viernes, 8 de julio de 2016

EL TAPADO SE DESTAPA


Dicen quienes saben de la vida que no se puede pretender ser sublime todo el tiempo. Mucho menos, añado yo, cuando la exquisitez que se pretende se construye en la réplica a los demás. Pues bien, eso es lo que le está ocurriendo a Albert Rivera, esclavo de sus padrinos y de su verdadera ideología, que le conducen inexorablemente a dar su apoyo al PP, algo que repugna a gran parte de sus votantes, pero con lo que, antes o después, tendrá que lidiar.
Rivera tiene el martes una cita con Rajoy, así que pasará todo un fin de semana en capilla, como ese torero que se enfrenta a la tarde de su vida, ante la más grande de sus "faenas" o, quién sabe, el peor de sus fracasos. Tendrá que optar entre dar a Rajoy la llave para que inicie su segunda legislatura en la Moncloa o negársela y colocarle así, también al país entero, frente al despeñadero de unas terceras elecciones.
Ni una cosa ni otra le gustan demasiado. No le gusta verse como el socio necesario, dentro o fuera del gobierno, de Rajoy, porque pensará con razón que, para muchos de sus votantes, se vería traicionado el sentido de su voto, que acabaría en manos de aquel al que habían descartado ante las urnas, urnas a las que tenía pensado no volver en cuatro años.
A Rivera sólo le salvaría arrancar del PP un vistoso acuerdo de investidura, del estilo de los que sacó de Susana Díaz o Cristina Cifuentes, un acuerdo de normas morales y líneas rojas que, con la marcha de la legislatura se irá diluyendo y revelará que, en lo que realmente duele al ciudadano, la economía, apenas habrá diferencias con los cuatro años pasados con Rajoy.
Eso es lo que está pasando, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, donde la política social brilla por su ausencia y donde la corrupción sigue aflorando sin que se consumen nunca los ultimátums con que había advertido a Cristina Sánchez. Al final, el día a día de los ciudadanos de a pie, sus penurias, el deterioro de la educación pública, los servicios y la Sanidad siguen siendo prácticamente iguales. Las ayudas a los más necesitados, como acaba de ocurrir en Madrid con la formación de jóvenes en riesgo de exclusión, se saca del circuito de lo público, para convertirla, aun así, a regañadientes, en becas para que esos jóvenes estudien en centros privados.
Supongo que las intenciones de Rivera para Ciudadanos, muy parecida a la que sus tan denostados nacionalistas, es la de obrar como partido bisagra, una especie de clave de arco, sin la que se hace imposible levantar el gobierno, pero una piedra que, por desgracia, acaba confundiéndose con el resto de piedras que forman el arco. Estoy seguro que la estrategia de Rivera dará sus frutos en su partido, sobre todo de puertas adentro, pero también lo estoy de que esa estrategia va a resultar poco o nada emocionante para sus votantes.
Todo un riesgo para una fuerza a la que el frustrado intento de acuerdo con Pedro Sánchez en la pasada y estéril legislatura le restó importantes apoyos en escaños, un riesgo que debe preocupar y parece que preocupa a Rivera. Tanto que le llevó ayer a perder los nervios cuando la prensa le pidió que revelase su posición respecto a su apoyo a Rajoy y acabó cayendo de muy mal humos en el tremendo pecado de poner en duda la inteligencia o la menoría de unos periodistas extrañados por su renuncia, ahora, de un veto a Rajoy que ha mantenido a lo largo de dos campañas electorales. Rivera, el tapado que no lo fue en sus primeros carteles, tiene que destaparse ahora y no parece que tal cosa le resulte cómoda, de ahí sus nervios.

No hay comentarios: