jueves, 28 de enero de 2016

A TU COSTA



Cada vatio de la iluminación o de la megafonía de sus mítines, cada kilómetro que recorrían sus candidatos para pedirte el voto en tu pueblo o en tu barrio, cada cartel, cada cuña, cada anuncio con el que el PP ganaba, una tras otra, las elecciones, tenía algo de ti, aunque nunca les votaste. En cada uno de esos elementos de sus campañas había un rincón del patio del colegio de tus hijos, la pizarra, pantalla de un ordenador o un pupitre.
Del mismo modo estaban las gasas y jeringas que se escatimaban en tu hospital, las vacunas que racaneaban a los niños y ancianos, los baches de cada carretera, la basura esparcida por tus calles, los autobuses que cada vez tardaban más en pasar, las colas ante las ventanillas para pedir cualquier papel, os enfermos en los pasillos de los hospitales, los polideportivos sin material ni monitores, los jardines descuidados y sucios... Todo eso, todo está en el lujo y el despilfarro de cada campaña, de cada elección, en los canapés, las copas y las comidas.
Todo eso es lo que está poniendo al descubierto la "Operación Taula" que tan impecablemente están llevando a cabo el Tribunal Superior de Justicia de Valencia y la Guardia Civil. Toda la mierda oculta durante tantos años en los ayuntamientos y ciudades que ha gobernado el PP dopado con el dinero robado a todos los ciudadanos, todos esos sobrecostes consentidos, si no pactados, de los que una parte iba a parar a las arcas del partido o a los bolsillos de los consentidores, todo acabará por salir a la luz y, con suerte, con mucha suerte, llevará a la sombra a los responsables.
Han sido demasiados años de barra libre, primero con la orgía de recalificaciones que, gracias a la ley del suelo de Aznar acabó con el encanto del paisaje rural de Valencia, las huertas y los naranjales para sembrarlo de apartamentos vacíos o de esqueletos de edificios inacabados, deteriorándose al sol del verano, como aquellos decorados de las películas de Samuel Bronston que. como fríos fantasmas, daban testimonio de que un día Madrid quiso ser la nueva Roma, el Hollywood europeo, como ahora esas urbanizaciones y bloques abandonados dan fe de un día Valencia quiso ser la Riviera del pobre y se quedó en cementerio de vanidades y cemento.
Cuando acabó el sueño del cemento y las recalificaciones, muy propio de las mafias, como bien saben en el sur de Italia, se buscó una nueva fuente de ingresos, un nuevo huerto que cavar, en el campo de las adjudicaciones y las contratas, aceptando cínicamente ofertas insostenibles de empresas amigas, con el acuerdo secreto y deshonroso de revisar el precio una vez concedido o consentir que quien se queda con ellas, normalmente unas siglas sin trabajadores, se deshagan de las verdaderas plantillas, siempre las mismas, para obtener el beneficio y la mordida que, como donativo o en especie, llegará de nuevo a los bolsillos de los consentidores o a las arcas de su partido.
Un mecanismo tan elemental que les cuadra a la perfección a personajes tan zafios como Alfonso Rus o Rita Barberá, un mecanismo que sólo es posible con el silencio de funcionarios y oposición y que, ahora ha quedado sobre la "mesa", convirtiendo a personajes todopoderosos en apenas una mueca en el asiento trasero de un coche policial.

Demasiado boato a tu costa para que, ahora que lo sabes, sigas creyendo que eres como ellos y que han venido a bajarte los impuestos y a librarte de los parásitos que el Estado de Bienestar alimenta con tus impuestos. Ahora ya lo sabes, ahora no puedes decir que no sabes que han sido ellos los que han vivido, hecho y deshecho a tu costa.

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