Hace unos días, Valonia. la región francófona de ese pequeño
país que es Bélgica, vetó la aprobación del humillante tratado comercial que
Canadá quiere firmar con La UE, un tratado que negará a los tribunales europeos
la última palabra sobre los conflictos, para dejarla en manos de unos
organismos de arbitraje creados al efecto, más fáciles de comprar y de
manipular. Recuerdo que el gesto, quizá sólo simbólico, del gobierno valón me
recordó la importancia que tiene cada voto, cada apoyo, en cada elección por
trivial o remota que nos parezca, porque, en algún momento, podemos sentirnos
orgullosos o, por el contrario, arrepentirnos de ese voto dado a un u otro
partido en las elecciones municipales, autonómicas o europeas. Y es que. en
democracia, todos los votos cuentan y todos los votos, por anodinos que nos parezcan,
tienen consecuencias.
Seguramente os preguntaréis qué tiene esto que ver con el
pleno de investidura de ayer que, por la foto que ilustra la entrada parece ser
el asunto de la misma. La respuesta es que sí, tiene que ver y mucho. Hay que
remontarse a la constitución del Congreso que el sábado investirá a Mariano
Rajoy y recordar que las fuerzas que debiera ser de oposición al gobierno que
finalmente formará el Partido Popular tuvieron en su mano compensar la mayoría que
le sustentará con una mesa del Congreso dese la que los representantes de la
oposición pudiesen administrar actividades tan trascendentes como el control al
gobierno o las comisiones de investigación pertinentes en cada momento. Pero
no, no fue posible, y no lo fue porque Ciudadanos, el "monchito" del
PP, y los ·"odiados" y tan poco de fiar nacionalistas vascos y
catalanes dieron al PP el control de un órgano tan importante como ese y, de
paso, la presidencia de la cámara a la inefable Ana Pastor, ligada desde
siempre a Mariano Rajoy y casada con un íntimo amigo del presidente.
Lo que quiero decir con esto es que la lamentable actuación
de ayer de la presidenta del Congreso, tan arbitraria como carente de
autoridad, es, en cierto modo, consecuencia de aquellos aparentemente, pero
sólo aparentemente. anodinos votos que Ciudadanos y los nacionalistas
entregaron al PP para su elección, Por eso nos cupo asistir, a mí en directo,
al lamentable espectáculo, muy de abuela con favoritismos que se apoya en
cualquier circunstancia, la edad, el género, que esté malito o no, para negarse
a defender al nieto agredido o castigar al agresor.
De Rafael Hernando podíamos esperar y lo esperábamos todo.
Incluso dábamos por descontada su alusión a Cuba y Venezuela, para atacar a
Podemos, algo que a Podemos "le va en el sueldo" por no haber hecho
pedagogía sobre sus relaciones con esos países. Lo que no podíamos esperar es el
modo tan forzado en que el diputado alcarreño hiciese un quiebro "con
tirabuzón y medio" para defender a sus compañeros presuntamente acusados
de delincuentes potenciales, llamando delincuente a Pablo Iglesias por haber
usado en, le faltó decir sagrado, nombre de España para ponerse al servicio de
dictadores. Y lo hizo él que nada dijo de los negocios de su compañero de
escaño hasta hace meses Gómez de la Serna, que hizo otro tanto, exhibiendo no
sólo el nombre de España, sino, además, el escaño que por entonces ocupaba en
ese mismo Congreso y la laza de embajador de España de su colega de fechorías,
Gustavo de Arístegui.
No. Rafael Hernando no tuvo amonestación de le presidente
por lo que dijo desde su escaño, pese a que, después de ser preguntado por si
quería retirar sus ofensivas palabras, aprovechó el micrófono abierto para
rematar con un "cuatro millones de dólares" su ofensa. Iglesias y sus
compañeros, al no obtener la palabra ni el amparo de la amiga de Rajoy,
abandonaron el pleno en un gesto que, a mi modo de ver, ha sido injustamente
criticado, porque, cuando es tan evidente la arbitrariedad y el sesgo de quien
debe velar por el equilibrio en la cámara, lo que queda es eso, el recurso al
pataleo.
Rajoy lo tenía claro y, por ello estaba dispuesto a hacer
cuantas concesiones se hiciesen precisas a los nacionalistas. Tener a una amiga
en lo más alto de la mesa del Congreso es como jugar una final con el
entrenador de tu equipo como árbitro. Y es que Rajoy ya tiene callo de estar
sentado en los escaños de la Carrera de San Jerónimo y, al contrario que sus
adversarios, es capaz de ver en perspectiva y, por eso, sabe que merecía la
pena la transacción para dar la presidencia a Ana Pastor, porque el que parte y
reparte se queda con la mejor parte.