluminábamos cuando no teníamos tantas cosas que echar de menos y lo poco que teníamos no era tan combustible.
A Rosa, con ochenta años de una vida que, como casi todas, seguro que había sido útil. le privaron de todo eso y la habían dejado sola con su dolor y con su vergüenza, porque, no lo olvidemos, a quienes se quedan en las circunstancias de Rosa, las que se ven obligadas a descender de golpe un escalón en las estadísticas y no tienen ya posibilidades ni fuerza para cambiar de situación, les da vergüenza pedir ayuda, porque les da vergüenza que pueda llegar a saberse lo mal que lo están pasando.
Tanta vergüenza como les falta a esos políticos que, años después de hacernos creer que estaban con nosotros, se contagian del lujo que conlleva el poder y se alejan de quienes sufren, de quienes, un día, les llevaron a ser lo que fueron, y sientan su augusto culo en el sillón de uno de esos consejos de administración en los que, sin piedad, se decide subir el recibo de la luz y cortar el suministro a quien no pueda pagarlo. Ya lo creo que les falta, porque, que yo sepa, ninguno de los políticos de los que os hablo ha renunciado a su poltrona, ninguno ha abierto siquiera la boca para criticar a quien le paga tan suculentos sueldos.
Todos los años, cuando llega el frío, hablamos de quienes no tienen nada, pedimos que se recoja a los pobres de las calles, les dejamos, al menos en Madrid, que bajen a dormir a los vestíbulos del Metro, para devolverlos otra vez a la calle en lo más frío del amanecer. Pero nos olvidamos de quienes aún no han perdido su casa, pero apenas tienen nada más. Rosa era una de esas personas y estoy seguro de que también como yo, como todos, fue víctima de una de esas campañas "a puerta fría" en la que aguerridos y ambiciosos jóvenes, los otros no valen para eso, tratan de convencernos con engaños de que cambiemos de compañía, en campañas sin ningún tipo de respeto en la que no se tiene ninguna consideración con quienes sólo son clientes que hay que "robar" a otra compañía.
Afortunadamente, existe la justicia poética y la muerte de Rosa ha venido a desenmascarare a Gas Natural Fenosa y al impresentable de Loquillo que intentaban decirnos, en un spot televisivo no apto para diabéticos como yo, que esa compañía puede cambiar nuestras vidas.
Ya lo creo. A la pobre Rosa, la decisión de cortarle la luz hace dos días y la inacción de quien debía haberla defendido, no sólo se la ha cambiado, se la ha arrebatado. Hace falta tener pocas luces para no haber tenido en cuenta que esto podía pasar. Ahora, tendrá que tirar su ñoña campaña a la basura y ponerse a trabajar en otra que consiga convencernos de que su codicia mata.