viernes, 10 de junio de 2016

INCREDULIDAD


Sería enternecedor si no fuera terrible, si no nos jugáramos todos tanto en estas elecciones. Es terrible y es penoso, Tanto, que, a veces, tengo que pellizcarme para estar seguro de que lo veo y oigo no es un mal sueño. Y es que me cuesta creer que el partido que más ha gobernado este país en su ya no tan joven democracia se comporte a las puertas de unas elecciones tan cruciales como un mal estudiante que espera el milagro de aprobar sin haber dado un palo al agua, mientras trata de engañar a quienes le rodean y engañarse a sí mismo con falsas esperanzas y un cierto victimismo.
Que me perdone mi amigo Luis si, como dice, me ocupo más de Pedro Sánchez y del PSOE, que es también su partido, y de sus errores, que lo hago de Rajoy y sus corruptos. Creo que no es cierto, pero, si lo fuese, lo haría por una razón práctica o, mejor dicho, por dos. La primera, la de que hablar de lo obvio apenas aporta nada y, la segunda, que tan inútil como eso es la de tratar de convencer a los que ya están convencidos o a los que no se van a dejar convencer jamás.
Creo que Pedro Sánchez, como el coyote persiguiendo al correcaminos, acelera y aparentemente con convicción, pero lo hace en el vacío y sobre el abismo. Pedro Sánchez y, con él, los miembros de su ejecutiva no defienden ya y a la desesperada su programa ni los noventa escaños de diciembre. Pedro Sánchez y los suyos están defendiendo sus carreras políticas y su propia supervivencia laboral, que, de confirmarse los datos de las encuestas, se verán más que comprometidos, porque no es lo mismo salir de una ejecutiva que ha tenido en sus manos el gobierno que de una que ha ido, no lo pueden negar, empeorando resultados, elección tras elección.
Todo en Sánchez es confuso e improvisado. Todo menos su afectación, su tono tan perfectamente estudiado y esa apariencia de yerno modelo con que nos quiere convencer de que él es la solución a nuestros problemas. Lo malo es que no está casado con una hija única y tiene que vérselas con sus cuñados, implacables en la crítica, y que la pose de candidato da apenas para una campaña, incluso para una precampaña, y en este país llevamos ya dos y tan seguidas que no hay imagen, peinado, traje o maquillaje que las aguanten.
La última defensa del candidato socialista que está viendo cómo se confirma su peor pesadilla, que es también la de sus compañeros y que no es otra que la del temido sorpasso -no confundir con la pinza- pese a que ambos términos los esgrimiese Julio Anguita contra un Felipe González en decadencia. es la de la incredulidad y el desmentido, la trinchera desde la que dispara contra los contumaces datos que arrojan unas tras otras las encuestas. No son fiables, dicen coreados por algunos medios y más de un tertuliano. Son de hace un mes, insisten, a sabiendas de que su adversario directo, su pesadilla, que no es otro, Unidos Podemos, superó con creces en las urnas, entonces por separado, los resultados que les daban las encuestas.
Los ciudadanos que les votan, los que en algún ocasión les hemos votado, no les perdonamos ni les perdonaremos el domingo que intentasen imponer un pacto, liberal, conservador y alejado de las necesidades de los ciudadanos, a quienes podían resolver la suma que garantizase la gobernabilidad, pero, claro, Pedro Sánchez tenía una agenda oculta que entonces contemplaba allanar el camino a la gran coalición, una agenda oculta que le va a pesar como una losa el resto de los días que consiga permanecer al frente del PSOE. 
Lo malo es que, cuando desaparezca, que va a ser pronto, va a dejar su partido como un erial, pero lleno de alacranes, porque como les ocurre a quienes se venden como grandes estrellas, pero en su fuero interno conocen de sobra sus limitaciones, ha segado la hierba bajo los pies de quienes osen hacerle sombra. Ahí tenemos, por ejemplo, a Eduardo Madina, su odiado rival natural, al que otra vez ha colocado en las listas en un lugar que, según el CIS, le deja fuera del Congreso. Y ya hay quienes tratan de culpabilizar a los electores por dejar a Madina fuera del hemiciclo, una muy sucia mentira, porque quien le aleja del escaño es el propio Pedro Sánchez.
Al final, en unas elecciones todo es cuestión de fe, pero no de la incredulidad con que los candidatos reciben las encuestas. La que importa es la fe que los votantes depositen en ellos y mucho me temo que para Sánchez sólo hay incredulidad. En mi caso, la incredulidad y perplejidad que me produce ver confirmados mis peores presagios y comprobar que un partido con tanta historia y tanta gloria haya quedado, con la connivencia de sus militantes, en unas manos tan zafias como las de Pedro Sánchez.

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