viernes, 22 de enero de 2016

RAJOY EL INDOLENTE


Escuché hace poco como alguien señalaba, en una tertulia radiofónica, la indolencia como una de las características de la personalidad de Rajoy. Y, la verdad, no podía estar más en lo cierto, porque el indolente, según la Real Academia de la Lengua Española es, en sus tres acepciones, el que no se afecta o conmueve, el perezoso o el insensible, el que no siente el dolor, especialmente el dolor ajeno demás, añadiría yo. Y lo cierto es que esas tres características encajan muy bien en el personaje.
Rajoy, capaz de encajar sin apenas inmutarse el tremendo zurdazo de un joven y descerebrado o de aguantar con aplomo y fair play la broma pesada de una emisora catalana, es también de los que creen que el tiempo está de su parte y de dejar que las cosas, por muy graves que sean, acaban por solucionarse solas y eso que, vistos algunos resultados, podría considerarse una virtud, puede ser que en realidad sea sólo pereza y falta de ánimo.
Pero la primera acepción del que siente esa indolencia, la del que no se afecta ni conmueve, es la que mejor le cuadra a éste y a otros muchos gobernantes, gentes que se esfuerzan en alcanzar el poder y que, una vez que lo consiguen, se olvidan, si no de todos, sí de la mayoría de quienes le rodean o están por debajo de él. Cómo, si no, pueden Mariano Rajoy o Felipe González mostrarse insensibles y lejanos ante el dolor de quienes han perdido el trabajo, la vivienda y, muchas veces, la capacidad para dar de comer y vestir a sus hijos.
La indolencia de Rajoy es de proporciones bíblicas. Tanto que a veces no sé si lo suyo es únicamente indolencia, es estrategia o es pasmo, porque demasiado a menudo, no hay más que ver sus gestos, lo que aparenta es haber quedado tan pasmado como aquel Felipe IV que tan magistralmente interpretó para el cine Gabino Diego.
Pasmado debe estar Rajoy en su despacho, "a verlas venir" que diría un castizo, sin siquiera levantar un teléfono, que sepamos, para llamar o contestar a nadie que pueda darle esos apoyos que necesita para salir investido del pleno del Congreso, quizá porque tal interlocutor no existe ni existirá a corto plazo. Únicamente, otra vez que sepamos, levantó el teléfono para atender a quien creía el president de la Generalitat de Catalunya y lo hizo con la jovialidad o el "dinamismo", que diría mi madre, de quien por fin recibe la llamada que esperaba.
Sin embargo y no sé si por la sorpresa o por el talante, Rajoy no se mostró especialmente contrariado o, mejor dicho, cabreado, quizá porque ya esté resignado a que, en adelante, no sean muchos los que le tomen en serio, una difícil situación por la que no me gustaría pasar, porque, difícilmente, su futuro, fuera del Gobierno y quizá de su partido, se parecerá al de Aznar, González o, incluso, Zapatero. Y es que su caso es especial y lo es porque no deja nada especial a sus espaldas. No fue, como Aznar, el lacayo imprescindible para dar cobertura a una canallada como la segunda guerra de Irak, al que los buitres de las empresas de armamento y del petróleo, regalan un retiro dorado, agradecidos por los servicios prestados. Tampoco es el prestigioso entonces Felipe González, adalid de la refundación de la Unión Europea o del acercamiento de ésta a Latinoamérica o dejó tras de sí una revolución social como la de la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, que colocó a nuestro país a la vanguardia de las conquistas sociales.
Rajoy, por el contrario, se ha limitado a recibir y poner en práctica las instrucciones recibidas de la troika y los mercados. Rajoy se ha limitado a ser el matarife que, limpiamente, ha acabado con la calidad de vida de los trabajadores y de una gran parte de la clase media española, dejando en su lugar un enorme vacío, una brecha insalvable para las próximas generaciones.
Rajoy no es como sus antecesores. Rajoy, al que le queda por pasar el difícil trago de recibir en el debate de Investidura, una tras otra, las bofetadas morales de los dos tercios de la cámara que no le quieren, bien podría pasar a la Historia como Rajoy el Indolente.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

El incompetente...

Saludos

Anónimo dijo...

Mejor ir al grano y llamar a las cosas por su nombre: Rajoy el Psicópata. Quien no se conmueve por nada y por nadie, a quien todo le resbala, que carece del menor sentido de la empatía ante el dolor de los demás y solo otorga importancia a su exclusiva persona no es más que un psicópata, un humanoide sin alma, y está por ver si con cerebro y sangre.