Escuchando ayer a Rajoy su discurso de investidura, tedioso
y el peor de su historia, según gran parte de la prensa, no pude por menos que
recordar a mi padre, noventa y dos años, y a otras personas como mi padre, a
las que la memoria comienza ya a descarrilarles. Y si recordé a mi padre, es
porque oyendo a ese muñeco vestido de azul que pretende gobernarnos otros
cuatro años, me preguntaba cuál podría ser la reacción de quién carece de
memoria o está empezando a perderla ante tal ristra de promesas incumplidas e
imposibles de cumplir o ante esa colección de logros que, de serlo, no lo han
sido gracias a su gestión, sino a la situación internacional y, sobre todo, al
sacrificio de millones de españoles a los que ha robado el futuro y
difícilmente se lo devolverá.
Por eso agradecí esta bendita memoria que nos permite
discernir entra las palabras y los hechos, la misma que permite confrontar,
ahora con la cruda herramienta de fonotecas y hemerotecas, lo que se dijo o se
hizo con lo que se dice que se dijo o se hizo. La misma memoria que, ante la
imagen de ese señor del traje azul con su raída corbata fetiche, dispara todas
nuestras alarmas y nos alerta de que quien dice ahora todos esos
"diegos" en campaña es el mismo que en el consejo de ministros dictaba
y firmaba los "digos" que todos hemos sufrido.
Gracias también a la memoria me parecieron un suspiro los
apenas dos minutos que este dragón de Komodo de la política española, tan lento
de movimientos como resulta ponzoñoso su contacto, dedicó a la corrupción o a
su poco o nada creíble propósito de enmienda. Esos escasos dos minutos
dedicados a ese epígrafe no bastaron, al menos a mí no me bastaron, para hacer
desfilar por mi memoria los rostros y las caras de los Camps, Granados, Gómez
de la Serna, Pujalte, Rita Barberá, Bárcenas, Esperanza Aguirre y su entorno de
ranas, los Fabra y las oportunidades de negocio y toda una lista de indeseables
condenados o no que, con la excusa de la eficacia han utilizado lo público para
llenarse los bolsillos y engrasar la máquina electoral de su partidos,
perpetuándolo en el poder y la rapiña.
La memoria que no le faltó a ese señor empeñado en comerse
las eñes de señorías y en llenar el aire de eses líquidas para anunciar el
apocalipsis alternativo a su gobierno, como tampoco le abandonó a la hora de
parapetarse tras la bandera del peor españolismo, echando abajo
imprudentemente, los puentes por los que podrían llegarle en caso de necesidad
los votos de la derecha nacionalista, a la que ofendió y cabreó
innecesariamente.
Está claro que la memoria, nuestra memoria, a Rajoy "se
le ¡importa una figa", `porque la única que le preocupa es la de los
votantes que imagina, todos, en el barrio de Salamanca, el único lugar en el
que he visto, dos veces, billetes de 500 euros, esos señores de cafetería fina,
tortitas con nata y pastas para el té a los que el portero les sube el ABC
desde hace décadas, los que tan bien quedan retratados en
"Renacimiento", la novela de Manuel Longares, a los que no les duelen
prendas a la hora de mantener al partido que desmantela una sanidad y una
educación públicas que ellos no necesitan.
Seguro que pensaba en ellos y en el Colegio del Pilar,
cuando habló de negociar un gran pacto por la Educación, sin que se le escapara
la risa recordando a Wert, su ministro "destroyer", hoy jardinero
enamorado en París.
Menos mal que tenemos memoria, esa bendita memoria que nos
llena de arañas el estómago cuando escuchamos algunas cosas, esa bendita
memoria que nos pone en guardia ante quienes una y otra vez nos hacen
"pedorretas" con el BOE y nos arruinan la vida. Menos mal que la
tenemos y ojalá la tengan otros a los que, después de quitarles la honra en el
huerto del pacto, ninguneó en su discurso.
Rajoy, como cualquier gerifalte de la derecha de este país,
va sobrado. Pretende el apoyo de todos a cambio de nada, porque cree que el
poder es su lugar natural y que el país se lo debe. Menos mal que algunos aún
tenemos memoria ¡Bendita memoria que nos permite recordar quién es quién y lo que cuesta dejar de serlo!