miércoles, 10 de febrero de 2016

SANTA RITA RITA...


Es la encarnación de la zafiedad y el desprecio con el que el PP ha tratado, no sólo a sus adversarios, sino a los ciudadanos, todos, allá donde y cuando ha disfrutado de mayorías absolutas. Mal encarada y soez se ha comportado como si su tiempo no fuese a acabar nunca y, como no podía ser de otro modo, se ha rodeado siempre de personajes de su misma catadura moral y con sus mismos modales.
No hay más que ver a su número dos en el ayuntamiento durante años, Alfonso Grau, el de aquel "porque no me da la gana", hoy abandonado a su suerte en medio del caso Noos, mientras su "jefa" se esconde tras los visillos de su casa de Valencia a costa de los impuestos de todos los españoles.
Esta señora que, como su colega de Alicante, pasó del periodismo a la política llevaba veinticinco años en el cargo hasta que su partido, flotando en corrupción y despilfarro, se dio una "hostia", como ella misma calificó los resultados, en las últimas municipales. Fue la hostia que propició la llegada al gobierno del Ayuntamiento de Valencia de una oposición renovada y fuerte, capaz, esta vez sí, de unir sus fuerzas para desalojar a quienes durante un cuarto de siglo habían convertido la ciudad de Valencia en un "negociete" del que durante años ha salido una parte importante de la financiación de la maquinaria que ha llevado al Partido Popular a ganar una y otra vez las elecciones.
Se dieron la gran hostia y, como se temían quienes consideraban ese ayuntamiento como una empresa nacional, la llegada de aire fresco a sus despachos ha abierto de par en par, armarios, cajones y la conciencia de más de un funcionario, cansado ya de ver oír y callar ante tanto desprecio a lo que era y es de todos los valencianos. Por eso, la señora cargada de pulseras y collares que llevaba veinticinco años pisando las alfombras de la alcaldía, no tardó ni un segundo en salir del edificio que esconde ese pasado inconfesable, ya judicializado, por el que durante tanto tiempo campó a sus anchas.
Pero Doña Rita, que, como el resto de la dirección de su partido en Valencia, tanto había hecho para que Aznar y Rajoy se afianzasen en los despachos de la sede de la calle Génova no podía marcharse a su piso sin más, a mirar la calle tras los visillos, y tampoco podía permanecer como simple concejal en el ayuntamiento, para que le sacasen los colores, y los papeles, un pleno detrás de otro pleno, hasta el aburrimiento. Por eso "el séptimo de caballería" del PP acudió rápidamente al rescate.
Y ese rescate consistía, como siempre, en cubrir a la dama en apuros con el manto de cuantos fueros fuese posible. Por eso, en cuanto se constituyeron las cortes valencianas, se le proporcionó el acta de senadora, una especie de salvoconducto que la sacaba de la rueda infernal del cerco judicial, allá en Valencia, para garantizarle que su caso se vería en el Supremo, donde, como diría Winston Churchill, tantos tienen tanto que agradecer a tan pocos. Un fuero, el de la senadora Rita, que quedó doblemente abrochado, al incluirla en la diputación permanente de una cámara que apenas ha pisado, con lo cual, ni la disolución del Senado por la convocatoria de unas nuevas elecciones le privaría de sus privilegios procesales.
Una farsa, esta del fuero, que, no sólo beneficia a tan fallero personaje, sino que protege al partido y a sus dirigentes, que pueden "presumir" de que no hay nada contra Barberá, cuando saben de sobra que el hecho de que la ex alcaldesa no haya sido "tocada" por el juez de Valencia obedece a que, hacerlo, obligaría a enviar todo el asunto investigado y futuras actuaciones al Supremo, con el consiguiente retraso de la causa.
Una postura indefendible, la de los dirigentes del PP, que es en sí misa un insulto a la inteligencia, porque nadie en su sano juicio creería que en un ayuntamiento en el que todos los concejales del partido que gobierna están imputados por blanqueo de dinero negro, el de las mordidas, la alcaldesa está limpia de polvo y paja. Así que ya puede encomendarse la aforada Rita a su santa, patrona de los imposibles, porque mucho me temo que acabará luciendo sus joyas en un banquillo del Supremo y quién sabe si su bolso de Louis Vuitton acabará sirviendo para transportar su ajuar a alguna celda. Y, mientras tanto, en Génova 13, con la boca pequeña le piden que dimita, mientras encienden velas para que no abra la suya y su desagradable voz atruene en algún juzgado para contar los secretos de la "familia" popular.



1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Ciertamente es un insulto a los ciudadanos...

Saludos