Entre las efemérides de hoy lunes 9 de mayo, está la de la firma de la entrada de España en el Mercado Común, entonces, y veintiséis años más de la proclamación de la denominada "Declaración Schuman", que,
inspirada por los franceses Robert Schuman y Jean Monnet, puso las bases para
lo que hoy es la Unión Europea, pese a que lo que la Unión que hoy conocemos
tenga poco que ver con el sueño de aquellos dos estadistas que vieron en ella
la mejor manera de restañar las heridas de una guerra que hacía apenas cinco
años antes asoló Europa.
No es una fecha redonda, de esas que a los periodistas nos
gusta, en realidad nos viene bien, recordar. Sin embargo, este año coincide con
la intención manifestada por Austria de levantar fronteras físicas con Italia,
para impedir que quienes huyen, no de Siria o de cualquier otro escenario de
guerra, sino de la muerte, la injusticia y la imposibilidad de construir una
vida en libertad. También coincide con la certificación hecha ayer por el
parlamento griego de que sus ciudadanos, como nosotros mismos, son europeos de
segunda, buenos camareros, buenos haciendo camas de hotel o cocinando, buenos
quizá enamorando turistas de uno y otro sexo, pero no merecedores del bienestar
que les prometieron para atraerles al círculo de las estrellas.
De aquel sueño que fue creciendo poco a poco, primero como
comunión de intereses comerciales, casi como cooperativa de países, después
como un proyecto de federación de países que hicieran del continente una
especie de Estados Unidos de Europa, potente, influyente y rica, capaz de
competir con los del otro lado del Atlántico. Un sueño posible y atrayente,
mientras el muro, el telón de acero, como fue llamado en plena guerra fría,
cruzaba el continente, de norte a sur, como una cicatriz.
Pero el muro cayó y todos vimos que al otro lado apenas
había nada y el gran capital y quienes le han servido siempre ya no tuvieron
motivos para disimular, la Europa "roja", la del Este, paso de ser
una vieja y misteriosa enemiga a convertirse en mercado y los estados de este
lado pasaron de fabricar aviones y carros de combate con los que atacarles o
con los que defendernos de quienes estaban al otro lado, nuestros siniestros
vecinos, a fabricar coches, televisores y todo tipo de electrodomésticos para
vendérselos.
Por eso, la vieja Europa "improvisó" una
precipitada entrada de esos países del Este, muy al gusto de Alemania que
siempre se sintió un poco sola en la Europa de los seis o de los doce, por eso
se hizo la vista gorda ante gobiernos y constituciones no suficientemente
homologadas y por eso ha sido por ese flanco que se ha descosido el traje de
una UE engordada precipitadamente.
Desde hace un año, los pecados de hipocresía de esta Europa
que, junto a los Estados Unidos, dice combatir a los regímenes tiránicos y lo
dice, presuntuosa, con grandes gestos, mientras cierra a cal y canto sus
fronteras a quienes padecen las consecuencias de la vampirización de los pozos
de gas y de petróleo, esta vieja Europa es incapaz de ofrecerles una esperanza
de vida, sólo frío, barro y hambre, a las puertas del paraíso.
Una vieja Europa, que se ha vuelto avara y desconfiada, que
esconde sus riquezas en los armarios, en los cajones, envueltos en retórica,
himnos y banderas, mientras a sus puertas lloran los niños y tras de ellas
crece la desigualdad y se alimenta el odio. Una vieja Europa en manos de la
banca y las grandes multinacionales que se comen nuestro bienestar y nuestra
felicidad para defecarlos en las letrinas de los paraísos fiscales, desde donde
alimentan nuevas crisis y nuevas guerras. Una vieja Europa que ha pasado de
sueño a pesadilla, convenientemente alimentada con el egoísmo insolidario de
gobiernos elegidos con nuestros votos. Una Europa que hoy se escribe con E de egoísmo.
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