Hace unos días, supongo que el día del
Corpus Christi, uno de esos jueves que relucen más que el sol, mientras
esperaba el siempre demorado autobús de la línea 35, se me acercó una señora
con la hucha con la que pedía para Caritas. No sé si yo tenía cara de pocos
amigos o si la buena señora calculó que iba a tener poco éxito conmigo, lo
cierto es que, de la media docena de viajeros que esperábamos la llegada del
bus tardón, fui el último en ser abordado y lo fui, debo aclararlo, tímidamente
además.
Y acertó de pleno, porque, cuando la
señora, sobrepasados ya los sesenta puso delante de mí la hucha, en la que los
demás ya habían dejado sus monedas, decliné la invitación con un sonoro,
incluso algo altivo, "no, señora, no".
Mi actitud puede parecer gratuita, incluso
cruel. Muchos pensaréis que la señora, al fin y al cabo, no hizo otra cosa que
pedirme amablemente unas monedas. Y quizá tengáis razón, porque ella nada me
había hecho. Y, efectivamente, ella nada me hizo, pero la iglesia, a la que
representaba y en nombre de la que pedía, lleva todos los años de mi vida
entrometiéndose en mis asuntos, tratando de interferir en mis derechos, en la
educación de mis hijos, en la política, en la cultura y hasta en mis momentos
más íntimos.
Aún recuerdo aquellas huchas de barro, con
la cara de un "chinito", un "indiecitoo", un
"negrito" y no sé si un "morito" o un comunista", con
las que los niños de los colegios "de curas" y las niñas de los
"de monjas", niños y niñas separados con curas o con monjas, se
echaban a las calles, solos o de dos en dos, con sus pegatinas, al asalto de
los pobres viandantes que, llenos de entusiasmo unos y más que coaccionados
otros, hurgaban en bolsillos y monederos, para ser recompensados, clasismo aquí
también, con una etiqueta dorada o plateada, según el importe de la limosna.
Las huchas, como cabezas de niños por
convertir, a las que la fe les entraba en forma de monedas por la ranura, las
he visto a la venta en alguna almoneda del Rastro. También alineadas como
trofeos en un mueble, en casa de un amigo de pensamiento recto, buena familia y
mejor posición, alumno, como no, del colegio del Pilar. Un recuerdo de quienes
se creían misioneros por un día, viviendo su propia aventura por las calles de
Madrid.
Ahora, al no ser festivo ese jueves
reluciente y no sólo por eso, la legión de niños pedigüeños, tiene que
ser suplida por estas otras señoras de parroquia que dejan la comida preparada
para el marido y los hijos, quién sabe si los nietos, para ganarse el cielo por
las calles de su barrio, corriendo el riesgo de toparse con personas tan secas
y desagradables como yo. Pobres, no se dan cuenta, o sí, de que, en realidad,
para quien piden es para personajes como el odioso arzobispo de Valencia, el
cardenal Cañizares que apenas asoma de entre sus ropajes y ornamentos, pero
que, cuando lo hace es para destilar ese odio enfermizo, ese pánico que él y la
iglesia a la que representa siente por cualquier atisbo de justicia, libertad
o, incluso, de felicidad.
No me dio tiempo a explicárselo, pero, si
me hubiese dejado, le explicaría a esa señora que apenas quedan ya misiones y
que, si las hay, tienen más que ver con las ONG que con la propia iglesia y que
lo que menos importa de los hombres y mujeres que hoy se van a África es el
hábito, porque, bien lo saben, los que van, lo importante no es luchar por la
"fe·", sino hacerlos por la justicia, el desarrollo y contra la
enfermedad.
Le hubiese explicado que creo en Cáritas,
pero que prefiero que se financie a través de los impuestos que
"religiosamente" pago todos Le hubiese explicado que no me gustaría
que mi dinero acabase al lado del que sostiene a un personaje tan despreciable,
sí, despreciable como el cardenal Cañizares, un tipo de mente enfermiza, que se
permite invitar a sus "fieles" a desobedecer las leyes de un estado
democrático, porque ni las entiende, ni las entenderá, mientras pone "el
cazo" para que ese mismo estado que desprecia le pague rezos, lujos y
oropeles.
Tampoco quiero que mi dinero acabe junto
al que sostiene organizaciones como una presunta asociación de abogados
cristianos que se esfuerza en buscar los traspiés legales a quienes sólo
pretenden ayudar a que las mujeres decidan su maternidad, para que el ministro del Unterior, el que condecora imágenes de escayola, las deslegalice, mientras apoyan con
entusiasmo a las de signo contrario.
No quiero, señora, que mi dinero quede al
alcance de quienes financian autobuses para llenar las plazas de gente
que no quiere que los demás sean libres y felices. No, señora, no
1 comentario:
Genial...
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