Aunque, por edad, la serie de los pitufos me pilló
mayorcito, su inevitable hora de emisión, en la sobremesa de los sábados, creo,
me permitió conocer a alguno de sus personajes como el malvado Gárgamel. Por
eso no puedo evitar sentirme como un pobre pitufo del montón cada vez que
aparece nuestro particular malvado que no es otro que el mago de las cuentas
del Estadio, que encarna a la perfección en gestos y maneras al malo de la
serie.
Llevábamos tiempo sin verle, lo hacíamos en su laboratorio
fabricando "putaditas" y preparando "paralelas" para los
malvados actores y metiendo tijera a las pensiones de escritores y creadores en
general, todo, porque no tuvieron a bien seguir el camino de Fernando Sánchez
Dragó o José Luis Garci que cantaban con descaro las excelencias de la
administración popular y denigraban a quienes no lo hacían, mientras se
agarraban con fuerza a la teta de lo público y, en tiempos de tribulaciones
para el cine y la literatura, se mantenían lustrosos y orondos.
Pues bien, el mismo Gárgamel que persigue a los autónomos
hasta la ruina, el que conduce sin piedad a la asfixia y el cierre a todas esas
pequeñas empresas que, durante décadas, se han ocupado de crear empleo y
riqueza en nuestro país, el que, mientras tanto, perdona a unos pocos, los
suyos, sus deudas y delitos con una escandalosa amnistía, ese mismo Gárgamel
reapareció ayer para decirnos que lleva más de un año mintiéndonos, trampeando
las cuentas, tratando inútilmente de engañar a los contables de la Unión
Europea e hipotecando para unos cuantos años más el futuro económico de este
país.
El dueño de las tijeras con las que el PP recortó nuestras
vidas, el que decidió que nuestros mayores tendrían que pagar sus medicamentos,
que nuestros niños tendrían que quedarse sin comedor en sus colegios, que decenas
de miles de universitarios tendrían que dejar las aulas o alargar varios años
su carrera para poder pagársela con su trabajo, ese mismo, el que nos dijo que
era para nuestro bien, para limpiar nuestras cuentas de vagos y gorrones, ese
mismo, tuvo que reconocer ayer que llevaba meses ocultando los datos reales de
nuestros dineros.
Pero, como hacen los canallas y los cobardes, junto a esas
cuentas que revelan el fracaso y la mentira de un gobierno que en estos cuatro
años ha tratado sin piedad a los más débiles, mientras se entregaba a los
poderosos, nuestro particular Gárgamel sacó la lista de los culpables, desde la
Seguridad Social, la que paga las pensiones y los subsidios, las comunidades
autónomas, especialmente las que están en manos de los enemigos de su partido
y, cómo no iba a hacerlo un miserable como él, los enfermos de hepatitis a los
que, por la imparable presión social, su gobierno se ha visto obligado a
regañadientes a financiar el tratamiento.
No se acordó este Gárgamel en funciones de añadir a la
lista, la rebaja en el IRPF con la que. una vez más y casi lo consiguen,
intentaron engatusar a los electores, clavándoles su anzuelo en medio de su
egoísmo insolidario. Tampoco incluyó la ineficacia de su ministerio, escaso,
por no decir castrado, de inspectores, sesgadamente incapaz de perseguir los
grandes fraudes, los de los que más tienen, y volcado en revisar céntimo a
céntimo las cuentas de los humildes. Mucho menos apuntó a la errónea política
de empleo, con una reforma, que prima el despido salvaje y los contratos
miserables, frente a la creación de puestos de trabajo bien remunerados, que
son los que llenarían las mermadas cuentas de la Seguridad Social.
Un Cristóbal Montoro en funciones, el peor ejemplo de lo que
debería ser un servidor del Estado, se nos mostró ayer, genio y figura, en toda
su bajeza, para, aunque no lo pretendía, demostrarnos de una vez que su
gobierno, plagado de gargamels como él, ahora en funciones, no ha cumplido nada
de lo que prometió a los ciudadanos, sino que, más bien al contrario, se aprovechó
de su egoísmo para beneficiarse a sí mismo y a los suyos. El gobierno del PP,
cazado ya, con pruebas y confesiones, en financiación ilegal, pretendía y aún
pretende, con su campaña dopada, mantenerse en el poder para seguir maquillando
las cuentas y atribuyendo la funesta marcha de nuestra economía a la
"herencia recibida". Nada más lejos de la realidad, porque, para
herencia, la que les quedará a quienes formen, si lo consiguen un gobierno que
intente librarnos de los desmanes de tantos gargamels como ahora hay en
funciones.
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