viernes, 9 de septiembre de 2016

DE NUEVO A LA GREÑA

Si hay algo que los votantes de la izquierda tenemos claro y que los dirigentes de los partidos esa misma izquierda parecen olvidar es que la división espanta tanto y repele los votos tanto como la peste. No a los propios militantes, que esos demasiadas veces tienen su hábitat limitado al partido y, por desgracia, son incapaces de entender que hay vida más allá de las agrupaciones, los círculos o los cuadros.
Cuando irrumpió Podemos en la vida pública, muchos penamos que, por fin, iba a desaparecer toda esa maraña de ambiciones, servidumbres, compromisos, lealtades y deslealtades que llevan a quienes deciden hacer de la política su vida a olvidarse del bosque mientras trepan a su árbol, dejándonos al resto a expensas de las alimañas y los salteadores de caminos que en él nos acechan.
Creíamos que Posemos podía arreglar las cosas. Creíamos que Podemos iba a ser la cuña que forzase al resto de partidos, si no a todos, sí a los que nos interesan a mí y a los que piensan, como yo, que el Estado no es una finca, una propiedad desde la que colocar y hacer ricos a los amigos, sino el ámbito en el que redistribuir la riqueza en aras del bienestar y la felicidad de todos.
Pero no. Las cosas n parecen haber ido por ese camino. Parece más bien que ha sido Podemos quien se ha contaminado, quien se ha contagiado de todos esos vicios, de ese mal que les lleva a anteponer el partido y su control al bien general que, en buena ley, debería ser su objetivo. Desgraciadamente hemos tenido que ver como la proximidad a los centros de poder ha hecho florecer las diferencias y los egos irreconciliables. Es triste, pero es así. Es triste que el asalto al cielo se haya quedado en una lucha sin cuartel por el control del purgatorio. Es triste, insisto, pero es así.
Está claro que Podemos, la gran esperanza de quienes creemos que es necesaria una renovación del sistema, está en crisis. Una crisis que ya no es de crecimiento, sino más bien de estancamiento o de desgaste, una crisis lógica, cuando después de dos elecciones no sólo ha sido incapaz de ser parte de la solución de nuestros problemas, sino que, más bien, se convirtió, al menos en la anterior y frustrada legislatura en un obstáculo para el cambio, un obstáculo demasiado exigente y demasiado exigente como para formar parte de un hipotético gobierno de cambio.
Para desgracia de quienes teníamos puesta nuestra esperanza en Podemos, Pablo Iglesias, demasiado personalista, equivocó claramente la estrategia y perdió unas cuantas plumas en su ciego intento de quedar como único gallo en el corral de la izquierda. Pero, como a Iglesias, a casi nadie, no parecen gustarle las derrotas, se volvió hacia su propio partido y comenzó a arrancar, aquí y allá las malas hierbas y a podar, especialmente en Madrid, pero no sólo en Madrid, las ramas que sobresalían del seto.
Debería ser comprensible la actitud de Iglesias, nada acostumbrado a ser discutido ni, mucho menos, a la derrota. De ahí, el golpe de mano por el que destituyo al coordinador del partido en Madrid, aun a costa de enfrentarse a su amigo Errejón, amigo desde los tiempos de la facultad, no desde la tarima de profesor, sino desde los pupitres de los alumnos. 
Aquel golpe de mano provocó malestar en Errejón que, durante días, desapareció de la escena, para volver conciliador después de haberse lamido las heridas. Pero el mal estaba hecho y, con un Igleias a la baja, especialmente después del fracaso de junio, Errejón comenzó a expresarse con más libertad y a mover sus hilos en el partido en Madrid, en pleno proceso de renovación, preparando su asalto a la parcela de purgatorio correspondiente materializado en la iniciativa presentada, entre otros por Tania Sánchez y Rita Maestre. 
Claro está, a Iglesias no le gustó nada ese movimiento en el tablero y, por ellos, se aprestó a meter baza, reclamando otro movimiento similar, se supone que de "los suyos" que, ahí volvió a aparecer el gallo, mejoraría la oferta. No quiero imaginar, si esto es lo que aflora a la superficie, lo que debe estar pasando en la olla hirviendo que debe ser ahora Podemos. Lo que sé es, como decía al principio, que las peleas internas nunca son internas y que, acaban ahuyentando a los votantes. Pero, como si ellos, tan listos, no lo supiesen, ahí siguen, otra vez a la greña.