jueves, 23 de junio de 2016

EL CATÁLOGO


Entre las muchas sorpresas que nos ha dejado esta campaña, vídeos, chistes, canciones o debates, hay una que lo ha vuelto todo del revés, algo que, como a esos abrigos de los abuelos en el pueblo a los que se les ha dado demasiado la vuelta y ya no aguantan una compostura más, ha dejado en evidencia toda la podredumbre del sistema, en especial la de un partido, el PP, que encarna a un tiempo los peores vicios de esta democracia y del antiguo régimen.
Ese nuevo elemento que ha aparecido en la campaña es un catálogo y no es el que al modo IKEA ha editado Podemos para explicar su programa y los costes de sus promesas. No, el catálogo es el que se contiene en la bomba informativa difundida por el diario Público con la publicación de las obscenas conversaciones de ese buey de la política que es el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, con el magistrado director de la Oficina Antifraude del Parlament de Cataluña, pendiente ya de un cese, que muchos reclamamos también para el ministro.
El que se revela en tan descabelladas conversaciones es un catálogo de las peores marrullerías que se puedan imaginar en la actividad política, más propia de sopranos o corleones que de un ministro y un magistrado de un país que, se supone, vive en democracia desde hace cuatro décadas, un desplegable con los tejes y manejes de que es capaz un gobernante para embarrar hasta la náusea la imagen de sus adversarios políticos.
Entre la panoplia de triquiñuelas desplegada por uno y otro está la apelación hecha, creo recordar que por el magistrado, al grupo Planeta, con medios en prensa, radio y televisión, entre ellos Antena 3 o La Razón, hasta la "gestión" ante la Fiscalía para que "afine" algunos de los asuntos tratados en las conversaciones, ignorantes de que estaban siendo grabadas, vete a saber cómo en tan siniestro despacho. Eso y las prisas indisimuladas del ministro para que algo que puede tardar tres semanas en desarrollarse esté listo para ya porque "es un torpedo bajo la línea de flotación del investigado". Un despliegue de medios por tierra, mar y aire, más que consentido, promovido y provocado por el ministro que, es público y notorio, no duda en poner al servicio de su partido o de su causa medios que el Estado ha puesto a su disposición para la defensa de la ley, que al parecer le importa un bledo, y de los ciudadanos que le importan otro tanto.
Probablemente contaminado por el conocimiento de los arrebatos místicos del ministro que presume de aparcacoches celestial, me lo imagino vestido de cruzado, sucio y sudoroso, conduciendo a la batalla contra el infiel catalán a sus huestes policiales, auxiliado por el magistrado felón que, muy a sabiendas de lo que se juega, le entrega los planos de la fortaleza independentista, señalándole sus pasadizos y puntos flacos.
Lo que no hay que olvidar bajo ningún concepto es que el cruzado Fernández Díaz no ha dado pie con bola en ninguna de sus incursiones en terreno enemigo, porque, por hache o por be, cada campaña que emprenden él o su "policía patriótica" acaba en desastrosas derrotas que, como siempre, acabamos pagando los de a pie, los de abajo. Tampoco hay que olvidar que el ministro buey, siempre dispuesto a embestir, más con su peso que con su cabeza, tiene un pastor para y por el que se mueve. Y ese ministro que, como siempre, se ha enrocado ante la tratada de su ministro y amigo, limitándose a negarlo todo, quién sabe si "salvo alguna cosa", y a esperar que llegue la noche del domingo, en la certeza "mariana" de que el tiempo todo lo cura y sus votantes todo lo perdonan.
A estas alturas y aún estupefacto por haber tenido que escuchar en sus voces lo que siempre había sospechado, mi única esperanza es que quienes como yo lo han escuchado no den su voto a quien se sirve de estas marrullerías, que ninguno de los partidos que ayer se sintieron escandalizados den su apoyo al partidos de Rajoy y Fernández Díaz, por más que se vuelva del revés o se abra en canal y que, claro, el gobierno que se forme tras los necesarios acuerdos tenga bien presente el catálogo de suciedades, el mapa de las cloacas del Estado, desplegado por el ministro para estar vigilantes e impedir que vuelvan a repetirse tamañas aberraciones.