miércoles, 1 de junio de 2016

NO, SEÑORA, NO


Hace unos días, supongo que el día del Corpus Christi, uno de esos jueves que relucen más que el sol, mientras esperaba el siempre demorado autobús de la línea 35, se me acercó una señora con la hucha con la que pedía para Caritas. No sé si yo tenía cara de pocos amigos o si la buena señora calculó que iba a tener poco éxito conmigo, lo cierto es que, de la media docena de viajeros que esperábamos la llegada del  bus tardón, fui el último en ser abordado y lo fui, debo aclararlo, tímidamente además.
Y acertó de pleno, porque, cuando la señora, sobrepasados ya los sesenta puso delante de mí la hucha, en la que los demás ya habían dejado sus monedas, decliné la invitación con un sonoro, incluso algo altivo, "no, señora, no".
Mi actitud puede parecer gratuita, incluso cruel. Muchos pensaréis que la señora, al fin y al cabo, no hizo otra cosa que pedirme amablemente unas monedas. Y quizá tengáis razón, porque ella nada me había hecho. Y, efectivamente, ella nada me hizo, pero la iglesia, a la que representaba y en nombre de la que pedía, lleva todos los años de mi vida entrometiéndose en mis asuntos, tratando de interferir en mis derechos, en la educación de mis hijos, en la política, en la cultura y hasta en mis momentos más íntimos.
Aún recuerdo aquellas huchas de barro, con la cara de un "chinito", un "indiecitoo", un "negrito" y no sé si un "morito" o un comunista", con las que los niños  de los colegios "de curas" y las niñas de los "de monjas", niños y niñas separados con curas o con monjas, se echaban a las calles, solos o de dos en dos, con sus pegatinas, al asalto de los pobres viandantes que, llenos de entusiasmo unos y más que coaccionados otros, hurgaban en bolsillos y monederos, para ser recompensados, clasismo aquí también, con una etiqueta dorada o plateada, según el importe de la limosna.
Las huchas, como cabezas de niños por convertir, a las que la fe les entraba en forma de monedas por la ranura, las he visto a la venta en alguna almoneda del Rastro. También alineadas como trofeos en un mueble, en casa de un amigo de pensamiento recto, buena familia y mejor posición, alumno, como no, del colegio del Pilar. Un recuerdo de quienes se creían misioneros por un día, viviendo su propia aventura por las calles de Madrid.
Ahora, al no ser festivo ese jueves reluciente y no sólo  por eso, la legión de niños pedigüeños, tiene que ser suplida por estas otras señoras de parroquia que dejan la comida preparada para el marido y los hijos, quién sabe si los nietos, para ganarse el cielo por las calles de su barrio, corriendo el riesgo de toparse con personas tan secas y desagradables como yo. Pobres, no se dan cuenta, o sí, de que, en realidad, para quien piden es para personajes como el odioso arzobispo de Valencia, el cardenal Cañizares que apenas asoma de entre sus ropajes y ornamentos, pero que, cuando lo hace es para destilar ese odio enfermizo, ese pánico que él y la iglesia a la que representa siente por cualquier atisbo de justicia, libertad o, incluso, de felicidad.
No me dio tiempo a explicárselo, pero, si me hubiese dejado, le explicaría a esa señora que apenas quedan ya misiones y que, si las hay, tienen más que ver con las ONG que con la propia iglesia y que lo que menos importa de los hombres y mujeres que hoy se van a África es el hábito, porque, bien lo saben, los que van, lo importante no es luchar por la "fe·", sino hacerlos por la justicia, el desarrollo y contra la enfermedad.
Le hubiese explicado que creo en Cáritas, pero que prefiero que se financie a través de los impuestos que "religiosamente" pago todos Le hubiese explicado que no me gustaría que mi dinero acabase al lado del que sostiene a un personaje tan despreciable, sí, despreciable como el cardenal Cañizares, un tipo de mente enfermiza, que se permite invitar a sus "fieles" a desobedecer las leyes de un estado democrático, porque ni las entiende, ni las entenderá, mientras pone "el cazo" para que ese mismo estado que desprecia le pague rezos, lujos y oropeles.
Tampoco quiero que mi dinero acabe junto al que sostiene organizaciones como una presunta asociación de abogados cristianos que se esfuerza en buscar los traspiés legales a quienes sólo pretenden ayudar a que las mujeres decidan su maternidad, para que el ministro del Unterior, el que condecora imágenes de escayola, las deslegalice, mientras apoyan con entusiasmo a las de signo contrario.
No quiero, señora, que mi dinero quede al alcance de quienes financian autobuses para  llenar las plazas de gente que no quiere que los demás sean libres y felices. No, señora, no